Homilía Domingo 12 de Octubre de 2014. 28 Tiempo
Ordinario A
“Aquel día preparará el Señor de
los Ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares
suculentos y vinos de solera” (Is 25,6).
El texto de Isaías que se lee en este domingo repite por tres veces la alusión
al monte. Isaías vivía en Jerusalén, así que se refiere al templo del Señor,
como meta de la peregrinación de todos los pueblos.
La salvación se expresa en
imágenes fácilmente comprensibles: la muerte es aniquilada; el Señor enjuga las
lágrimas y retira el oprobio que ha pesado sobre su pueblo. La alegría se
manifiesta también en la retirada de los velos propios del duelo y del luto. Y,
sobre todo, en la celebración de un espléndido banquete al que son invitados
todos los pueblos.
El texto contrapone al pueblo de
Dios a los otros pueblos, tantas veces considerados como enemigos. Pero Dios es
un Dios de todos. Su misericordia se extiende por toda la tierra. Así que el
profeta anuncia la salvación para todos. La salvación de Dios comporta la
reconciliación universal. Por tanto, hay motivos más que suficientes para
celebrar una fiesta.
GENEROSIDAD Y EGOÍSMO
La imagen del banquete aparece
también en la parábola que se contiene
en el evangelio de hoy (Mt 22,1-14).
Como se suele decir, el medio es el mensaje. A una sociedad que considera la
elección divina como un peso insoportable, es necesario recordarle que el Reino de Dios es representado por un gran
banquete de bodas.
En un segundo momento, es
importante ver que el banquete se
organiza para celebrar las bodas del hijo del rey. El Reino de Dios es
representado aquí con los colores y los sabores de un banquete nupcial. El Hijo
de Dios se ha desposado con nuestra naturaleza humana. Y esa decisión comporta
alegría y fiesta, amor y vida. No se puede vivir con amargura.
Claro que la parábola incluye un
elemento dramático. Los convidados al banquete lo rechazan. Unos consideran que
sus propios planes e intereses son más importantes que el banquete del rey. Y
otros se sienten ofendidos por la invitación hasta el punto de matar a los mensajeros. Frente a la generosidad de Dios se alzan el
egoísmo y el resentimiento humanos.
LLAMADA Y ELECCIÓN
Con todo, Dios no se da por
vencido en su generosidad. Abre las puertas del banquete a toda la humanidad.
Pero entre los que acuden a la fiesta hay alguno que llega sin traje de fiesta.
Frente a la altanería de los primeros invitados se encuentra el descuido de
quien no sabe valorar la grandeza de la invitación. La parábola concluye con un
proverbio bien conocido:
“Muchos son los llamados y pocos
los escogidos”. La parábola condena un primer pecado: el de ignorar la
invitación de Dios o considerarla menos importante que nuestros intereses
personales.
“Muchos son los llamados y pocos
los escogidos”. Pero la parábola condena también un segundo pecado: el de
creernos con todos los derechos ante Dios y no llevar con dignidad la vocación
que él nos ha dirigido.
- Padre nuestro, gracias por
habernos invitado al banquete de tu reino. Perdona que a veces no aceptemos tu
llamada y que no la vivamos de acuerdo con tus preceptos. Ayúdanos a disfrutar
de verdad la alegría de tu fiesta. Amén.
D. José Ramón Flecha Andrés
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