Domingo 24 de febrero. 2º de Cuaresma. C
“Dios
sacó afuera a Abraham y le dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si
puedes”. (Gén 15,5). Abraham es conocido como el padre de los creyentes. Las
Escrituras recuerdan su fe. Confió en Dios, aunque lo sacaba de su casa y lo
enviaba a caminos desconocidos. Confió en Dios, aunque le prometía una
descendencia imposible.
Para
Abraham le fa se sustentaba en la escucha de Dios. Efectivamente, su oración
consistía en escuchar a Dios, en aceptar los planes de Dios sobre él. La fe le
exigía mantenerse fiel al proyecto de Dios. Pero esa fe hacía posible su
fidelidad al proyecto que Dios le garantizaba con su alianza.
El
modelo de Abraham es válido también para los cristianos. También en nosotros la
fe genera esperanza. San Pablo nos exhorta a vivir aguardando al Señor y Salvador Jesucristo. A mantenernos en la
esperanza, puesto que sabemos que Él transformará nuestra condición humilde
según el modelo de su condición gloriosa (Flp
3,17 – 4,).
LA
ORACIÓN Y LA NUBE
La
transformación de nuestra condición humana encuentra su modelo definitivo en la
transfiguración de Jesús en lo alto del monte. El evangelio de Lucas (Lc 9,28-32)
nos ofrece algunos detalles que conviene meditar:
•
Jesús se transfiguró mientras estaba en oración. Cambió el aspecto de su
rostro. Bien sabemos que el rostro refleja a la persona. En la oración, el
rostro humano de Jesús nos reveló de una vez para siempre el rostro invisible
de Dios.
•
Con Jesús aparecen Moisés y Elías conversando sobre la muerte que iba a consumar
en Jerusalén. Jesús escucha la Escritura. En ella se anuncia su suerte y su
muerte. La transfiguración no es la meta. Es un indicador del camino que le
lleva al Calvario.
•
Los discípulos preferidos que lo acompañan se caen de sueño. Espabilándose
vieron la gloria del Maestro. Estos mismos discípulos se dormirán también en el
huerto de los Olivos. Y al despertarse verán la angustia de Jesús. Esta
“visión” les prepara para aquella.
•
David quiso construir un templo para Dios, pero Dios preparó a David una casa y
una dinastía. Pedro quiere construir tres tiendas para retener a Jesús, Moisés
y Elías en el ámbito de lo humano. Pero Dios responde introduciendo a los
discípulos en la nube de lo divino.
LA PALABRA Y EL SILENCIO
Desde
el seno de la nube resuena una voz: “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”.
La niebla espesa que nos rodea en lo alto de la montaña, nos priva de ver los
rebaños, pero acerca a nuestros oídos el sonido de sus esquilones. La nube representa a Dios,
siempre invisible, pero siempre cercano a cada uno de nosotros con el misterio
de su palabra.
•
“Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. La transfiguración es la revelación
de Jesús, como hijo eterno de Dios. Nosotros participamos de alguna manera de
su filiación y estamos llamados a vivir el espíritu de la filialidad.
•
“Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. La transfiguración nos anuncia la
elección de Jesús como mensajero de la bondad y misericordia de Dios. Nosotros
hemos sido elegidos para colaborar en su misión liberadora.
•
“Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. La transfiguración nos presenta a
Jesús como el profeta que transmite las palabras de Dios. Nosotros somos
invitados a prestar atención a su mensaje de vida y esperanza.
-
Señor Jesús, tú nos conoces bien. Y sabes que de la palabrería insensata de
Pedro, hemos de pasar a escuchar la voz de Dios para terminar recogidos en el
silencio que conserva tu palabra. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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