Reflexión homilética del Domingo 11 de Febrero de 2017. 6º del tiempo ordinario, B.
“El que haya sido declarado
enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba rapada y
gritando: ¡Impuro, impuro!” Esa normativa del libro del Levítico, que hoy se
lee en la misa (Lev 13,1-2,44-46), se coloca nada menos que en el marco de una orden
que Dios entrega a Moisés y Aarón.
Es evidente que la norma trataba
de preservar al pueblo del contagio de la lepra. Pero también queda claro que
por entonces no se tenía muy en cuenta la dignidad del enfermo, que era dejado
a su propia suerte, es decir, a su propia desgracia.
A él se podrían aplicar las
palabras de confianza que nos invita a repetir el salmo responsorial: “Tú eres
mi refugio; me rodeas de cantos de liberación” (Sal 31).
No sería justo que, pasados los
siglos, nosotros nos comportáramos de una forma que podría escandalizar a los
demás. San Pablo nos advierte hoy contra ese peligro que siempre puede
afectarnos (1 Cor 10,31-11,1).
LA CURACIÓN
La antigua norma bíblica sobre la
lepra que se recuerda en la primera lectura ha sido evocada para preparar
nuestra mente y nuestro corazón a la escucha del evangelio que hoy se proclama
(Mc 1, 40-45). En este texto, se evoca la curación de un leproso por parte de
Jesús.
En primer lugar, escuchamos la
humilde súplica del enfermo, que se limita a manifestar su fe: “Si quieres,
puedes limpiarme”. Tanto en él como en nosotros es importante esa confesión del
querer y del poder de Jesucristo. Todos sabemos de qué manchas y llagas puede
librarnos el Señor.
En un segundo momento, vemos el
gesto de Jesús. Contra todas las normas en vigor, extiende su mano y toca al
leproso. El papa Francisco comenta que Jesús no se sitúa a una distancia de
seguridad, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal. Una
buena lección para toda la Iglesia y para cada uno de nosotros.
En un tercer momento, escuchamos
la palabra de Jesús: “Quiero, queda limpio”. Esa declaración es la
manifestación de la misericordia de Dios y de la compasión de su Enviado. Él
desea nuestra limpieza integral. Sólo falta que nosotros reconozcamos nuestra
enfermedad, nuestra vulnerabilidad, nuestras manchas.
LA EXHORTACIÓN
Ahí podría concluir el relato.
Pero el texto añade una doble exhortación que Jesús dirige al que se ha
acercado a él con tanta confianza.
Como todos los que han sido
librados de la lepra, también él ha de presentarse a los sacerdotes y cumplir
el ritual establecido. No es una mera norma ni una penitencia. Es el requisito
para que pueda integrarse de nuevo a la sociedad. “Los hombres no son islas”,
como escribió el poeta John Donne.
Y el curado ha de guardar
discreción sobre lo que Jesús ha hecho con él. El llamado “secreto mesiánico”,
tan típico del evangelio de Marcos, debía preservar la libertad de Jesús para
anunciar el Reino de Dios. Pero, de alguna manera, el que ha sido librado de la
lepra contribuye a la difusión del mensaje del Maestro.
Señor Jesús, tú bien sabes que
nos cuesta admitir nuestra debilidad. Pero necesitamos acercarnos a ti con toda
confianza. Sabemos que eres compasivo y misericordioso. En ti depositamos
nuestra esperanza, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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