Homilía en la Festividad del
Bautismo del Señor. Domingo 8 de Enero de 2017.
“Mirad a mi siervo, a quien
sostengo; mi elegido, en quien me complazco”. Así comienza el primero de los
cuatro cánticos del Siervo del Señor (Is 42, 1). No sabemos si se refiere a un
personaje concreto o bien a toda la comunidad de los fieles de Israel.
De todas formas, el poema refleja
la elección de alguien que recibe el Espíritu de Dios y es enviado para una
misión estupenda: la de proclamar la alianza de Dios y la luz que él derrama
sobre todos los pueblos. Una misión liberadora para todos los cautivos de las
mil cadenas que pueden amarrar a los humanos.
El texto de los Hechos de los
Apóstoles que hoy se proclama recoge unas palabras que Pedro pronuncia en la
casa del centurión Cornelio. Jesús, ungido en su bautismo con la fuerza del
Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).
EL DIÁLOGO
Al meditar el misterio del
Bautismo de Jesús, muchos nos preguntamos por qué quiso ser bautizado el que
era la suma limpieza. Según los Padres de la Iglesia, Jesús bajó al Jordán,
como Josué lo cruzó para conducir a su pueblo a la tierra de la libertad. El
evangelio de Mateo introduce un diálogo intrigante para muchos creyentes:
“Soy yo el que necesito que tú me bautices,
¿y tú acudes a mi?” El Catecismo de la Iglesia Católica interpreta estas
palabras, como el reflejo de una duda de Juan el Bautista (CCE 535). El
evangelista pretende dejar clara la superioridad de Jesús con relación al
Precursor. Y disipar los recelos de los discípulos de ambos.
“Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así
todo lo que Dios quiere”. La respuesta de Jesús refleja su decisión de cumplir
“la justicia plena”, aceptando el proyecto de Dios. Es decir, proclamando con
los signos que Dios ofrece la salvación gratuita a todos los pecadores, a los que
se acerca Jesús en este rito bautismal.
EL ORÁCULO
Una vez bautizado, Jesús salió
del agua y vio que el Espíritu se posaba sobre él en forma de paloma. Un dato
que evoca el final del diluvio. Jesús es la tierra firme que emerge de las
aguas de la muerte. Él es el anuncio de la paz que Dios ofrece a la humanidad y
a todo el mundo creado. Pero a lo que se “ve” acompaña la voz de lo alto que se
“oye”:
“Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco”. Este oráculo es una adaptación de las palabras con las que Dios se
refiere a su Siervo, elegido para salvar a su pueblo por medio de su palabra y
también por sus dolores.
“Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco”. Si en su bautismo Jesús se asocia a la suerte de los pecadores que
bajan al Jordán, su misión de Hijo amado de Dios lo llevará a sufrir por ellos,
es decir por todos nosotros.
“Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco”. Al mostrarnos a su Hijo amado, Dios se nos revela como Padre
universal. Su amor y su misericordia lo acompañan y definen. De esos dones
todos nosotros hemos sido declarados herederos.
Padre de los cielos, que nos
has revelado en Jesús a tu Hijo amado, te damos gracias por la misión salvadora
que le has confiado y te rogamos que tu Espíritu nos ayude a cumplir siempre tu
voluntad. Amén”.
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario