Reflexión del Evangelio del Domingo 24 de Abril de 2022. 2º de Pascua.
1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y
vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de
Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos
reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las
apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos
entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por
miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice
Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la
religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad”
del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física,
como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de
la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la
misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.
2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas
que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu.
Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un
mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo
Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel
viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los
discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del
resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En
Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor.
Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
3. La figura de Tomás es solamente una actitud de
“anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe
está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como
si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender
así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe
es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta
racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay
verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el
misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su
soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús,
después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el
Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder
comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta
escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores
dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere
creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En
definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar
ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de
hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la
simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se
nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver”
nada, ni entender nada, ni creer nada.
5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con
sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado,
porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida
verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera,
cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los
hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro
personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y
experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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