"Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados." (Mt 5,5)
Su nombre era María, que
significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea;
de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de
Galilea, o Lago de Tiberiades.
Jesús, al dar su Espíritu a sus
apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él
hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de
la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.
María, hermana de Marta y Lázaro,
era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a
los pies del Señor. “No te acerques a
mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario,
la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus
servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La
contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos
pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando
Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la
esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama
por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su
Resurrección.
A imitación de la gran Santa María Magdalena,
vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la
santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos
hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no
teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de
Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que
haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas,
elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que
busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus
ricos tesoros.
Cuatro menciones en los
Evangelios:
1) Los siete demonios. Lo primero
que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete
demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída
por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz.
Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud
profundísima.
Nuestro Señor decía que cuando
una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros
siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser
peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme
paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos
espíritus.
A nosotros nos consuela esta
intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus
dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria,
envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del
orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el
mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y
lo mismo podemos afirmar de los demás.
Pero hay una verdad consoladora:
Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a
tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su
inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en
favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de
todos nosotros.
2) Se dedicó a servirle con sus
bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le
hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle
pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que
colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas
cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o
de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban
la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los
mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres,
etc...
3) Junto a la cruz. La tercera
vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la
cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del
Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No
era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo
junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en
esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.
San Mateo (Mt 27,55), San Marcos
(Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba
la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han
pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz
del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.
4) Jesús resucitado y la
Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús
resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se
habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los
pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos
volver a ser buenos amigos de Cristo.
Los cuatro evangelistas cuentan
como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el
sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:
"Estaba María Magdalena
llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús.
Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.
Dicho esto se volvió y vio que
Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué
lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el
encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde
lo has puesto, yo me lo llevaré.
Jesús le dice: '¡María!'
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque
todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi
Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue María Magdalena y les dijo a
los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27,
11).
Esta mujer tuvo el honor de ser
la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.
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