Homilía para el Domingo 12 de Junio de 2016, 11 Tiempo Ordinario, C.
“El Señor perdona tu pecado. No
morirás” (2 Sam 12,13). Este texto nos remite a un inolvidable drama en cuatro
tiempos. La primera escena nos recuerda el doble pecado de David: adulterio y
asesinato. La segunda escena recoge la parábola que le cuenta el profeta, la
confesión arrepentida del rey y la certeza del perdón de Dios, que le transmite
Natán.
Con frecuencia pensamos que el
Antiguo Testamento nos presenta un Dios vengativo, cuando la verdad es que él
mismo se revela como un Dios compasivo y misericordioso. Como las ideas se
quedan en las nubes, los textos de la Primera Alianza nos presentan numerosos
iconos humanos que reflejan la bondad divina.
El icono del rey David, pecador e
interpelado, arrepentido y perdonado, nos representa a todos. Nuentro pasado,
nuestro presente y nuestro futuro. Es decir, la memoria de nuestras faltas. La
necesidad de escuchar las exhortaciones a la conversión que recibimos todos los
dias. Y el horizonte de perdón y de gracia que Dios abre ante nuestros ojos.
EL DESDÉN Y LA GRATITUD
El domingo pasado comenzamos a
leer la carta de san Pablo a los Gálatas. En el texto que hoy se proclama (Gál
2,16-19.21) se repite hasta tres veces que el hombre no se justifica por
cumplir la Ley de Moisés, sino por creer en Cristo Jesús. Con razón puede
exclamar el Apóstol: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quen vive en mí”.
El que ha sido justificado ha
sido rescatado del pecado, ha sido perdonado, ha sido hecho justo. Este don no
podemos conseguirlo con nuestras propias fuerzas. Ni siquiera por el
cumplimiento de las normas de la Ley. La justificación es totalmente gratuita.
No se compra ni siquiera con el amor. Es la gracia de Dios la que nos ayuda a
amarle como se debe.
De la Ley y del amor nos habla el
texto evangélico de hoy. Por un lado están los fariseos como Simón. Ellos se
consideran como exactos cumplidores de la Ley. Eso les basta, puesto que
piensan que no tienen nada que agradecer a Dios. Ante Jesús solo sienten
curiosidad y desdén. Por el otro lado hay una mujer pecadora. Ella piensa que
nada la justifica ante Dios. Ha recibido su perdón en gratuidad. Por eso lo
agradece con gestos que revelan su amor y su gratitud.
GESTOS Y VALORES
Hay un fuerte contraste entre el
fariseo que ha invitado a Jesús a comer con él y la mujer que, sin ser invitada
al banquete, llega hasta Jesús para realizar los signos de su veneración. Así
lo constata Jesús, subrayando tres gestos con tres palabras clave. He ahí tres
valores con frecuencia olvidados en nuestra cultura.
• El agua para los pies. Un signo
imprescindible ante el huésped que llega de camino. Con él se refleja el valor
de la hospitalidad que ha de sustituir a la indiferencia actual.
• El beso de acogida. El saludo
habitual que sella el encuentro de la amistad. Con él se nos invita hoy a
recuperar el valor de la confianza entre los hermanos.
• La unción. Con ella se
acompañaba el rito de la consagración de los elegidos. Con este signo se
expresa hoy la necesidad de reconocer el honor debido a la persona.
Señor Jesús, tú nos recuerdas
que sólo quien se sabe perdonado es capaz de mostrar amor. No permitas que
caigamos en la mentira de considerarnos perfectos. Todos necesitamos el don de
tu misericordia. Bendito seas, Señor.
D. José-Román Flecha Andrés
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