sábado, 29 de junio de 2024

"NO TEMAS; BASTA QUE TENGAS FE"

Reflexión Evangelio del Domingo 30 de Junio de 2024. 13º del Tiempo Ordinario.

El ser llamados a la vida es algo maravilloso que Dios da, y ha de ser vivida con agradecimiento, a pesar que en algunos momentos, se vea truncada por la enfermedad, la pobreza, los problemas de cualquier tipo, las guerras, y en general cualquier vulnerabilidad, etc. y que incluso parezcan ser insoportable. Es la muerte física la que parece ser más insuperable, pero para el cristiano es más superable, ya que la muerte al pecado fue superada por Cristo en el bautismo.

La relación estrecha con Cristo por medio del contacto espiritual de la oración, y poder saborear sus sacramentos, da a quienes cuidan esa relación la confianza en la palabra de Jesús y a orillar el pecado y la muerte, porque se aspira a los bienes de allá arriba como dice san Pablo. Es cruzar a la otra orilla como escribe el evangelista Marcos.

Dios no hizo la muerte, dice la Sabiduría, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; al contrario, por eso nos envió a su Hijo, para que muertos al pecado vivamos con espíritu de resurrección. La resurrección, punto álgido donde debe apoyarse nuestra fe, es lo que transmite el evangelio de hoy.

La enfermedad y la muerte física, apuntada por el evangelista Marcos, en dos mujeres (la mujer adulta enferma de hemorragias,12 años enferma y la hija del jefe de la sinagoga de 12 años) le sirven a Marcos para poner de manifiesto la resurrección. Una estaba dormida, que no muerta, y Jesús tomándola de la mano la despierta del sueño de la muerte; la otra, toca el vestido de Jesús y desaparece su impureza, pudiendo así ser aceptada entre los suyos, según la ley judía su enfermedad la hacía impura.

En ambos pasajes la fe, animada por la oración, de súplica, por un lado, (el jefe de la sinagoga), y de confianza silenciosa (la mujer con hemorragias) más el contacto del Señor, directamente (“la cogió de la mano”) e indirectamente y, (“acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto”), y en silencio, ambas mujeres son curadas.

Esa fe capaz de dar vida y salvación, queda clara por las palabras del Señor Jesús: No temas; basta que tengas fe” dice a Jairo y a la mujer; “Hija tu fe te ha curado”.

Ambos pasajes sirven para enseñar al verdadero seguidor de Cristo cómo la fuerza de la fe da Vida y es camino para la Salvación futura. Ha de servir al cristiano de hoy en día a acepta la voluntad de Dios en su vida, fruto de la oración ante cualquier necesidad y pequeñez, sirve para aumento de fe.

El seguidor del Señor Jesús, cruza a la otra orilla, donde posiblemente no esté la Vida y menos la Salvación, para que mezclándose con todos (“acompañado de mucha gente que lo apretujaba”) lleve ese mensaje salvífico que solo Dios puede dar.

El acompañar a los de la otra orilla: increyentes, doloridos en el espíritu y en el cuerpo o en cualquier otra necesidad, ayuda a nivelar preocupaciones. No solamente los materiales, -que también-, sino por el hacernos como Jesucristo, pobres por los demás. Es una forma inmediata de poner en marcha y funcionamiento la sinodalidad (sin menos cabo del aspecto jerárquico) con el necesitado. Éste ha de ver en la acción del cristiano la mano de Cristo que les toca para levantarnos, y hemos de tener confianza, sin miedo, en tocar al Señor en las llagas y vulnerabilidades de quien se acerque a nosotros demandando cubrir su necesidad.

¿Qué hacer y cómo proceder ante las realidades humanas de la enfermedad y la muerte? ¿Cómo es la oración que practicamos: de súplica o de silencio; pública en asamblea o privada e interior?

Quizá el miedo al contacto con el necesitado, sea su necesidad de la clase que sea, nos paralice a cruzar a la otra orilla por comodidad o por miedo al contagio. Orilla que un día se ha de cruzar para vivir en plenitud la Salvación que Cristo trae para todo el que quiera aceptarla, y especial para los que por la fe podemos o pueden vivir un atisbo de ella en esta vida.

Dejarse abrazar por Cristo elimina lo inmediato, hacer vislumbrar el horizonte de perfección que es Dios (la resurrección), que conlleva la felicidad inmortal, cuyas semillas ya están en el verdadero seguidor del Señor.

¿Ayudamos a vivir a los demás, cómo preparar la Vida definitiva, haciéndolos con nuestro comportamiento, deseable la vida presente? Si esta vida no se hace atractiva, difícilmente se deseará la otra.

¿Comunicamos la Vida definitiva que Cristo nos da a través de los sacramentos y de la acción caritativa?

Si creados por Dios ¿creamos y recreamos la vida terrena por el cuidado que de ella hacemos?

La fe mueve montañas. Ánimo, y encomendémonos al Señor, y el actuará.


Fr. Carlos Recas Mora O.P.

Convento del Santísimo Rosario (Madrid)

sábado, 22 de junio de 2024

¿POR QUÉ TENÉIS MIEDO?

Reflexión Evangelio 23 de Junio 2024. 12º del Tiempo Ordinario.

Las olas rompían contra la barca

El mar sobre el que navega nuestra barca personal, eclesial y social, es la historia. A veces tan desconcertante. También hoy.

Experimentamos la vida, con la que se va fraguando la historia, amasada de múltiples experiencias, sentimientos y sensaciones; también de temores e inseguridades de diversa índole.

Recuerdo que durante la trágica pandemia que vivimos hace pocos años un pensador apuntó que  nuestras confortables inmanencias se habían derrumbado. Cierto. Fueron tiempos recios, temerosos, que de alguna manera perviven en nosotros. Tuvimos la sensación de la zozobra.

Nuestras seguridades se tambalearon. Experimentamos el desvalimiento. Sombras de dolor y angustia nos envolvieron. Muchos orábamos para mantener la calma y la confianza.

Actualmente soplan vientos recios de belicismos preocupantes, de violencias crueles e incontroladas; nos habita la sensación de la inseguridad. Los estados poderosos aumentan sus gastos armamentísticos.

Somos testigos, quizás también sufridores, de la dureza amarga que para millones de personas significa el hecho básico de sobrevivir; sentimos el abatimiento que provoca la percepción de horizontes oscuros de futuro que se ciernen sobre nosotros.

También nos es conocido, en mayor o menor grado, el desvalimiento que la enfermedad conlleva cuando subrepticiamente invade nuestra vida, y fácilmente nos sentimos habitados por diversos temores que se despiertan en nosotros.

Vientos recios de diversas desconfianzas han multiplicado los sistemas de seguridad en nuestros días, y la sensación de navegar sobre aguas procelosas, de caminar sobre arenas movedizas, de múltiples inconsistencias, nos desazonan.

Los fracasos, los desamores, las soledades amargas, son también parte de esta mar de fondo que encrespa las olas sobre las que avanza la barquichuela de nuestra vida.

En medio de todo ello, de los temores que éstas y otras realidades nos puedan generar, ¡la palabra del Señor cobra tanta fuerza! “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”.

Una invitación clara y fuerte a seguir manteniendo vida la confianza en el Señor. Siempre. También cuando la vida se nos hace más difícil. Ciertamente la dificultad es el crisol de la fe.

¿Quién es éste?

- Es el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el que actúa con el mismo poder del Padre. El que aplaca y subyuga a nuestros enemigos. El que trae a nuestras vidas esta Buena Noticia. El que nos atrae a vivir su novedad, la que consiste en vivir para Él, que murió resucitó por nosotros (cf II Cor 5, 14-17)

Lo nuevo ha comenzado

Y esta novedad consiste en vivir con Él, como Él, para Él. Cada uno de nosotros hemos de descubrir qué urgencias deberemos incorporar a nuestro vivir y a nuestro actuar para ser expresión de la novedad del Señor Jesucristo en este momento presente de la historia. Permítanme presentarles tres realidades que puedan ser referencia y ayuda para que cada uno de nosotros encontremos las nuestras:

1. Ha comenzado a brillar en nuestro mundo la novedad de la luz del sentido. Se ha devaluado en estos tiempos modernos o posmodernos el interés por el sentido de nuestra existencia. El pragmatismo y la satisfacción de nuestras necesidades más básicas colman nuestros intereses y aspiraciones; y asfixian, en gran medida, nuestras búsquedas trascendentes. La novedad del Señor Jesucristo nos remite de forma constante al Misterio del Amor del Padre Dios para descubrir en Él la verdad de quiénes somos y cuál es nuestro destino: en el origen y en la meta de nuestro existir está su Amor.

2. Ha comenzado a germinar en nuestra historia la novedad de la comunión fraterna universal; de la búsqueda y consecución de la justicia, la paz y la dignificación de todas las personas. Cada una de las páginas del Evangelio encierran la clave de lo que significa vivir y desarrollarnos como seres humanos. Algo tan sencillo y, a la vez, tan exigente, como pasar por el mundo haciendo el bien.

3. Ha comenzado la novedad de una alegría inexplicable, presente también cuando las lágrimas nos visitan. Jesucristo, el Señor, lo es porque la fuerza de su amor ha vencido todo el poder del mal y sus diversas manifestaciones. Los acontecimientos de su Pascua así lo atestiguan. Y por esto, la alegría y la esperanza, más allá de cualquier otra esperanza, ha acompañado siempre la vida de la gran familia de los creyentes cristianos. Hoy hemos de ser nosotros los exponentes de esta radiante realidad.

La Palabra proclamado hoy nos interpela: ¿Es viva y fuerte mi confianza en el poder de Dios? ¿Me siento seguro, envuelto y habitado por su Amor? ¿Estoy siendo reflejo de la bondad y de la alegría que encierra nuestra fe en el Señor?

Fr. César Valero Bajo O.P.

domingo, 16 de junio de 2024

¿CON QUÉ COMPARAREMOS EL REINO DE DIOS?

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 16 de Junio de 2024. 11º del Tiempo Ordinario.


El reino de Dios es como la semilla del grano de trigo. Depositada en la tierra, germina y crece por sí sola. Semilla que entraña dentro de sí una fuerza secreta que actúa indefectiblemente como verdadero principio vital acompañando todo el proceso de su desarrollo. En ningún momento alude Jesús al trabajo del campesino, a intervención humana alguna. Esté despierto o dormido, el sembrador no tiene que preocuparse, pues el grano crece y se desarrolla sin que se sepa cómo. Es la propia semilla la que hace su trabajo, se desenvuelve de forma independiente desplegando toda su energía interna.

 

El reino de Dios es como el grano de mostaza. A pesar de ser la más pequeña de las semillas, una vez sembrada, crece y echa ramas tan grandes que las aves del cielo vienen a anidar a su sombra. La parábola pone en primer plano el sorprendente y grandioso resultado final de la acción de Dios, a la vez que subraya el valor decisivo del momento presente, por muy insignificante que pueda parecer. Con esta imagen, el evangelista está haciendo referencia a la alegoría del águila y el cedro del Líbano, muy conocida en la tradición judía y recogida en la primera lectura, con la que el profeta Ezequiel criticaba irónicamente la altivez, el orgullo y la vanagloria que se arrogaban los faraones y emperadores como benévolos protectores y benefactores de sus súbditos. En el nuevo reino mesiánico inaugurado por Jesús, es el Señor quien gobierna y protege a su pueblo. Su reino  eterno, aunque pase casi desapercibido en el presente, está llamado a convertirse en el frondoso árbol que dé cabida a toda clase de pueblos, razas y lenguas.

 

Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Es la actitud del creyente consciente de la fuerza de la fe y del dinamismo que implica. Acoge humildemente su papel de servidor sin sentirse por ello indispensable, pues todo se lo debe a su Señor (Lc 17,10). Y es que la semilla del grano de trigo germina y crece por sí sola augurando y garantizando su cosecha final. Uno solo es el Señor que acompaña, guía y activa a su pueblo: el que moviliza todas sus energías ya sea de día y de noche, estén en vela o dormidos; el que se encarga de llevar a buen término la obra iniciada (Flp 2,13). En este sentido, no hay por qué preocuparse del mañana estando en sus manos (Mt 6,25). Dios es fiel a su promesa: la salvación, como el grano de trigo, ya está actuando.

 

Efectivamente, la Iglesia no  actúa por su propio poder, no es el reino soberano y eterno de Dios. Está sencillamente a su servicio como fiel administradora de sus designios. Inspirada en su Señor y atenta a sus criterios y proyecto de vida, busca en todo momento y lugar guardar con fidelidad y solicitud cada uno de sus mandatos. Es así como su testimonio se convierte en faro esclarecedor y signo de esperanza para cuantos, anidados en sus respectivas comunidades, anhelan habitar un día las muchas estancias preparadas en la casa del Padre (Jn 14, 2).  

 

Caminamos a la luz de la fe.

Es lo que  nos recuerda el Apóstol en la segunda lectura: desterrados en nuestro cuerpo mortal, pero llenos de confianza y de buen ánimo, para ir a habitar junto al Señor. Como el grano de mostaza, es la semilla de la fe, escondida a los ojos de los poderes mundanos, la que va modelando el mundo interior del creyente hasta configurarlo con el que murió en el árbol frondoso de la Cruz. Ese es el objetivo primordial y la meta final del recorrido conversivo y transformador del cristiano.

 

Así de paradójica es la gestación que comporta el seguimiento discipular de Cristo Jesús. No nacemos cristianos. Nos vamos haciendo en la medida que acogemos la Palabra de Dios dejándole actuar libremente para que conforme nuestra existencia a la luz del Crucificado, el Señor de la Gloria que enaltece a los humildes (Lc 1,52). No somos los merecedores y protagonistas de esta metamorfosis y metabolismo del espíritu, cuyo resultado final no está en nuestras manos. Somos sencillamente receptores de una semilla de vida nueva, llamada a culminar en el frondoso final de la bienaventuranza prometida.

 

Sobre el grano de trigo. ¿Confías y te abandonas en el Señor? ¿No es Él, más allá de tu buena voluntad o determinación, el que sustenta y activa cuanto haces?

 

Sobre el grano de mostaza. ¿Afrontas esperanzado, con paciencia y perseverancia, el largo proceso de crecimiento y maduración que comporta el peregrinaje de la fe?

 

Fray Juan Huarte Osácar

domingo, 9 de junio de 2024

"ESTOS SON MI MADRE Y MIS HERMANOS"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 9 de Junio de 2024. 10º del Tiempo Ordinario.

En el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar se nos narran tres escenas que ocurren en la casa de Simón Pedro y Andrés (cf. Mc 1,29), en Cafarnaúm. Recordemos que Jesús se hospedaba en aquella casa y desde ella salía a predicar a los pueblos de Galilea, junto a sus discípulos (cf. Mc 1,38). Y cuando estaban en la casa muchas personas del pueblo acudían a escuchar a Jesús y ser sanadas por Él. Pues bien, nos dice san Marcos que un día «se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer» (Mc 3,20).

Podemos imaginarnos a Jesús sentado en la sala principal rodeado de personas hacinadas, unas sentadas y otras de pie. Nadie estaba ahí por obligación o para cumplir con algún precepto, sino que estaban por propia voluntad, pues deseaban estar junto a Jesús. Sentían la necesidad de escucharle y contemplarle.

Estando así las cosas, llegaron a la casa unos familiares de Jesús con la idea de «llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí» (Mc 3,21). Sabemos que la familia de Jesús era descendiente de David (cf. Mt 1,1-17; Lc 3,23-38). Eso era para sus miembros un gran honor, pero también les hacía ser un importante referente religioso para los otros judíos. Por ello debían cuidar su imagen pública.

Parece que Jesús suscitó dudas y sospechas entre algunos de sus familiares cuando vieron que dejó Nazaret para ser bautizado por san Juan Bautista en el Jordán. Y dichas sospechas las vieron reforzadas cuando después les llegaron noticias de que estaba predicando la conversión y, además, difundía unas ideas religiosas que no se ajustaban a la estricta Ley judía. Y debió de escandalizarles aún más que sanara a enfermos y expulsara «espíritus inmundos». Por ello, sabiendo que solía hospedarse en Cafarnaúm, fueron allí para llevárselo de vuelta a Nazaret.

En tal situación, ¿Qué hicieron aquellas sencillas personas que se hacinaban en torno a Jesús? Podemos deducir de las escuetas palabras de san Marcos que no sólo rechazaron la idea de que Él estuviera «fuera de sí», sino que, además, le apoyaron y le defendieron ante aquellos familiares suyos. De haber sucedido lo contrario, san Marcos lo habría indicado.

Después nos dice este evangelista que Jesús recibió otra mala visita. Esta vez se trataba de un grupo de escribas que había bajado desde Jerusalén para reprenderle y acusarle de actuar con el poder de Belcebú, el jefe de los demonios. Es decir, le acusaban de estar endemoniado. Aquella era una acusación muy fuerte.

Pero de nuevo las personas que estaban alrededor de Jesús dieron la cara por Él, pues, escuchándole y contemplándole, habían podido comprobar que sus palabras y actos eran divinos, no demoniacos. E intuían que, acusarle de actuar con el poder de Belcebú era, como el propio Jesús afirmaba, una blasfemia contra el Espíritu Santo (cf. Mc 3,29). Así que aquel grupo de escribas tuvo que regresar a Jerusalén sin haber conseguido desacreditar a Jesús ante sus vecinos.

Por último, llegaron otras personas que querían hablar con Jesús, pero esta vez se trataba de una visita muy buena: eran su madre y algunos familiares muy cercanos que no venían a acusarle de nada, sino todo lo contrario. Sabiendo que otros miembros de la familia habían ido a Cafarnaúm a importunarle, ellos, en cambio, fueron a apoyarle y a animarle a seguir predicando y sanando a la gente.

Y aquí ocurrió algo muy importante. Antes de que saliera de la casa para abrazar a su madre y a sus otros familiares, Jesús, «mirando a los que estaban sentados alrededor» (Mc 3,34), consideró oportuno concederles algo muy valioso: les incorporó a su familia espiritual, porque ellos habían demostrado con creces que hacían la voluntad de Dios Padre, no dejándose llevar por las habladurías ni por los ataques de los escribas.

Pero ¿por qué aquellas mujeres y hombres defendieron a Jesús? Porque escuchándole y contemplándole habían madurado interiormente. Estando junto a Él, a su lado, se habían convertido en buenos discípulos suyos. Por eso le apoyaron en momentos de gran dificultad. Y eso Jesús lo vio y se lo agradeció.

Recordemos que Él proclamó en la sinagoga de Cafarnaúm que había venido a este mundo «a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Is 61,1-2; Lc 4,18). En efecto, Jesús sentía un aprecio especial por los humildes y sencillos, y disfrutaba sintiéndose querido y apoyado por ellos. Por eso se esforzaba tanto en ayudarles a madurar interiormente e, incluso, les incorporó a su familia espiritual.

Eran mujeres y hombres que, ante el Evangelio predicado por Jesús, se reconocieron pecadores. Pero en lugar de reaccionar como Adán y Eva, echándole la culpa a otro, se pusieron en manos de Jesús para que les salvara. Apoyándonos en las palabras que hoy san Pablo nos dice en su carta, podemos decir que, esas sencillas personas, si bien tenían el cuerpo avejentado y estropeado por la dureza de su vida campesina, al escuchar y contemplar a Jesús, sintieron cómo su fe en Él les regeneró interiormente. Efectivamente, como hemos proclamado con el salmista: desde lo hondo suplicaron a Jesús y Él –misericordiosamente– les redimió de sus pecados y les indicó la senda de la salvación.

En definitiva, este pasaje del Evangelio nos habla de la importancia de permanecer junto a Jesús escuchándole y contemplándole, reconociendo humildemente nuestros pecados y arrepintiéndonos de ellos, esperando –llenos de fe– que nos guíe hacia la salvación. Sólo así lograremos integrarnos íntimamente en la Iglesia, es decir, en la familia espiritual de Jesús.

Fray Julián de Cos Pérez de Camino