Homilía Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo, Domingo 23 de Noviembre de 2014. A.
“Yo mismo en persona buscaré a
mis ovejas siguiendo su rastro…Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero
y macho cabrío”. Ese es el comienzo y el fin de la primera lectura que hoy se
proclama (Ez 34, 11.17). El profeta Ezequiel ha recriminado de parte de Dios a
los malos pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos y se aprovechan del rebaño.
Por eso Dios promete arrebatar su
rebaño de la mano de esos malos pastores y arrancar las ovejas de su boca. Y no
sólo eso. Dios mismo promete cuidar de su rebaño y velar por él. Lo conducirá a
los mejores pastos, buscará a la oveja perdida y sanará a las heridas y a las
enfermas. A las fuertes y gordas las apacentará como es debido.
Esas palabras podían ser
comprendidas fácilmente por quienes escuchaban al profeta. Tal vez muchos de
ellos se alegrarían de esa intervención del mismo Dios en la situación de
corrupción en que vivían. Pero el profeta sabe que Dios es silencioso y
bondadoso, pero no es imparcial. El
Pastor habrá de juzgar con justicia el comportamiento de unos y de otros.
EL JUICIO DEL SEÑOR
Al leer el evangelio que se
proclama en esta fiesta de Cristo Rey (Mt 25,31-46) imaginamos sin duda el
fresco del Juicio Final que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Esa
impresionante escena nos lleva a examinar nuestro comportamiento diario. Pero
este texto es sobre toda una reflexión sobre Jesús, su identidad y su misión,
como se ve por los títulos que se le atribuyen.
Jesús es el Hijo del Hombre y el
hijo del Padre, cuya bendición y maldición pronuncia como una sentencia
definitiva en el momento decisivo de la historia.
Jesús es el Pastor, que conoce
con tal profundidad a sus ovejas y a sus cabras que puede separarlas justamente
de acuerdo con la índole y la conducta que han observado.
Jesús es el Rey y el Señor, que
administra justicia de acuerdo con las acciones y las omisiones de los que
deberían haberlo reconocido, acogido y socorrido durante su vida.
El texto sugiere todavía una
reflexión inolvidable. El pueblo de Israel esperaba un Mesías que viniera a
hacer justicia a sus gentes y a castigar a sus enemigos. Pero el texto
evangélico anuncia que ante el Rey-Pastor se reunirán “todas las naciones”. El
juicio universal del Señor se pronuncia sobre los que se sienten elegidos por
él, y también sobre aquellos que no lo conocen.
Y EL CRITERIO DEL JUICIO
Tras invitarnos a contemplar al
Juez, el evangelio de hoy nos invita a volver la mirada a los que han de ser
juzgados por él, a reflexionar sobre el criterio del juicio, y considerar el
destino que les aguarda: a unos el Reino “preparado” para ellos, y a otros el
fuego que no estaba en principio “preparado” para ellos.
“Venid benditos de mi Padre…
porque tuve hambre y me disteis de comer”. Jesús había ya declarado una norma
fundamental: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe; y quien me recibe a mí,
recibe a aquel que me envió” (Mt 10,40). El camino estaba claro. El juicio
evidencia que algunos habían aceptado esa identificación de todo hombre con
Jesús y con su Padre.
“Apartaos de mí malditos… porque
tuve hambre y no me disteis de comer”. El diálogo se repite. El criterio de la
justicia no es la aceptación de unas verdades de fe ni el número y fervor de
unas oraciones. El juicio consiste en examinar si los juzgados han comprendido
que todo servicio de amor a los “humildes” era un servicio prestado a
Jesucristo, el “hermano” universal.
- Padre nuestro celestial, tú nos
has preparado un Reino, como nos ha anunciado tu Hijo. Sólo nos pides que lo
reconozcamos y ayudemos a él en los más frágiles y humildes de nuestros
vecinos. Porque con ellos se ha identificado Jesús, tu Hijo y nuestro hermano,
que vive y reina y nos espera por los siglos de los siglos. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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