Reflexión homilética para el Domingo 6 de Mayo de 2018. 6º de
Pascua, B.
“Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace distinción
de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la
nación que sea”. Nos conmueve leer la nota con la que Simón Pedro confiesa
ingenuamente esa convicción que surge en él al entrar en la casa del centurión
Cornelio (Hech 10,34-35).
Un judío entra en la casa de un pagano. Y Dios no
desencadena una tempestad de rayos y truenos, sino que envía el Espíritu Santo
sobre los que escuchan la palabra del apóstol. Los fieles de la circuncisión se
sorprenden al comprobar que se repite el fenómeno de Pentecostés también sobre
los paganos.
Con razón, el salmo responsorial nos invita a proclamar que
“el Señor revela a las naciones su justicia” (Sal 97). Evidentemente Dios es
amor. “El que ama ha nacido de Dios”. Y el milagro no es que nosotros amemos a
Dios, sino que él se ha adelantado y nos ha amado cuando no lo merecíamos (Jn
4,7-10).
PERMANECER EN EL AMOR
El tema del amor retorna en el evangelio que se proclama
este domingo sexto de Pascua (Jn 15,9-17). En él continúa la alegoría de la vid
y los sarmientos, que se leía el domingo pasado (Jn 15,1-8). En ambos textos se
nos remite al Padre celestial. Él es la fuente de la vida que llega hasta los
sarmientos de la vid. Y él es el origen del amor.
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Con
frecuencia pensamos en el amor como un sentimiento que nos acerca a los demás o
nos hace gozar de la simpatía de los otros. Pero antes de ser una relación
entre nosotros, es una revelación del amor que viene de Dios. Jesús es el
eslabón que nos muestra el amor del Padre y nos demuestra su propio amor.
“Permaneced en mi amor”. Es importante “permanecer”. Esa
palabra recuerda la necesaria unión de los sarmientos con la vid para poder dar
fruto (Jn 15,4-7). Se afirma de la relación de Jesús con su Padre (Jn 15,10).
Refleja la exhortación de Jesús a sus discípulos (Jn 15,9-10). Y se menciona
como la señal que caracteriza al discípulo amado (Jn 21,22-23).
EL MANDATO DEL AMOR
Hay que reconocer que a todos nos encanta ser protagonistas
y tener la iniciativa para promover gestos de solidaridad. Como si nuestra
autonomía generase el amor, la caridad y la justicia. Pero el amor no nace de
nuestra iniciativa personal o grupal.
“Esto os mando: que os améis unos a otros”. Así dijo Jesús a
sus discípulos primeros. Los que tenían que aprender a seguir fielmente a su
Maestro, debían aprender la obediencia de la fe y también la obediencia del
amor.
“Esto os mando: que os améis unos a otros”. Esa palabra vale
para la comunidad cristiana de todos los tiempos. Como han escrito los hermanos
de Bose, no es la Iglesia la que hace la caridad, sino que es la caridad de
Dios la que funda y edifica la Iglesia.
“Esto os mando: que os améis unos a otros”. El amor mutuo es
un mandato. El amor no es un sentimiento ni una estrategia. No podemos
limitarnos a amar a los que nos son simpáticos. Jesús nos ha mandado pasar el
amor de Dios a todos los que Dios ama.
Señor Jesús, tú nos has dicho que no hay mayor amor que
entregar la vida por los demás. Tú nos has dado ejemplo con tu vida y con tu
muerte. No permitas que olvidemos tu mandamiento. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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