Homilía Domingo 19 de
junio de 2016, 12 Tiempo Ordinario, C.
“Me mirarán a mí, a quien
traspasaron”. Esas palabras están tomadas del texto de Zacarías que hoy se lee
en la celebración de la Eucaristía (Za 12, 10-11. 13,1). El profeta transmite
un oráculo del Señor en el que se anuncia en primer lugar la liberación del
pueblo judío, cautivo en Babilonia, y después la renovación de Jerusalén.
Por una parte se promete una
actución de la justicia de Dios contra todos los pueblos que destruyeron a
Jerusalén y deportaron a sus habitantes. Al mismo tiempo se promete un espíritu
de gracia y clemencia sobre los habitantes de Jerusalén. Es la inversión de las
suertes, como la que reflejará la parábola del pobre Lázaro y el rico que lo
ignoraba durante la vida.
Pues bien, en ese contexto se
incluye una frase misteriosa: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”. Los
diversos significados que puede adquirir coinciden en algo importante. El
sacrificio del Siervo de Dios se convierte en fuente de salvación. Al
contemplar a la víctima, las gentes podrán arrepentirse y alcanzar
misericordia.
LA IMAGEN DEL TRASPASADO
En su carta a los Gálatas, san
Pablo nos recuerda que los que nos hemos incorporado a Cristo por el bautismo,
nos hemos revestido de Cristo (Gál 3,27). En nosotros, Dios construye la nueva
Jerusalén. Gracias a su misericordia, podemos vivir en la fe y en la esperanza,
dando frutos de comunión fraterna entre las personas y los pueblos.
Pero el eco de la primera lectura
no se desvanece en el aire. No olvidamos la imagen del traspasado. Sabemos que
ha sido aplicada por el evangelio de Juan a Jesús crucificado y traspasado por
la lanza de un soldado: “Mirarán al que traspasaron”.
En el evangelio que hoy se
proclama, Jesús anuncia su pasión y muerte: “El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho. Ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). Evidentemente la muerte de
Jesús no había de ser un simple accidente de trabajo.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
Esa profecía de Jesús no ha
surgido de improviso. El evangelio la coloca inmeditamente después de unas
preguntas fundamentales que Jesús dirige a sus discípulos.
• “¿Quién dice la gente que soy
yo?”. No era difícil responder. Bastaba con prestar atención a los comentarios
de la gente que se iban encontrando con Jesús. Todo lo identificaban con algún
profeta. Como los antiguos profetas, Jesús hablaba en nombre de Dios. E
invitaba a su pueblo a la conversión.
• “Y vosotros, quién decís que
soy yo?”. Esta segunda pregunta era una interpelación directa a la fe de sus
discípulos. Ante esas palabras, ellos tendrían que reflexionar y decirse a sí
mismos qué esperaban de Jesús y por qué lo estaban siguiendo. Esa pregunta se
nos dirige a los creyentes de todos los tiempos.
• “Eres el Mesías de Dios”. Así
respondió Pedro en nombre de todos. Si la primera respuesta de los discípulos
requería una cierta información sobre las opiniones de la gente, esta segunda
respuesta comporta la confesión personal de la fe en la identidad y la misión
de Jesús, el Ungido de Dios. Ante esa respuesta, Jesús revela su futuro de
entrega y de muerte.
Señor Jesús, traspasado por nosotros,
a ti se vuelve nuestra mirada. Agradecemos tu entrega y tu muerte redentora. Y
nos comprometemos a confesarte como Mesías y Señor. ¡Bendito seas por siempre!
D. José-Román Flecha Andrés
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