Reflexión Homilética 2º Domingo 1 de Marzo de 2015. 2º de Cuaresma, B.
“No alargues la mano contra tu
hijo ni le hagas daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a
tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del Señor detiene así la mano de
Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. A cambio Dios le promete la bendición de una descendencia innumerable,
como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.
Este relato bíblico ha
escandalizado a muchos creyentes, que se preguntan cómo Dios puede pedir a un
padre que le sacrifique su único hijo. El contexto histórico cultural puede
ayudar a entenderlo. Los pueblos cananeos, como tantos otros, reconocían a sus
dioses como origen y dueños de la vida. Por eso les ofrecían la vida de los
primogénitos.
Pero el pueblo de Israel ha
comprendido que su Dios no quiere la vida humana. Y que ésta puede ser
representada por el sacrificio de un animal. Andando el tiempo habrá de
descubrir que no basta ofrecer la sangre de un animal. Dios prefiere el
sacrificio de un corazón contrito y humillado. Ese es el verdadero sacrificio.
Abrahán ha dado prueba de su obediencia a Dios. Y eso basta para demostrar su
fidelidad y alcanzar las bendiciones del Señor.
ENTREGA Y PROMESA
En este segundo domingo de
cuaresma el evangelio de Marcos (Mc 9, 1-9) propone a nuestra meditación el
relato de la transfiguración de Jesús en el monte. Cabe preguntarse qué
relación guarda este texto con el del libro del Génesis que se lee en la santa
misa.
Si Abrahán había decidido no
reservarse a su único hijo, Isaac, tampoco el Padre celestial se reserva a
Jesús, su Hijo amado. Jesús es el nuevo Isaac que carga con el instrumento de
su sacrificio para subir hasta el monte, en el que se ha de consumar su
sacrificio.
Si la mano de Abrahán es detenida
por el ángel del Señor, que le revela la voluntad de Dios, también Jesús habrá
de recibir la visita del ángel, que le revelará el sentido de su entrega y de
su sacrifico.
Si la voluntad de sacrificar a
Isaac se convierte para Abrahán en anticipo y profecía de la vida de todo un
pueblo, también el sacrificio de Jesús será signo y promesa de una amplia y
gozosa fecundidad.
LOS SIGNOS Y LA VOZ
El relato evangélico de la
transfiguración de Jesús nos revela la
identidad y la misión de Jesús, alimenta nuestra contemplación y orienta
nuestra vida de creyentes:
Jesús aparece acompañado por
Moisés y Elías. Es decir, los discípulos hemos de entender que en él se cumplen
las esperanzas que previeron y anunciaron tanto la Ley como los profetas.
Jesús se transfigura en lo alto
de un monte, mientras una nube cubre a sus discípulos. Es decir, hemos
aprendido que Jesús está en contacto con Dios y que la majestad de Dios
envuelve a sus seguidores.
Jesús es presentado a los
discípulos por una voz celestial: “Este es mi Hijo amado; escuchadle”. Es
decir, Jesús es el Hijo amado de Dios, que se entrega por nosotros y nosotros
estamos llamados a escuchar su palabra y vivir su mensaje .
“Señor, Padre santo, tú que nos
has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alégranos con el gozo interior
de tu palabra; y, purificados por ella, contemplaremos con mirada limpia la
gloria de tus obras. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
D. José-Román Flecha Andrés
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