Homilía Domingo 9 de Noviembre de 2014. 32 Tiempo
Ordinario A.
“Del zaguán del templo manaba
agua hacia levante”. Es hermosa esa imagen que nos trasmite el profeta Ezequiel
y que la liturgia proclama en este día (Ez 47,1-2.8-9.12). De los cimientos
mismos del templo de Jerusalén, el profeta ve brotar un abundante manantial de
aguas. Este torrente cruza el desierto y llega hasta purificar las aguas
salobres del Mar Muerto. De esta forma “habrá vida dondequiera que llegue la
corriente”.
Esta visión profética nos
introduce hoy en la celebración de esta fiesta de la Dedicación de la Basílica
de San Juan de Letrán, consagrada ya en el año 324 a Jesucristo Salvador. Una
enorme inscripción grabada en la base de una de las pilastras de la fachada nos
la presenta como “Cabeza y Madre de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”.
Pero la dedicación de esta
Iglesia, catedral del Obispo de Roma, nos lleva a dar gracias a Dios por su
presencia entre nosotros. Y, sobre todo, a recordar que todos los bautizados
somos templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros, como se lee
hoy en la primera carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor 3,9-11.16.17),
EL TEMPLO DEL RESUCITADO
En el evangelio que se proclama
en esta fiesta, recordamos también la reacción de Jesús ante los mercaderes que
inundaban los atrios del templo de Jerusalén (Jn 2,13-22). A muchos cristianos
les agrada imaginar aquel episodio, para afirmar a continuación que también hoy
Cristo tendría que limpiar no sólo el templo material sino toda la Iglesia de
Dios.
Y es verdad. Pero el texto
evangélico subraya especialmente unas palabras de Jesús que resultaron
misteriosas en su tiempo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”.
Bien sabemos que el discurso de Jesús sonaba a blasfemia a los oídos de
aquellos que veneraban el templo de Dios más que al Dios del templo.
Sin embargo, el texto evangélico
anota oportunamente que “Jesús hablaba del templo de su cuerpo”. Recordar es
pasar la historia por el filtro del corazón. Y los discípulos recordaron
cordialmente esas palabras cuando Jesús hubo resucitado de entre los muertos.
Levantar el templo era para Jesús triunfar sobre la muerte y anunciar la buena
noticia de la vida.
LA TENTACIÓN DEL MERCADO
Además de este sentido
cristológico, el evangelio de hoy contiene una importante nota moral. Jesús
quiere que tanto nuestro cuerpo como el cuerpo mismo de la Iglesia sean
reconocidos como morada de Dios:
“No convirtáis en un mercado la
casa de mi Padre”. En una cultura marcada por la frivolidad, es bueno recordar
que nuestro cuerpo y el de los demás es morada de Dios. El respeto al cuerpo es
un deber que brota de la fe bautismal.
“No convirtáis en un mercado la
casa de mi Padre”. En un mundo afectado por el interés, conviene tener presente
que también el mundo creado ha de ser respetado como casa de Dios y casa del
hombre. La ecología y la ecoética son impensables si se pierde la esperanza en
el futuro.
“No convirtáis en un mercado la
casa de mi Padre”. En un mundo señalado por el individualismo, es necesario
redescubrir el valor de la comunidad. La Iglesia es el lugar donde se nos
revela Dios. Y nada puede hacerle perder ese carácter sagrado.
- Padre nuestro celestial, el
misterio de nuestros templos nos lleva a vivir de forma que quienes se acerquen
a ellos, a nuestro cuerpo y a tu Iglesia perciban tu presencia paternal y tu
misericordia. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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