Homilía para Domingo 29 de Marzo de 2015. Domingo de Ramos, B.
“Mi Señor me ha dado una lengua
de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” . Así comienza
la primera lectura de la misa de este Domingo de Ramos. Un hermoso e
inquietante texto, tomado del tercer cántico del Siervo del Señor, que se nos
ofrece en el libro de Isaías (Is 50,47).
El texto bíblico juega con dos de
los sentidos. Quien sirve a Dios ha de estar dispuesto a oír y a hablar. El
Siervo se muestra decidido a escuchar la voz de Dios y, en consecuencia, a
escuchar a todos los que sufren. Gracias a esa disposición, sus palabras podrán
ofrecer aliento a los que han perdido la esperanza.
Sin embargo, hay que tener en
cuenta que tales disposiciones no le resultan cómodas. El profeta será golpeado
y recibirá escarnios y burlas sin cuento. Con todo, en el Señor encontrará
ayuda y consuelo para superar la vergüenza y el bochorno a que pretenden
someterle sus enemigos. Así comienza la Semana que nos llevará a presenciar el
sacrificio de Jesús.
HUMILLACIÓN Y SILENCIO
También la segunda lectura evoca
el misterio de la grandeza y el abajamiento de Cristo. En el precioso himno que
Pablo incluye en la carta a los Filipenses, contemplamos la humillación del
Señor que se hace siervo. Y la grandeza del siervo que es elevado a la gloria
celestial, para que su nombre sea alabado en el universo entero (Flp 2, 6-7).
En el evangelio que se lee el
Domingo de Ramos, todos los años se recuerda la pasión de Jesús. En esta
ocasión nos corresponde proclamar el texto del evangelio de Marcos. Hay en él
al menos siete rasgos que lo diferencian de los otros relatos sinópticos. Baste
subrayar tan sólo uno de ellos.
Tras la muerte de Jesús, se
destaca el asombro del centurión. Mientras Mateo la atribuye al seísmo y Lucas
a todo lo ocurrido, en general, Marcos anota otro motivo fundamental: la
observación del modo como había expirado Jesús (Mc 15, 39). Así pues, Jesús es
palabra y revelación, con sus hechos y dichos, pero también con el silencio de
su propia muerte.
LA LLEGADA DEL REINO
Antes de la celebración de la
Eucaristía, tiene lugar la procesión de los ramos. Para comenzar, se proclama
el texto del Evangelio de Marcos (Mc 11,1-10). En él se recogen las
aclamaciones de las gentes que acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén
“¡Bendito el que viene en el nombre
del Señor”. Bendecir a Dios es una forma habitual en la oración judía. Con los
hebreos, también nosotros bendecimos a Dios que nos envía a su Mesías y
bendecimos y acogemos al Mesías enviado por Dios.
“¡Bendito el Reino que llega, el
de nuestro padre David!”. La fe cristiana identifica a Jesús con el Reino de
Dios. Con Jesús, Dios se manifiesta como Señor de la historia. En él se cumplen
las antiguas esperanzas . En él está nuestra salvación.
“¡Viva el Altísimo!” Jesús es la
revelación del Dios de la creación y de la historia. También en este momento y
en este lugar concreto en que vivimos, los seguidores de Jesús hemos de
suscitar la admiración de la fe, la confianza de la esperanza y la eficacia del
amor.
Señor Jesús, queremos acoger tu
visita a nuestra vida. Que tu presencia despierte en nosotros la alegría del
Evangelio y nos prepare para aceptar tu cruz y gozar de tu luz. Amén
D. José-Román Flecha Andrés
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