Viernes Santo
La muerte tiene dos caras: la del
sinsentido y la del amor. La cara del sinsentido es la más evidente. Cuando se
acaba la vida biológica todo termina. Esa es la impresión que los seres humanos
tenemos. El anhelo de una vida plena se estrella contra el muro del
encefalograma plano. En nuestros genes está impresa la fecha de caducidad. Hay
culturas que celebran la muerte. La rodean de música, danza y comida. Hay otras
que la maquillan y la esconden. Antes se enterraba a los muertos para
devolverlos a la tierra nutricia. Hoy se incineran para reducirlos a la mínima
expresión, para que no ocupen espacio ni en el suelo ni en la mente. Mañana
buscaremos fórmulas para aniquilar toda huella. Incluso las cenizas de los
muertos acaban siendo molestas, un permanente recordatorio de nuestra
caducidad: "Polvo eres y en polvo te convertirás".
Jesús entró en el tanatorio
humano. Antes de morir físicamente probó en sus carnes la "muerte de
Dios": "Oh Dios, ¿por qué me has abandonado?". Fue el más
antiguo y el más moderno de los seres humanos. Se adelantó a Marx, a Nietzsche,
a Freud ... y a Steven Hawking. Sintió como nadie el abandono del Padre. Probó
en sus carnes la horca, la cámara de gas, la desnutrición, el frío, los efectos
de la bomba atómica y el encarnizamiento terapéutico. Apuró el cáliz de la
soledad, la exclusión, la condena, la depresión y el suicidio. Temió que todo
pudiera ser un hermoso y cruel cuento de hadas. Viajó hasta Hiroshima,
Auschwitz, Siberia, Ruanda, Srbrenica, Ciudad Juárez y Kandahar. Descendió al
abismo del sinsentido ... por amor. De esta manera mostró que la muerte tiene
otra cara misteriosa: la de la entrega. Amar significa dar la vida, morir. Para
que no hubiera ninguna duda, en la noche del jueves al viernes, celebró una
cena con sus discípulos. Mateo, Marcos, Lucas y Pablo dicen que tomó el pan y
el vino, los bendijo y los repartió. Eran su cuerpo y su sangre. Juan dice que
lavó los pies a los suyos. Dos eucaristías fundidas en una. El tema es el
mismo: el amor. En realidad, al entregar su cuerpo y su sangre, Jesús murió
antes de expirar.
Se puede huir de la muerte o ir a
su encuentro. Se puede asegurar la vida o entregarla. Se puede morir de
escepticismo o de confianza: "Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu". Cada Viernes Santo, unidos al Cristo que muere, ensayamos
nuestra propia muerte para que cuando llegue nos encuentre en vela. Para que no
sea el triunfo del sinsentido sino la culminación de una vida entregada por
amor.
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