Reflexión homilética para el Domingo 29 de Abril de 2018. 5ºde Pascua, B.
“Llegado Pablo a Jerusalén,
trataba de juntarse con los discípulos, porque todos le tenían miedo, pues no
se fiaban de que fuera discípulo” (Hech 9,26). Nos sorprende esta anotación del
libro de los Hechos de los Apóstoles. Ya imaginábamos que, tras encontrar a
Cristo, Saulo sería visto como un traidor por los sacerdotes, los fariseos y
los jefes del pueblo.
Pero también había de tener
dificultades para ser reconocido como un hermano por los discípulos de Jesús.
No sería fácil para ellos perdonar al que había perseguido a los que seguían el
camino de Jesús. Evidentemente, Saulo había de pasar por una profunda
purificación. Solo el testimonio de Bernabé ante los apóstoles, llevaría a la
comunidad a acogerlo.
Hay una frase que se repite en el
texto. En Damasco Saulo actúa valientemente en el nombre de Jesús. Y, una vez
reconocido por la comunidad, en Jerusalén predica públicamente el nombre del
Señor. No olvidemos que en el nombre de Jesús, Simón Pedro y Juan habían curado
al paralítico que pedía limosna a la puerta del Templo.
DOS RELACIONES
En este quinto domingo de Pascua
la lectura evangélica nos recuerda la hermosa alegoría de la vid y los
sarmientos, que se pone en boca de Jesús en el discurso que sigue a la última
cena con sus discípulos (Jn 15,1-8). Como se puede observar, en esta alegoría
Jesús revela dos relaciones que resumen su identidad y su misión.
“Yo soy la verdadera vid y mi
Padre es el labrador”. Israel era la vid plantada con amor y cuidada con
esmero. Sin embargo, no había producido los frutos esperados (Is 5,1-7). Pero
Jesús es la vid verdadera. Él mismo se revela como hijo del Padre. El Padre lo
ha plantado y cuidado. Y él ha dado los buenos frutos que el Padre esperaba.
“Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos”. Por otra parte, Jesús está unido a sus discípulos. Ellos son los
sarmientos de esa vid. Curiosamente, ellos son necesarios para que Jesús pueda
entregar su fruto a la humanidad. Pero el fruto no nace de ellos, sino de la
vid a la que están unidos.
EL FRUTO
Tanto al referirse a la relación
con su Padre como al mencionar la relación con sus discípulos, Jesús repite
hasta siete veces el verbo “permanecer”. Nadie puede dar fruto si no permanece
en Jesús y no permite a Jesús que permanezca en él.
“Sin mí no podéis hacer nada”.
Esa afirmación de Jesús era una advertencia, tan oportuna como necesaria, para
sus discípulos. Demasiadas veces se sintieron tentados por el ansia del poder o
de la eficacia.
“Sin mí no podéis hacer nada”.
Esa afirmación de Jesús es un aviso para todas las instituciones de la Iglesia.
Todos los planes pastorales serán ineficaces, si falta la unión con el Señor y
la escucha de su palabra.
“Sin mí no podéis hacer nada”.
Esa afirmación de Jesús nos recuerda cada día a todos los cristianos la
necesidad de mantenernos vigilantes y disponibles para el encuentro con el
Señor de la vida.
Señor Jesús, sabemos que tú
eres la vid y nosotros los sarmientos. Tú has querido que seamos necesarios
para que se vean tus frutos en el mundo. Pero que ese privilegio no nos haga
olvidar que sin ti no daremos los frutos que la humidad espera. Amén
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario