Homilía para el Domingo 21 de diciembre de 2014. 4º de
Adviento, B.
“Afirmaré después de ti la
descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré el trono de su realeza.
Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”. Esa es la promesa que
Natán transmite a David de parte de Dios. Merece la pena leer toda la profecía
que hoy se proclama en la primera lectura de la misa (2 Sam 7).
David ha manifestado su voluntad
de construir una casa para el Señor. Pero, por medio del profeta, Dios le
comunica que es Él quien ha decidido elegir la casa de David, protegerla y
conservar a sus descendientes en el trono: “Tu casa y tu reino durarán por
siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
Junto a la alianza entre Dios y
su pueblo, se establece ahora otra relación especial con David, que se
manifestará en nuevas bendiciones. El hijo de David no será hijo de Dios por
naturaleza. Nunca podrá ser divinizado.
Pero será hijo de Dios por elección
y por una especie de adopción.
Por eso habría de ser un signo de su gracia.
EL HIJO DEL ALTÍSIMO
En el evangelio que hoy se lee
(Lc 1, 26-38) el anuncio del ángel Gabriel a María recuerda aquella profecía de
Natán: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre
Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin”.
Jesús es heredero de la estirpe
de David. Su realeza es hereditaria. Él viene a remediar el fracaso de los
reyes descendientes de David que no fueron fieles a la alianza. Jesús viene,
sobre todo, a renovar aquella alianza y a revelar su sentido más profundo. La
elección de Dios tiene una dimensión espiritual, un destino universal en el
espacio y perenne en el tiempo.
Jesús heredará el trono de David.
Pero nunca tratará de reivindicar para sí mismo un poder sobre las tierras y
las cosas. Jesús no viene a imponer su soberanía por la fuerza. Viene a
proponer un camino de salvación y de gracia, que poco tiene que ver con las
apetencias humanas de interés, de gloria y de prestigio.
Jesús es en verdad el Hijo del
Altísimo. No es tan sólo un hijo por elección. Él mismo habrá de explicar su
relación personal con su Padre. Él habrá de repetir una y otra vez que el Padre
y Él son una misma cosa, por decirlo con palabras muy pobres. Comparten el
mismo origen y la misma voluntad. Son un mismo querer y un mismo proyecto.
PALABRA Y VIDA
En este cuarto domingo de
Adviento es muy importante el contenido del mensaje del Ángel. Pero no se puede
olvidar la figura de María, a la que se dirige el mensaje. Sus palabras son un
evangelio dentro del Evangelio.
“Aquí está la esclava del Señor”.
El proyecto de Dios no se cumplirá por medio de las altaneras pretensiones de
los que buscan el poder a toda costa. La humildad que caracterizaba a los
siervos nos prepara para prestar atencion a la voluntad del Señor sobre
nosotros y sobre nuestro mundo.
“Hágase en mí según tu palabra”.
Sin embargo, con no ser poco, no basta con prestar atención a la voluntad de
Dios. Es preciso acoger la palabra de Dios con un corazón limpio y generoso,
como el de María. Como escribió San Agustín, “la Palabra de Dios se hizo vida
en su vientre porque antes se había hecho verdad en su mente”.
- Padre de los cielos, te
reconocemos como Señor de la historia humana. Tu amor nos ha enviado a Jesús.
Queremos aceptar su reinado de gracia y de verdad. Y, al escuchar la palabra
que nos diriges cada día, prometemos aceptar tu voluntad. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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