Reflexión homilética para el Domingo de la Divina Misericordia 12 de Abril de 2015. Ciclo B.
“En el grupo de los creyentes
todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamada
suyo propio nada de lo que tenían”. Siempre nos impresiona volver a leer estas
palabras. Con este “sumario”, nos evoca el Libro de los Hechos de los Apóstoles
la vida de la primera comunidad de los discípulos del Señor (Hech 4, 32).
Es un panorama ideal que se
presenta como modelo para todas las comunidades cristianas de todos los siglos
y de todo lugar. El testimonio que los apóstoles ofrecen de la resurrección de
Jesucristo estaba avalado por el espíritu y el estilo de vida de toda la
comunidad a la que pertenecían y a la que servían. Y se comprende que así ha de
ser en todo tiempo.
Según se puede observar, la
palabra apostólica está apoyada “desde arriba” por la fuerza del Espíritu, como
se ha dicho en el mismo libro. Pero es confirmada “desde abajo” por la unidad
de pensamiento y sentimiento y por la generosa fraternidad que caracterizan a
los discípulos del Señor.
EL ENFADO Y LA VERDAD
El evangelio que se proclama en
este segundo domingo de Pascua nos recuerda que, tras la muerte de Jesús, sus
discípulos permanecen encerrados por miedo a los judíos. Se diría, con palabras
del Papa Francisco, que son víctima de un “pesimismo estéril”. Pero Jesús
resucitado se les presenta como portador de la paz y del perdón (Jn 20, 19-31).
Este relato evangélico es bien
conocido, además por dos detalles: las idas y venidas de Tomás y el gesto de
Jesús.
Solemos calificar a Tomás como el
“incrédulo”. Pero tal vez su enfado no sea un signo de su poca fe sino de su
asombro ante la incoherencia de sus compañeros. Mientras ellos parecían reacios
a acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, sólo Tomás se había mostrado
decidido a seguir a su Maestro hasta morir con él.
El gesto por el que Jesús ofrece
sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás nos resulta sorprendente. Pero
con él se nos invita a abrirnos a una doble verdad. A identificar al resucitado
con el mismo Jesús que había sido herido y condenado a la cruz. Ni su muerte
fue un engaño ni su resurrección es fruto de la fantasía de los amedrentados.
EL TEMOR Y LA MISERICORDIA
Con todo, este texto del
evangelio de Juan nos da pie a otras dos consideraciones: la de la importancia
de la comunidad y la del don de la misericordia.
“A los ocho días, estaban otra
vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Algunos han pensado y escrito que
para encontrarse con Jesucristo hay que abandonar a su comunidad. No es cierto.
Los que estaban encerrados no eran mejores que Tomás. Si uno era víctima del
despecho los otros lo eran del temor. Pero sólo en la comunidad se muestra el
Resucitado.
“Paz a vosotros… Yo os envío… No
seas incrédulo”. Las palabras de Jesús resucitado no reflejan un reproche, sino
la grandeza de su misericordia. Una compasión cercana a sus discípulos y una
exquisita pedagogía para llevarlos a la fe y enviarlos a una misión: la de
llevar la buena noticia del perdón, del que ellos mismos han gozado.
Señor Jesús, sabemos que nos
perdonas y nos buscas, que nos ofreces tu paz y nos envias a proclamar tu
resurrección. Que nuestras palabras y obras reflejen siempre la misericordia
que tienes con tu comunidad. Amén. Aleluya
D. José-Román Flecha Andrés
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