Homilía para el Domingo 11 de Septiembre de 2016. 24 del
tiempo ordinario, C.
“Anda, baja del monte, que se ha
pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del
camino que yo les había señalado” (Éx 32,7). Con esas palabras se dirige el
Señor a Moisés para anticiparle el espectáculo bochornoso que va a descubrir
cuando descienda al llano.
Dios había adoptado a Israel como
su pueblo. Ahora parece desentenderse de él al decir a Moisés. “Se ha
pervertido tu pueblo”. Dios había tomado la iniciativa de sacar a su pueblo de
Egipto. Ahora parece cargar esta responsabilidad sobre Moisés. La apostasía del
pueblo enciende la ira de Dios. Pero ante la súplica de Moisés, Dios se
arrepentirá de la amenaza que pronuncia contra su pueblo (Ex 7,14).
San Pablo reconoce que, a pesar
de haber sido un blasfemo, un perseguidor y un violento, Dios se ha compadecido
de él (1 Tim 1, 12-17). Por eso, la asamblea litúrgica canta en este día:
“Misericordia, Dios mío por tu bondad” (Sal 50, 3).
LA ALEGRÍA
Tres parábolas sobre pérdidas y
encuentros. Tres parábolas sobre la alegría (Lc 15). Un capítulo que quedaría
flotando en el recuerdo, aunque todo el evangelio se olvidara. Así lo pensaba
el poeta Charles Péguy.
Un pastor perdió una oveja. La buscó y
logró encontrarla. Y, alborozado, invitó a sus amigos a felicitarlo. Una mujer
perdió una moneda. La buscó y al encontrarla, pidió a sus vecinas que la
felicitaran. Jesús concluye estas parábolas con una misma profecía: “Habrá
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
En la tercera parábola hay un hijo que abandona
el hogar, pero se arrepiente y vuelve. En su casa no hay cerrojos. Hay un padre
que recibe al que se había perdido. Y hay otro hijo que no se ha ido de casa,
pero no la vive como el hogar del amor y la armonía. Pero su padre lo invita a
alegrarse: “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo
hemos encontrado” (Lc 15, 32).
EL TERCER HIJO
Hace muchos años explicaba yo a
los niños de la parroquia la “parábola del hijo pródigo” y de su padre
misericordioso. En un momento les dije que en la tercera parábola me faltaba un
tercer hijo. Un hijo que no abandonara el hogar. Un hijo que esperara a su
hermano y se adelantara a preparar con alegría la fiesta para recibirlo en la
casa.
De pronto, un niño levantó su
mano para pedir la palabra. Nunca olvidaré su observación: “Ese tercer hijo
también aparece en el evangelio. El tercer hijo es el mismo que cuenta la
parábola”. Y así es. Una vez más, un niño nos ha evangelizado. Jesús no reniega
del amor del Padre. Y tampoco reniega del hermano. Su amor y su alegría nos
acogen en el hogar.
Señor Jesús, el pueblo de
Israel alcanzó el perdón a pesar de su idolatría. Tú nos enseñas que no es el
reproche, sino la alegría lo que corona el reencuentro cuando nos hemos
perdido. Te reconocemos como “el rostro de la misericordia de Dios”. Bendito
seas por siempre, Señor. Amén.
D. José Román Flecha Andrés
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