Reflexión del Evangelio del Domingo 13º del Tiempo Ordinario.
La
introducción nos propone un ejercicio de reflexión que podemos rechazar.
Atrevámonos, no obstante, a plantearnos su interrogante: ¿en verdad me merece
la pena plantearme la cuestión del seguimiento de Cristo? Y si pienso que sí,
¿hasta qué punto, en vista de las palabras de Jesús?
Lo primero que
nos llamará la atención es que, haciendo un ejercicio de comparación, la
primera lectura del Antiguo Testamento, la exigencia de la invitación de Elías
a Eliseo es menos severa que la del Nuevo Testamento: “ve a despedirte de tu
familia, ¿Quién te lo impide?”; mientras que las palabras de Jesús, no dan pie
a tal dilación: “embárcate ya, si te atreves a lo que te espera, o te quedas en
tierra”, viene a decirnos.
Lo segundo que
nos llama la atención es que, en la primera lectura, Eliseo es llamado por
Elías, es invitado por este, aunque la iniciativa es siempre de Dios, mientras
que en el Evangelio nos encontramos dos situaciones distintas: en el primer y
el tercer individuo es Jesús el que recibe una petición entusiasta para
pertenecer a su grupo de discípulos; de los tres personajes mencionados, solo
en un caso es Jesús el que toma la iniciativa y llama a uno: “sígueme”.
Lo tercero que
nos llama la atención es el tono exhortativo de estas lecturas que no dan
ocasión al individuo a plantearse las cuestiones que formulamos en la
introducción; particularmente chocante resulta este tono en nuestro contexto
social y cultural, marcado por un fuerte sentido de autodeterminación, de
autonomía, de libre albedrio, de rechazo de imposiciones, de exigencia de
razones ante condiciones que parecen incluso atacar nuestro sentido común.
Y estas tres
consideraciones se nos plantean hoy en el contexto de la pregunta más frecuente
en nuestra sociedad actual: ¿para qué? ¿Para qué quieres que te siga? ¿Qué
utilidad tiene? ¿Qué ventaja supone? Ninguno de los personajes de las lecturas
parece tener en cuenta esto, ni se lo plantean. Pero nosotros sí. Y es
relevante que lo planteemos, que nos demos razones suficientes porque si no lo
hacemos no podremos respondernos con honestidad a la pregunta de si merece la
pena, ni, por tanto, si en verdad quiero, y, en consecuencia, aceptar que puedo
enfrentar el reto que proponen las duras condiciones que Jesús impone a su
seguimiento.
Si no nos
respondemos a la cuestión del “para que” nos arriesgamos a lanzarnos al vacío,
a lo loco, sin medir las consecuencias y, sobre todo, aunque vayamos confiados
y sin necesidad de certezas, también podemos ser una llamarada que se queda
reducida a pábilo vacilante a la primera dificultad. La buena voluntad por si
no siempre sirve si no va acompañada de razones consistentes, compromiso,
responsabilidad, honestidad para con uno mismo y coherencia con uno mismo y con
nuestro proyecto de vida. De ahí, y con ello respondemos a la primera considera
ración, que las palabras de Jesús parezcan duras y difíciles de cumplir, porque
el “para qué” de su seguimiento, no es que sea “interesante”, sino lo más
relevante que se nos puede plantear como personas (y como humanidad): la
construcción del Reino, que exige personas maduras y conscientes de lo que el
Reino significa.
En tiempos de
Jesús se pensaba que con su llegada ya había comenzado el final de los tiempos,
de ahí la imperante urgencia y premura con que se plantean las condiciones del
seguimiento. Hoy sabemos que entonces (el evangelio transcribe el Documento Q,
atribuido a los primeros discípulos y por tanto muy cercano al pensamiento del
mismo Jesús, tal vez sus propias palabras e ideas escatológicas) no era el
final esperado, ¿pero acaso hay hoy menos urgencia cuando, después de dos mil
años, nos encontramos en un mundo y ante una humanidad como la qué
contemplamos? ¿Acaso pueden esperar los que mueren de hambre? ¿Acaso pueden
esperar los que viven en guerra? ¿Acaso pueden esperar los desesperados por la
injusticia que impera en nuestro mundo? ¿Acaso pueden esperar los que viven una
vida miserable porque su vida carece de sentido y prefieren la muerte? ¿Acaso
no nos resultó esto un suficiente “para qué”? ¿Acaso no merece la pena (a
nosotros que conocemos todo esto) que lo valoremos y veamos si nos dice algo,
si nos llama, si interpela nuestras conciencias, si nos llama a la acción al
modo de Jesús? Y, sin ingenuidad, pues sabemos lo que este compromiso supone e
implica: nuestra misma vida, nuestro proyecto vital.
A la
consideración segunda, también respondernos conscientemente a la pregunta del
“para qué’” es importante. En los textos hebreos, el elemento central entre dos
elementos similares es la parte principal; por tanto, lo importante no es el
ofrecimiento entusiasta y voluntarioso del primer y tercer personaje (que ante
las dificultades se “quema” y abandona) sino el haber recibido la invitación
del mismo Jesús: la iniciativa es suya, porque el Reino es suyo. Y los que son
de su rebaño, de su Reino, escuchan su voz. No escuchan voces fatuas sino la
misma voz de Cristo que habla e invita hoy y siempre a través de las
mediaciones del mundo: lo que vive la humanidad, las situaciones de la
humanidad y la pregunta por su destino. El que es de su rebaño escucha su voz
porque ya tiene interiorizado en su conciencia el Reino a construir (en lo que
cabe en este mundo) y sus dificultades para brotar en esta tierra; y lo que
implica de nosotros esta construcción: es el que responde a la cuestión del
“para qué” con una palabra: para construir el Reino que me llama desde dentro,
para crear las condiciones de una humanidad nueva distinta de esta sufriente y
sin sentido.
Con lo dicho
hasta ahora podríamos ya dar cabida y suficiente respuesta a la tercera
consideración y objeción referida, en cierto modo la más acuciante para una
mentalidad como la nuestra: ¿Dónde queda nuestra libertad? Si la pregunta del
“para qué” ha obtenido razones suficientes desde nuestra propia conciencia,
desde nuestro propio yo, si no la hemos respondido con indiferencia y
encogiéndonos de hombros, sino comprendiendo que pertenecen a nuestro proyecto
de vida, que ese reino de Jesús coincide con nuestro proyecto de vida, que sus
razones son nuestras razones, su “para qué”, nuestro “para qué”, nuestra
libertad no queda en nada comprometida, como no lo estuvo la de Jesús, para
quien el proyecto de vida era el reino. De hecho, bien podemos traer aquí las
palabras de Pablo en su carta: “Hermanos, vuestra vocación es la libertad.”
Para concluir,
podríamos quedarnos con la duda de si alguno de los tres personajes del
evangelio de hoy al final siguió a Jesús, pero no es la cuestión relevante,
sino la de nuestro comienzo: a ti personalmente, tras lo reflexionado hasta
ahora, ¿te merece la pena seguir a Jesús? No está de más recordar que muchos,
sin conocer a Cristo, le siguen y le han seguido a lo largo de la historia
porque su proyecto vital, sus razones vitales, su conciencia interna, su yo, su
libertad, coincide con la de Jesús.
Fr. Ángel Romo Fraile
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