Reflexión Evangelio Domingo 7 de Abril de 2024. 2º de Pascua
La paz esté con vosotros
El evangelio de hoy nos presenta
una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la
noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.
A pesar de la resurrección los
discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por
temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús se presenta ofreciendo palabras
significativas. Podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron;
sin embargo, le ofrece su paz a eso corazones paralizados y limitados por el
miedo. Dos veces le dice “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro
es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando
vieron al Señor” (20,20). Se trata de la alegría por su victoria, la alegría
sobre todo de su amor, que ha derrotado nuestro egoísmo y nuestra maldad.
Es la paz que viene después de la
victoria. Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por
eso puede traernos la reconciliación y la paz. En vez de un reproche, dirige a
los discípulos un deseo de paz. Somos invitados a experimentar esa paz que nos
regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.
Yo os envió a vosotros
A continuación, después de
repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me
envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho
individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos
comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el
mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las
mujeres, y ahora a los apóstoles.
A fin de comunicarles la fuerza
necesaria para llevar a cabo esta misión, que es la continuación de la suya
(“Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros), Jesús les da el Espíritu
Santo: “Recibid el Espíritu Santo”. El evangelista nos hace comprender así que
el Espíritu Santo es un don del Resucitado, un don que Jesús nos ha obtenido
con su victoria sobre la muerte.
En este sentido, el documento de
Aparecida de la conferencia latinoamericano nos recuerda esta misión: “El
discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de
compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a
Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la
persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios”
(Cfr. DA 278, 2007).
Es tiempo de pascua, tiempo de
reconocer y superar nuestros miedos que nos tiene poco paralizados. Cada uno
tiene sus propios temores, que le quitan el entusiasmo, la decisión, el
impulso. Las inseguridades y las desconfianzas profundas nos vuelven seres
mediocres, que estamos siempre buscando seguridades terrenas. El incrédulo
Tomás nos muestra que el miedo y la desconfianza están unidos. Podemos salir
adelante dejando que la luz y fuerza del Espíritu Santo nos ilumine y teniendo
la certeza que somos enviados por el mismo Jesús Resucitado.
Felices los que crean sin haber
visto
En este párrafo se destaca la
incredubilidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de
hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: “Felices los que crean
sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros.
De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella
con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto,
nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la
fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.
Sucede muchas veces que, también
hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y
prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprochar
al incrédulo Tomás.
Hay que destacar que Tomás pudo
abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en
la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la
importancia de vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser
contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más
fácilmente.
Pero no podemos vivir
intensamente sin una confianza profunda, porque sí estamos inseguros por
dentro, nos volvemos como esos discípulos encerrados, incapaces de producir
algo en la sociedad. Sin esa confianza que toca la raíz del corazón no puede
haber alegría, optimismo, ganas de luchar. Tampoco puede haber una actitud
misionera y generosa.
Finalmente, este texto nos dice
que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; “otras muchas señales” que no
fueron escritas, pero que la Iglesia ha ida transmitiendo de boca en boca y de
generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla
claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: “Conserven fielmente las tradiciones que
recibieron de nosotros, oralmente o por carta”.
Entonces no nos quedemos en los
detalles, no nos detengamos a criticar la incredubilidad de Tomás. Lo que este
texto nos quiere transmitir es que no tenemos que esperar una demostración para
poder creer, y tampoco es necesario ver cosas extraordinarias. Basta permitir
que el Espíritu Santo nos toque, ilumine el corazón y leer el Evangelio con
confianza y apertura. Todos tenemos algo de Tomás dentro de nosotros.
Perseveremos entonces en la oración, la meditación de la Palabra y la vida
comunitaria, para que no crezca la duda sino la confianza creyente, y así dar
testimonio de la fuerza de la fe en la resurrección y con el testimonio de la
caridad fraterna.
Para meditar y reflexionar:
¿Soy un mensajero de la paz y de
la alegría del Evangelio?
¿Cómo bautizados experimenta la
necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado, de ir al mundo, a
anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado?
Tomás pudo abrir su corazón en el
encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad: ¿Sois
parte de una comunidad? ¿Qué te aporta y tú qué le das?
Fr. Leoncio Vallejo
Benítez O.P.
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