Homilía para III Domingo de Pascua, 19 de Abril de 2015. B.
“Arrepentíos y convertíos para que se borren
vuestros pecados”. Con esas palabras se cierra el discurso que Pedro dirige a
las gentes de Jerusalén según el texto de los Hechos de los Apóstoles que hoy
se proclama en la celebración de la misa (Hech 3, 19).
Antes de esa exhortación, Pedro
ha acusado a las gentes de su comportamiento con Jesús de Nazaret. Tres son los
motivos de su acusación:
Entregar a Jesús a las manos de
Pilato, cuando el procurador romano había ya decidido ponerlo en libertad.
Rechazar a Jesús, al que Pedro
tiene que calificar necesariamente como el Santo y el Justo.
Pedir a Pilato el indulto de un
asesino, mientras que optaron por entregar a la muerte al autor de la vida.
Si bien se mira, esas tres
acusaciones no han perdido vigencia. También hoy se ignora la bondad y se
glorifica la maldad, se desprecia la vida y se legaliza la muerte, se aplasta
al inocente y se honra públicamente a los asesinos.
UN MUNDO NUEVO
El evangelio de este domingo
tercero de Pascua (Lc 24, 35-48) está lleno de contrastes entre la actitud de
los discípulos de Jesús y la realidad de su resurrección y de su mensaje.
Los discípulos de Jesús confunden
a Jesús con un fantasma. Pero el miedo a los fantasmas no les permite descubrir
la verdad de la vida y la presencia de Jesús.
Frente a las dudas que surgen
entre los discípulos, Jesús les ofrece la paz y la seguridad, los libera de la
ilusión y del temor y les abre a la esperanza.
Los discípulos de Jesús son
incapaces de comprender el sentido de la muerte de Jesús. Pero él les abre su
entendimiento para que puedan recordar y comprender las Escrituras.
También en nuestra vida Cristo
viene a crear la novedad. Como dice el Papa Francisco, “La resurrección de
Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los
corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la
trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano” (“Alegría
del Evangelio”, 278).
TESTIGOS DEL PERDÓN
La última frase de Jesús es un espléndido
resumen de lo que ha de ser la misión y la tarea de la Iglesia y de cada uno de
los creyentes:
“Estaba escrito que el Mesías
padecerá y resucitará de entre los muertos”. Su pasión no debe ser para los
creyentes fuente de escándalo ni motivo de burla para los incrédulos. Y su
resurrección no debe sumirnos en la duda. Es preciso creer en las Escrituras.
“En nombre del Mesías se
predicará la conversión y el perdón de los pecados”. Él Señor no resucita para
condenarnos ni para condenar al mundo. Él nos ofrece su perdón y quiere que lo
anunciamos a todos los que desean convertirse de sus pecados.
“Los discípulos han de ser
testigos de esto”. No somos enviados como testigos de la cólera, la venganza o
el castigo de Dios. Somos los testigos de su ternura y de su misericordia.
Señor Jesús, tú vienes a
nuestro encuentro, nos deseas la paz y nos constituyes en testigos de tu
presencia y de tu perdón. Danos tu luz para ser fieles a esa misión. Amén.
Aleluya
D. José-Román Flecha Andrés
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