Reflexión Homilética para el Domingo 15 de Febrero de 2015. 6º Tiempo Ordinario, B.
“El enfermo de lepra andará con
la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando:
¡Impuro, impuro!” (Lev 13,45). Las severas normas del libro del Levítico tratan
de evitar el contagio con los leprosos. Estos han de vivir aislados y vestir de
forma que puedan ser distinguidos desde lejos. Su eventual acogida en la
comunidad es lenta y cautelosa.
Mientras dure la lepra han de ser
considerados como impuros. No están limpios. La soledad que se les impone no es
un castigo sino una forma de prevención, muy dramática por cierto. La limpieza
es entendida a la vez en sentido higiénico y en sentido ritual, De hecho, la
lepra requiere un rito de purificación y de limpieza (Lev 14,2).
Estas observaciones nos llevan a
pensar en otras formas de impureza. En el mundo actual, la limpieza de las
personas y de los lugares ha llegado a identificar el grado de cultura y de
desarrollo de las personas y de los pueblos. Pero se echa de menos una limpieza
integral, de las personas y de las estructuras sociales.
TRES MOMENTOS
También en el evangelio que hoy
se proclama aparece un leproso (Mc 1,40-45). Se acerca a Jesús y postrándose de
rodillas, le suplica diciendo: “Si quieres, puedes limpiarme”.
El evangelio anota cuidadosamente
los pasos que se siguen en la escena. En un primer momento, Jesús siente
compasión por el enfermo que le suplica, extiende su mano y toca al leproso,
como contraviniendo todas las normas vigentes en su ambiente. Para asombro de
todos, el enfermo queda limpio al instante.
En un segundo momento, Jesús
impone al leproso un silencio y una declaración. El silencio responde a la
decisión de Jesús de pasar inadvertido por el momento. Y es también una
justificación del rechazo que encuentra a su paso. Y la declaración a los
sacerdotes no es sólo una obediencia a la Ley sino la única posibilidad de
circular con libertad.
En un tercer momento, el leproso,
ya curado de su enfermedad, no cumple el mandato de guardar silencio, sino que
se convierte en pregonero de su propia curación. Esta publicidad hace que Jesús
ya no pueda entrar abiertamente en los poblados. El Maestro trata de ser
discreto, pero su fama se difunde por toda la región.
DOS FRASES
De todas formas, el evangelio nos
invita a reflexionar sobre las dos frases que resumen el diálogo entre el
enfermo y Jesús.
“Si quieres, puedes limpiarme”.
En el Antiguo Testamento, el pecador pedía a Dios la limpieza del corazón: “Oh
Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal
51,12). Nosotros, como el leproso hemos de dirigir esa súplica confiada a
Jesús.
“Quiero, queda limpio”. Jesús
sabe que no basta limpiar los vasos por fuera (Mt 23,25). Hay que limpiar el
corazón, del que nacen los males que contaminan al hombre (Mt 15, 18-20). Pero
la gracia y la fuerza que vienen de Jesús pueden limpiarnos del pecado.
Señor Jesús, tú te compadeces
de nuestra lepra y de nuestros harapos. Recuérdanos tú la bienaventuranza de
los limpios de corazón para que podamos “anunciar” la verdad y la rectitud de
la conciencia en un mundo que al bien llama mal y al mal le llama bien, como ya
lamentaba Isaías (Is 5,20). Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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