Reflexión homilética para el domingo 16 de julio de 2017. 15 del Tiempo Ordinario, A.
“Como bajan la lluvia y la nieve
desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de
fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que
come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que
hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55,10-11).
Al principio de este capítulo se
invitaba a recibir la palabra de Dios, presentada con las imágenes del trigo,
el vino y la leche. Todos los demás alimentos no podían satisfacer al hombre
(Is 55,1-2). Ahora la palabra de Dios se presenta con la imagen de la lluvia
que fecunda los campos. Así que el alimento y la fecundidad son los grandes
dones de Dios.
Como el labrador espera una buena
cosecha, “también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en
nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de
nuestro cuerpo” (Rom 8,23).
LA PARÁBOLA
El evangelio que se proclama en
este domingo 15º del tiempo ordinario nos ofrece el conocido mensaje sobre el
sembrador y la semilla (Mt 13,1-23). La primera parte se presenta como una
parábola que refleja la decisión de Dios. El sembrador sale al campo y arroja
la semilla. Dios no es tacaño en la sementera. Esparce su semilla con
generosidad.
Las aves del cielo, las piedras y
los abrojos representan serios inconvenientes para que la semilla produzca
fruto. Estos obstáculos no pueden ser ignorados, pero no constituyen toda la
realidad de los campos. Y sobre todo, no pueden frustrar las intenciones del
sembrador. Siempre hay una porción de buena tierra que acoge la semilla y la
ayuda a germinar.
A pesar de todas las
dificultades, el sembrador desea que su palabra produzca un fruto abundante.
Nada puede hacer fracasar sus proyectos y esperanzas. El ejemplo de Dios no
puede quedar en el olvido. Como él, tambien nosotros “sembremos en los hombres
el ejemplo de obras sinceramente buenas”, como dice san Bernardo.
LA ALEGORÍA
La segunda parte del texto
evangélico se nos presenta como una alegoría que refleja las actitudes de los
hombres que reciben la palabra de Dios.
Algunos escuchan la palabra del
reino, pero no la entienden. Viene el maligno y roba lo sembrado en su corazón.
Les falta formación.
Otros escuchan la palabra y la
acogen con alegría en su corazón. Pero son inconstantes ante la dificultad o la
persecución. Les falta perseverancia.
Otros escuchan la palabra pero
permiten que la ahoguen los afanes de la vida y la seducción de las riquezas.
Les falta austeridad.
Otros escuchan la palabra, la
acogen, la meditan, la difunden, dan un testimonio vivo de lo que ha producido
en su vida. Solo les falta agradecer a Dios esos mismos dones.
Señor Jesús, tú has proclamado
dichosos los ojos de los que te vieron y los oídos de los que te escucharon.
Abre tú nuestros sentidos para que seamos conscientes del valor de tu palabra y
demos el fruto que el Padre espera de nosotros. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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