Reflexión homilética para el Domingo 4 de Febrero de 2018. 5º del tiempo ordinario, B.
“Al acostarme pienso: ¿Cuándo me
levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba”.
Así se lamenta Job, deprimido y agobiado por su enfermedad (Job 7,4). Su
experiencia es la de muchas personas enfermas, a las que se les hace larga la
noche.
En su origen, la palabra
“enfermo” refleja la situación de la persona que no tiene apoyo suficiente para
sostenerse en pie. Los síntomas de las enfermedades pueden variar, pero el
sentimiento de sentirse débil e incapacitado para moverse es común a todos los
que se ven aquejados por el dolor.
Pero a la luz de la fe, podemos
confesar con el salmista: “El Señor sana los corazones destrozados y venda sus
heridas (Sal 146,3).
Aunque san Pablo se refiera a sus
relaciones con los paganos y con los que dudaban de su fe, sería bueno hacer
nuestra su propia confesión: “Me he hecho débil con los débiles, para ganar a
los débiles” (1 Cor 9,22).
EL SERVICIO
Eso mismo es lo que había hecho
Jesús. Al salir de la sinagoga de Cafarnaúm, un día de sábado, se dirigió a la
casa de Simón y de Andrés. La suegra de Simón estaba enferma, con fiebre. Jesús
se acercó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Pero al contacto con
Jesús, se le pasó la fiebre y se puso a servirles (Mc 1,30-31).
El texto evangélico nos sitúa en
un día de sábado. Se nos dice que Jesús participa en la oración de su pueblo y
a continuación cura a una enferma. Una dedicación no debería ser jamás un
obstáculo para la otra. Evidentemente, la mirada a lo alto no puede hacernos
olvidar los dolores y sufrimientos de aquí abajo.
Algo parecido ocurre con los
discípulos. Salen del espacio de oración que los ha acercado a lo divino, pero
no olvidan la realidad del dolor humano. De hecho, interceden ante Jesús a
favor de la enferma. Jesús no rehúsa acercarse a ella, sino que le trae la
salud. Y ella pasa de la servidumbre al servicio. Sin pretenderlo, se convierte
en modelo para nuestra vida.
LA MISIÓN
A continuación el texto pretende
resumir tres actividades propias de Jesús. En realidad, son tres componentes de
su misión.
En primer lugar, la compasión y
la sanación. Al ponerse el sol, es decir, pasado ya el descanso sabático, las
gentes acercaron a Jesús a muchos enfermos y él los curó.
En segundo lugar, la oración. De
madrugada, estando todavía oscuro, Jesús se retiro a un lugar solitario y se
puso a orar.
Y en tercer lugar, la
predicación. Reunido con sus discípulos, Jesús los invita a dirigirse a las
aldeas cercanas para predicar también allí.
Señor Jesús, con frecuencia
nosotros caemos en la tentación de simplificar tu misión y también la nuestra.
Siguiendo tus pasos, tendremos una visión integral de lo que tú esperas de
nosotros. Ayúdanos a armonizar esas tres tareas. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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