Homilía para el Domingo 14 de Junio de 2015. 2º del
tiempo ordinario, B.
“Arrancaré una rama del alto cedro y la
plantaré…Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla
los árboles altos y ensalza los árboles humildes, seca los árboles lozanos y
hace florecer los árboles secos”. Con un lenguaje alegórico, este texto del
profeta Ezequiel describe algunos rasgos del proceder de Dios (Ez 17,22-24).
En primer lugar, el profeta
subraya la iniciativa de Dios. Él es quien elige los pueblos, los eleva o los
deja de lado, como hace el labrador con los esquejes de los árboles que decide
trasplantar de un terreno a otro.
En el texto se repite dos veces
la palabra “arrancaré” y tres veces la palabra “plantaré”. Con estas promesas
se deja entrever la voluntad de Dios y su iniciativa sobre la historia de las
personas y de los pueblos
La lección queda aclarada al
final: “Yo soy el Señor… Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Evidentemente,
no tiene sentido la altanería humana. Una enfermedad, una catástrofe natural o
unas elecciones políticas pueden cambiar la vida de una persona o la de un
pueblo.
LA ESPERANZA EN PARÁBOLAS
Hoy escuchamos dos parábolas que solo se
encuentran en el evangelio de Marcos (Mc 4, 26-34). Con las dos trata Jesús de
exponer el misterio del Reino de Dios. Su lenguaje y las imágenes que emplea
podían llegar perfectamente a la mente de los oyentes del Maestro.
En la primera el reino de Dios se
compara con un hombre que echa la simiente en la tierra y se aleja del campo,
mientras que la semilla va creciendo por sí sola, sin que él sepa cómo. Es
claro que nuestra evangelización y testimonio puede llevar el Reino de Dios a
un lugar o a una cultura. Pero no depende de nosotros que eche raíces y
prospere.
En la segunda parábola se
menciona la semilla de la mostaza. Es tan pequeña como la punta de un alfiler.
Pero crece hasta convertirse en un árbol. Así es el Reino de Dios. Los que sólo
piensan en grande, nunca sospecharían que una iniciativa de evangelización,
aparentemente insignificante, puede llegar a dejar un rastro importante en el
mundo.
La primera parábola nos invita a
vivir en humildad, porque el Reino de Dios crece aunque nosotros nos quedemos
dormidos. La segunda parábola nos anima a vivir en la esperanza, puesto que el
Reino de Dios tiene una fuerza que no podemos sospechar.
LAS AVES Y SUS NIDOS
Así pues, las dos parábolas
contienen una crítica de las dos tentaciones habituales contra la esperanza: la
presunción de quienes se atribuyen todos los méritos de la evangelización, y la
desesperanza de quienes desconfían de la fuerza del Evangelio. En el fondo,
ambos creen en sí mismos más que en el poder de la Palabra de Dios.
Pero hay un detalle común que se
encuentra tanto en la profecía de Ezequiel como en la catequesis de Jesús: la
alusión a los pájaros y a los nidos. Las aves del cielo pueden llegar a anidar
tanto entre las altas ramas del cedro como entre las ramas de un árbol más
modesto como es el de la mostaza. Los pájaros viven y cantan en los árboles,
sea el que sea su tamaño.
Así pues, el resultado de la
evangelización no depende solamente de la vigilancia del sembrador, ni del
tamaño o la aparente importancia de su iniciativa, ni de la altura o la
calificación social del desarrollo que alcance según la apreciación habitual.
Evidentemente, “lo esencial es invisible para los ojos”. Todo es gracia.
Padre celestial, mira compasivo
nuestra voluntad de colaborar en la llegada de tu Reino, líbranos del orgullo y
también del desaliento, para que en todo se vea la fuerza de tu gracia. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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