Reflexión homilética para el Domingo 22 de Octubre de 2017. 29 del Tiempo Ordinario, A.
“Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay dios”. Un profeta anónimo presenta ya a Ciro, rey de los
persas, como el ungido del Señor (Is 45,5). Un título que se reservaba
anteriormente al rey de Israel.
Ciro ha sido elegido por Dios
para liberar a Israel y a los otros pueblos oprimidos por los babilonios. Es
verdad que él no conoce a Yahvéh, pero Yahvéh lo conoce a él. Lo conoce, lo
elige y le concede el poder para que lo use con justicia (cf. Is 41,2).
Sin embargo, ninguno de los
grandes y gobernantes de la tierra, puede atribuirse a sí mismo un poder que se
debe solamente a Dios. El poder se deslegitima a sí mismo cuando cae en la
tentación de divinizarse. Con razón el salmo responsorial proclama que “el
Señor es Rey, él gobierna a los pueblos rectamente” (Sal 95,10).
En su primer escrito, Pablo
menciona ya las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Y además
recuerda a los fieles de la ciudad de Tesalónica que también ellos han sido
elegidos por Dios (1Tes 1,1-5), y guiados por la fuerza del Espíritu Santo.
ELOGIO Y PREGUNTA
En lugar de los sacerdotes y los
senadores del pueblo, en el texto que hoy se proclama los protagonistas son los
fariseos. Han buscado la forma para sorprender a Jesús y se dirigen a él con un
elogio y una pregunta (Mt 22,15-21).
“Maestro, sabemos que eres
sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad”. El evangelio de
Juan pone en boca de otro fariseo llamado Nicodemo ese mismo título y ese mismo
elogio (Jn 3,2). Los fariseos reconocen a Jesús como Maestro. Pero no se puede
olvidar que Jesús conoce su “mala voluntad”.
“Dinos qué opinas: Es lícito
pagar impuesto al César o no?” Jesús comprende que con esa pregunta vienen a
“tentarle”. No en vano han llegado acompañados por los partidarios de Herodes.
Si dice que sí, se enfrenta con el pueblo. Si responde que no, se enfrenta con
el imperio.
El escenario se presta a una
cuestión política. En realidad, los discípulos de los fariseos y los
partidarios de Herodes ni esperan ni pueden ofrecer a su pueblo la libertad.
Sólo desean lavar su propia imagen, comprometiendo a Jesús.
LA MONEDA
La respuesta de Jesús se articula
en tres partes: una interpelación, una pregunta y una exhortación:
“Hipócritas, por qué me tentáis?”
No importan tanto las palabras como las actitudes que esconden. Los fariseos
reconocen que Jesús dice la verdad. Pero Jesús conoce que ellos viven en la
mentira.
“¿De quién son esta cara y esta
inscripción?” La ley prohibía llevar imágenes. Pero los que presumen de cumplir
la ley olvidan sus preceptos cuando deciden utilizarla para sus manejos
políticos.
“Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”. Ninguna frase evangélica ha sido tan manipulada
como esta. Si la fe no tiene por qué mezclarse en la política, tampoco los políticos
pueden instalarse en el puesto de Dios.
Señor Jesús, reconocemos tu
amor a la verdad. Perdona nuestra hipocresía. Y no permitas que subamos al
poder y a los poderosos al puesto que solo corresponde a Dios. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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