Reflexión Evangelio Domingo 11 de Mayo de 2025. 4º de Pascua. Domingo del Buen Pastor.
Jesucristo afirma dos veces en el
capítulo décimo de san Juan que Él es “el Buen Pastor” (vv. 11 y 14) y dos
veces afirma también que Él es “la puerta” (vv. 7 y 9). Explícitamente dice el
Señor que Él ha venido al mundo para que tengamos “vida abundante” (v. 10), que
explicita diciendo que es Él quien da “la vida eterna” (v. 28).
Jesucristo establece una relación
directa con nosotros, pues nos conoce (vv. 14 y 27) y tal conocimiento implica
reciprocidad, es decir, que también nosotros necesitamos “conocerle” (cf. v.
14), indicando una reciprocidad como la que existe entre Jesucristo y el Padre
del cielo: igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre (v. 15). Nuestro
conocimiento de Jesucristo determina nuestra voluntad para seguirle, con la
seguridad de no perecer ni ser arrebatados de sus manos (cf. v. 29), lo que
implica una confianza total en quien nos da “vida eterna” (v. 28).
Esta confianza total en
Jesucristo es la garantía de nuestro vivir diario, avivando siempre nuestra
relación personal con el Señor, una relación de verdad concreta, vivencial,
práctica para nuestra vida en medio de las dificultades y contrariedades que se
presenten a lo largo del camino de nuestra vida. La promesa del Señor es
rotunda: Nadie las arrebatará de mi mano, no perecerán para siempre, yo les doy
la vida eterna (cf. v. 28).
Lo que debemos procurar
personalmente es nuestra unión con Jesucristo, contando con la presencia y la
acción del Buen Pastor, que nos conoce, que sabe de nosotros y que cuenta con
nosotros para dar a conocer su reino en este mundo, tan necesitado de esperanza,
de luz. de paz, de amor, de vida verdadera, sí, de “vida eterna”.
La última afirmación de la página
evangélica es fuertemente polémica para los interlocutores judíos de Jesús, y
al mismo tiempo profundamente reveladora de la identidad de Jesús: Yo y el
Padre somos uno (v. 30). Los judíos entendieron estas palabras como una
blasfemia y agarraron piedras para apedrearlo (v. 31).
¿Cómo entendemos nosotros las
palabras de Jesús? Jesucristo es el Mesías, se identifica con el Mesías
anunciado por los profetas, pero no tal como lo entendían los judíos sino de
manera mucho más determinante, pues es Hijo de Dios.
Hasta aquí ha de llegar nuestra
comprensión de la persona de Jesucristo y desde aquí ha de arrancar nuestro
camino como seguimiento, como discípulos de Jesucristo. Bien sabemos que su
camino pasa por la cruz y de manera semejante también nuestro camino implica la
adhesión a Jesucristo, que lleva consigo la muerte del proprio “yo”, un “morir”
que es la primera condición para poder seguir al Maestro (cf. Mc 8,34), que es
quien nos da “vida eterna” (v. 28).
Sabed que nos dedicamos a los
gentiles (Hch 13,46)
La primera lectura da cuenta de
la llegada de Pablo y Bernabé a la ciudad de Antioquía de Pisidia durante el
primer viaje apostólico, evangelizando Chipre (cf. Hch 13,4-12) y el Asia
Menor. El sábado fueron a la sinagoga de Antioquía y Pablo se dirige a la
asamblea de los judíos a quienes propone un largo discurso (Hch 13,16-47), del
cual la primera lectura presenta, no el contenido, sino la reacción que
ofrecieron los judíos que escucharon lo que Pablo acabada de decirles. Al
sábado siguiente tiene lugar lo que cuenta la primera lectura: la reacción por
parte de los judíos al ver el gran gentío que había acudido para escuchar a
Pablo.
Nos encontramos con un cambio de
estrategia por parte de los misioneros cristianos que, hasta entonces, habían
predicado sólo a los judíos. Viendo que éstos se oponían decididamente a la
predicación de Pablo, este les dijo con toda claridad: Teníamos que anunciaros
primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os
consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.
Así nos lo ha mandado el Señor (vv. 46-47). Citando a continuación el texto de
Isaías 49,6, el mismo que el anciano Simeón refería al Niño que tenía en sus
brazos: A quien has presentado ante
todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo
Israel (Lc 2,31-32).
Pablo sabe que tiene el encargo
de continuar la misión llevada a cabo por el mismo Jesucristo y, viendo que los
judíos se oponen con maneras fuertes a su predicación, mientras que son los
paganos quienes acogen su predicación, con gran alegría sacudieron el polvo de
los pies contra ellos, y se fueron... mientras los discípulos quedaban llenos
de alegría y de Espíritu Santo (v. 52).
Interesante tomar en
consideración la “estrategia” de los apóstoles para cambiar su modo de llevar a
cabo la misión. Se necesita apertura de espíritu para contrastar el propio
punto de vista con el querer del Espíritu Santo, y esto se llama humildad. Sí,
humildad ante la Palabra de Dios, conscientes de que no somos dueños de tal
Palabra sino humildes servidores.
Tomemos en consideración la
respuesta de la Virgen María al ángel de la anunciación: He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).
El Cordero los apacentará y los
conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7,17)
Jesucristo quiere hacernos
partícipes de su intimidad y para esto nos pide que le sigamos de manera
decidida. La visión es grandiosa: una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. ¡Qué lejos quedan los
particularismos! ¡Qué lejos queda el propio “yo”! Una muchedumbre inmensa está
de pie, victoriosa, superada la prueba, “dando culto a Dios día y noche”.
El Cordero, es decir, Jesucristo,
es el centro de la escena, en él descubrimos al pastor y al cordero, a la
cabeza y al cuerpo de la iglesia. Nada hay que temer, ni la derrota ni el
fallo, ni es necesaria la máscara de la hipocresía. Jesucristo nos promete la
vida eterna y nos guía “hacia fuentes de aguas vivas”, que curan toda herida y
“enjugará toda lágrima”.
¡Cuántas heridas, cuántas
lágrimas en nuestro presente, en nuestro mundo, en la familia! Jesucristo, el
Cordero, es nuestra fundada esperanza. Necesitamos unirnos a él, seguir sus
pasos, vivir su vida, la que nos ofrece en la Eucaristía, la que nos identifica
con él mismo.
Se habla de “la gran tribulación”
y bien se puede referir a todas las luchas y persecuciones que la Iglesia
experimenta a lo largo de su historia, también en nuestro tiempo, el tiempo en
el que vivimos y somos protagonistas, llamados a dar el testimonio auténticamente
cristiano y donde cada persona está llamada a dar su respuesta personal,
apoyándose en la seguridad que nos ofrece el mismo Jesucristo, que está con
nosotros hasta el final de los tiempos.
Jesucristo nos ama no tanto por
lo que desearíamos ser sino por lo que somos ya ahora, sus discípulos, sus
seguidores, sus apóstoles, sus enviados a este mundo tan necesitado de paz, de
esperanza, de amor.
¿Cuál debiera ser mi respuesta como persona cristiana, como seguidora de Jesucristo? ¿Cómo afrontar las dificultades que encontramos en el camino de cada día? ¿De qué manera experimentar la presencia de Jesucristo para vivir nuestra fe y para ser testigos creíbles del Evangelio? ¿Qué me dice Jesucristo, el buen pastor? El Señor nos conoce; pero nosotros, ¿le conocemos de verdad? El Señor continúa ofreciéndonos su palabra y dándosenos en la Eucaristía. Espera nuestra respuesta: que le acojamos en nuestro corazón.
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