Homilía para el Domingo 25 de Septiembre de 2016. 26 del Tiempo Ordinario, C.
“Os acostáis en lechos de
marfil…, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo…, bebéis
vinos generosos… y no os doléis de los desastres de José” He ahí un resumen de
las invectivas de Amós contra los ricos egoístas de Samaría. Su tranquilidad no
los librará de tener que salir muy pronto hacia el destierro (Am 6, 4-7).
El profeta-pastor se escandaliza
no sólo por la comodidad de los ricos de Samaría, sino, sobre todo, por la
indiferencia con la que tratan de ignorar las desgracias padecidas por las
gentes de las tierras de Efraím y Manasés. Pagarán su insensibilidad con la
deportación.
En ese contexto, es muy
significativa la exhortación da san Pablo a Timoteo: “Hombre de Dios, practica
la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza” (1 Tim 6,
11). No podemos olvidar el salmo que hoy cantamos: “El Señor hace justicia a
los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos”(Sal 145, 7).
EL MÁS ACÁ Y EL MÁS ALLÁ
El evangelio de Lucas nos
presenta hoy la parábola del rico y el pobre (Lc 16, 19-31). Solo un manuscrito
le adscribe al rico el nombre de Neves, que algunas tradiciones entienden como
despectivo. El pobre se llama Lázaro, que significa “Dios ha ayudado”. Además
de esta diferencia, la parábola contrapone dos escenarios y tres tiempos.
El primer cuadro refleja la vida
de cada día. Vemos que el rico se viste de púrpura y de lino y goza de
espléndidos banquetes. El vestido y la comida revelan la riqueza de que goza.
Por el contrario, el pobre yace a su puerta, cubierto de llagas, que lamen los
perros, y con ganas de saciarse de las migajas que caen de la mesa del rico.
El segundo cuadro se abre al más
allá de la muerte. El rico está en los infiernos. Reconoce al padre Abrahán. Y
le ruega que envíe a Lázaro para que le refresque la lengua. Abraham lo
reconoce como hijo, pero le explica el cambio de la suerte: él, que tuvo bienes
en vida, ahora padece mientras que Lázaro, que solo tuvo males, ahora encuentra
consuelo.
LA ESCUCHA Y LA SEÑAL
En la parábola hay todavía un
tercer tiempo, en el que el rico intercede por sus hermanos. Si Abrahán les
envía a Lázaro como mensajero, tal vez recapaciten y puedan evitar caer en el
mismo lugar de tormento. Y aquí se mencionan otras dos respuestas de Abrahán:
“Tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen”. En la Biblia tiene una gran importancia la
“escucha” de la palabra de Dios. En escuchar y cumplir esa palabra está la
salvación. Por eso es preciso preguntarse qué es lo que nos impide escucharla.
“Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. El pecado y la tibieza
nos impulsan a vivir a la espera de una señal “especial” de Dios para
decidirnos a cambiar de vida. Pero la señal ya se nos ha ofrecido.
Señor Jesús, bien sabemos que
la señal divina es la presencia humana del pobre. Así lo indicaban la Ley y los
profetas. Y así nos lo has enseñado tú con tu ejemplo y tu palabra. No permitas
que caigamos en el doble pecado de la satisfacción y la indiferencia. Bendito
seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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