Homilia para el Domingo 3 de julio de 2016, 14 Tiempo Ordinario, C.
“Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos
los que la amáis, alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto…” Con
esta exultante invitación a la alegría se abre el texto, tomado del libro de
Isaías, que hoy se proclama en la primera lectura (Is 66,10).
Ha pasado el exilio del pueblo
hebreo en Babilonia. Hay que olvidar el pasado y soñar en el futuro. Hay que
soñarlo con esperanza, diseñarlo con alegría y construirlo con paciencia. La
alegría es como el eslabón que une a la esperanza y a su hermana la paciencia.
O tal vez es el fruto de la colaboración entre ambas hermanas.
Claro que no podemos pensar que
todo ese proceso se debe a nuestras propias fuerzas. En el final de la carta a
los Gálatas, san Pablo nos recuerda que es preciso cultivar una cuarta virtud:
la humildad: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”
(Gál 5,14).
COMUNIÓN Y FRATERNIDAD
Pues bien, ese abanico de
actitudes se refleja también, y con creces, en el evangelio que hoy se proclama
(Lc 10,1-12.17-20). En él se nos recuerda que, además de contar con sus
apóstoles más cercanos, Jesús eligió a otros setenta y dos discípulos y los
envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares, adonde pensaba
ir él.
A propósito de este texto
evangélico, el Papa Francisco ha anotado que Jesús no es un misionero aislado.
No quiere realizar a solas su misión. Decide contar con la colaboración de sus
discípulos para anunciar el Reino de Dios. El gesto es muy significativo. Jesús
quiere difundir el amor de Dios ya con el mismo estilo de la comunión y la
fraternidad.
El relato subraya las cualidades
que se requieren del discípulo. Ligereza para anunciar la llegada del Reino de
Dios. Pobreza para no confiar tan solo en sus instrumentos, sino sobre todo en
el mismo mensaje que anuncia. Generosidad para llevar la palabra y los gestos
de la paz a todas partes. Sencillez para aceptar la hospitalidad. Y libertad
para dejar los lugares en los que no se acoja su palabra.
SALIDA EN HUMILDAD
Finalmente, el texto deja
constancia de la alegría con la que los discípulos volvieron dando cuenta de
sus éxitos al Maestro que los había enviado. Jesús se congratula con ellos y
les asegura el poder que les ha confiado. Pero eleva sus miradas hacia otros
horizontes:
“No estéis alegres porque se os someten los
espíritus”. Es cierto que el anuncio del Evangelio produce frutos asombrosos,
aun en una sociedad laical. Con demasiada frecuencia, medimos nuestros
esfuerzos con los criterios habituales en nuestro ambiente. Nos tienta la mundanidad.
O el ansia de protagonismo.
“Estad alegres porque vuestros nombres
están inscritos en el cielo”. La alegría distingue a los creyentes y a los que
anuncian el evangelio. Pero la alegría no se identifica con las satisfacciones
inmediatas. San Pablo recuerda la presencia de la cruz. Y Jesús nos invita a
mirar al cielo. Es decir, a reflexionar sobre el proyecto de Dios y la meta a
la que tendemos.
Señor Jesús, te agradecemos que
hayas querido contar con nosotros para anunciar el mensaje del Reino de Dios.
Ayúdanos a salir sin demora, sin ascos y sin miedos, con esperanza y alegría,
con generosidad y humildad, para que tú seas conocido y acogido en todo el
mundo. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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