sábado, 29 de octubre de 2016

ZAQUEO Y JESÚS


Homilía para el domingo 30 de Noviembre de 2016. 31 del Tiempo Ordinario, C.

“Señor, tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan”. Con estas palabras del libro de la Sabiduría, que se leen en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Sab 11,23), se pregona la misericordia de Dios con los pecadores.

El texto continúa recordando que Dios ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho. Así que el perdón corresponde a su providencia, que abarca todo lo que él ha creado. Al corregirnos, Dios nos muestra su amor y nos revela la fuerza de su espíritu.

Oportunamente el salmo responsorial nos recuerda que “el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).

Ni los recuerdos del pasado, ni el miedo a un futuro impensable podrán hacernos “perder la cabeza”, como advierte san Pablo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes 2,2).

LA HOSPITALIDAD

El evangelio de Lucas, que tanta importancia concede a los pobres y a los pecadores, nos ha presentado también a algunos ricos insensatos. Hoy nos invita a presenciar el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). También él es un hombre rico. Y en cuanto publicano es considerado pecador. Pero Zaqueo rompe todos los esquemas.

    Zaqueo tiene curiosidad por conocer a Jesús. Ese deseo lo lleva a salir al camino y a superar esa dificultad de ser bajo de estatura. Como Dios buscó a Adán entre el follaje del paraíso, Jesús descubre a Lázaro entre las ramas de un árbol.

    Zaqueo desea conocer a Jesús, pero Jesús desea hospedarse en la casa de aquel pecador. Un encuentro de deseos, que lleva al publicano del “ver” al “acoger” con alegría. Si Zaqueo nos recuerda a Adán, también nos recuerda la hospitalidad de Abrahán.

    Zaqueo ha pasado una vida defraudando a los demás, pero decide ahora compartir sus bienes con los pobres. Y se aplica a sí mismo el castigo que David decretaba contra el malvado que se apropiaba de la oveja de su vecino.

LA SALVACIÓN

Las palabras que Jesús pronuncia ante el gesto de Zaqueo son un verdadero evangelio de la misericordia:

    “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. El mismo evangelio ha presentado a otro publicano que bajó justificado del templo (Lc 18,14). La salvación no viene por los ritos, sino por la misericordia que el hombre recibe de Dios y por la misericordia que él mismo practica.

    “También este es hijo de Abrahán”. No basta con presumir de ser hijos de Abrahán según la sangre como pretendían los que escuchaban al Bautista (Lc 3,8). Hay que llegar a ser hijos de Abrahán, aceptando a Dios como Señor y practicando una hospitalidad generosa.

    “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Jesús había dicho eso mismo, sentado a la mesa del publicano Mateo o Leví, que había escuchado su invitación a seguirle (Lc 5,32). También el hijo pródigo se había perdido pero fue encontrado.

Señor Jesús, te damos gracias porque te acercas a nosotros y nos das la oportunidad de acogerte al hospedar a nuestros hermanos más despreciados y marginados. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

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