Homilía para el Domingo 8 de Febrero de 2015. 5º Tiempo Ordinario, B.
“Mis días corren más que la
lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo y que
mis ojos no verán más la dicha” (Job, 1, 6-7). Con estas lamentaciones de Job
se cierra la primera lectura de este domingo. Seguramente muchos enfermos y
ancianos se identificarán con ellas.
Lo más sorprendente es que,
inmediatamente antes, Job había dicho que la noche se le hacía larga y que se
hartaba de dar vueltas hasta el alba. Dicen que una ancianita solía repetir:
“Qué corta es la vida y qué largas se hacen algunas tardes”. Aunque el tiempo
total de nuestra existencia se nos haga corto, hay situaciones que parecen
frenar el reloj.
Y una de esas situaciones es
precisamente la enfermedad. Los días que se transcurren en un hospital parecen
ser mucho más largos que los días de nuestras vacaciones. Quien se cree dueño
de su propia vida se dará muchas veces por vencido ante la experiencia de la
enfermedad. El misterio del dolor pone en entredicho todas nuestras
seguridades.
LIBERTAD Y SERVICIO
El evangelio de Marcos comienza
evocando las actividades que han de llenar el tiempo de Jesús durante su vida
pública (Mc 1, 29-39). Hay tres actividades que anuncian toda su misión
profética: la predicación por las aldeas de Galilea, la oración silenciosa antes
del amanecer y la curación de los enfermos.
La predicación en la sinagoga lo
revela como un maestro que habla con autoridad. La oración lo lleva también a
la sinagoga en el día del sábado, y lo encamina después a lugares descampados y
desiertos. Su compasión con los enfermos se manifiesta de nuevo en la sinagoga,
pero también en las casas y en los caminos
El relato de la curación de la
suegra de Pedro nos sitúa en un día de sábado. La mujer no ha podido acudir a
la sinagoga, pero el Maestro viene a su casa. Este es uno de esos momentos que
marcan el paso de la Antigua a la Nueva Alianza. Jesús no teme ignorar algunas
normas que repiten los maestros de la Ley. Se acerca, toma de la mano a la
enferma y la levanta.
Ese gesto es determinante. A la
mujer se le pasa la fiebre y se levanta para servir a Jesús y a los discípulos
que han comenzado a seguirle. La que era esclava del mal ha sido liberada por
Jesús. Pero su libertad se convierte en decisión y en acto de servicio. La
suegra de Pedro y su curación se presentan, pues, como una especie de parábola
en acción.
LA EVANGELIZACIÓN
Al anochecer termina el descanso
del sábado. Las gentes traen los enfermos hasta Jesús precisamente al anochcer,
cuando se pone el sol. Y Jesús los cura ante la admiración general. Pero
después de orar durante la última parte de la noche, Jesús invita a sus
discípulos diciendo: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para
predicar también allí; que para eso he venido”.
Vámonos a otra parte, a las
aldeas cercanas”. Jesús no se deja atrapar por las exigencias inmediatas de las
gentes, que buscan en él una solución a sus problemas. La Iglesia no es una
organización asistencial, como dice el Papa Francisco.
“Vámonos para predicar”. Jesús
será recordado como un Maestro y un predicador itinerante. El evangelio dice
que anuncia el Reino de Dios y exhorta a la fe y a la conversión. Por eso Pablo
puede exclamar: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”.
“Para eso he venido”. Jesús
reconoce que su misión es anunciar la buena noticia de Dios. La Iglesia ha
ejercicio siempre en el mundo una impagable labor de asistencia a los pobres y
a los enfermos. Pero es bien consciente de que ha de ser fiel, sobre todo, a su
misión de evangelizar.
Señor Jesús, te reconocemos
como el Maestro y el testigo de la misericordia de Dios. Tus gestos son una
enseñanza para toda la Iglesia y para todos los que pretendemos seguirte por el
camino. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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