Evangelio del Domingo 20 de Febrero de 2022. 7º del Tiempo Ordinario.
Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha dicho que la "regla de oro" es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el "sed misericordiosos como Dios es misericordioso". Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.
Se
trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su
identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto
expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una
planta; que recoge el "humus de la tierra". Frecuentemente, cuando se
habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el
cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de
fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es
cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y
no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber
identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.
Por
eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando
existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese
tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se
enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan
desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían
razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba
dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello
para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes
se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de
castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor
y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una
verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de
violencia para muchos. Pero ¿Cómo es posible que Jesús pida a las gentes que
amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es
como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así
es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura
hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente
irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho
tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no
es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos
excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que
está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.
El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone "ser perfectos" (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿Cómo amar a los enemigos?¿Cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de "llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios".
Fray
Miguel de Burgos Núñez
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