Homilía para el Domingo 10 de
julio de 2016, 15 Tiempo Ordinario, C.
“El precepto que yo te mando hoy
no es cosa que te exceda ni inalcanzable… El mandamiento está muy cerca de ti:
en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. El libro del Deuteronomio pone en boca
de Moisés estas palabras que hoy se proclaman en la celebración de la
Eucaristía (Dt 30,10-14).
Sin duda estas observaciones eran
útiles para los hebreos que sentían la tentación de pensar que los mandamientos
eran imposibles de cumplir. El texto les decía que no estaban en las nubes,
sino en su propio corazón. Pero esa reflexión no pertenece solo al pasado.
Alcanza en nuestro tiempo una evidente actualidad.
Adorar a Dios, honrar a los
padres, defender la vida humana, promover una limpieza integral, luchar por la
justicia y mantenerse fieles a la verdad. Esos valores, tutelados por los
mandamientos, responden a los anhelos más profundos de nuestro corazón. Esos
ideales éticos nos hacen personas y contribuyen a crear una cultura humana y
humanizadora.
EL DOBLE AMOR
Esos valores pueden ser
descubiertos por la razón. Por eso son comunes a todos los pueblos. Ahora bien,
lo específico de los cristianos es que los hemos visto reflejados en Jesús de
Nazaret. La carta a los Colosenses nos presenta hoy a Cristo Jesús como imagen
del Dios invisible y como principio y prototipo del ser humano (Col 1,15-20).
En el evangelio que se proclama
en este domingo reaparece la pregunta por los mandamientos (Lc 10,25-37). Un
letrado pregunta a Jesús cuál de ellos es el más importante. Tal vez era una
pregunta teórica. Entre los letrados se discutía cuál de los mandamientos era
el más importante. El gancho del que podía colgar toda la Ley.
También en nuestro tiempo es
importante esa pregunta. El Papa Francisco nos dice que la evangelizacion ha de
centrarse en el núcleo central de la fe, que es el amor misericordioso de Dios.
Pero nosotros solemos hablar de todo menos de Dios.
De todas formas, Jesús devuelve
la pregunta al letrado. Así podemos descubrir que él mismo había ya descubierto
la importancia de los dos mandamientos principales: el amor incondicional a
Dios y el amor desinteresado al prójimo.
EL PRÓJIMO
Es verdad que en aquel tiempo
muchos se preguntaban quién es el prójimo al que hay que amar. Algunos se
negaban a reconocer como prójimos a los que no pertenecían a su pueblo, a su religion
y a su cultura. Otros, rechazaban a los vecinos que no cumplían la ley.
• Esa cuestión permanece en
nuestro tiempo. De hecho, excluimos del amor a pobres e inmigrantes, a niños no
nacidos o a enfermos incurables. Tenemos nuestros propios criterios, que a
veces llamamos “carismas”. No reconocemos como prójimo al que Dios nos
presenta.
• El criterio para reconocer al
otro como prójimo es muy discutible. Rechazamos al que no simpatiza con nuestro
equipo deportivo. O al que no da su voto a los políticos de mi partido. ¿Por
qué es tan difícil firmar alianzas para el bien de todos? ¿Quién nos ha dado el
derecho de excluir a los demás?
Señor Jesús, con la parábola
del Buen Samaritano te has reflejado a ti mismo. Nos has enseñado a descubrir a
nuestro prójimo. Y nos has enfrentado con nuestra última verdad. Bendito seas,
Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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