sábado, 18 de enero de 2025

"NO TIENEN VINO"

 

Reflexión Evangelio Domingo 19 de Enero de 2025. 2º del Tiempo Ordinario.

Tanto en el primer domingo como en este segundo domingo del tiempo ordinario, las lecturas tienen una cierta continuidad con la fiesta de la Epifanía. En el evangelio de la visita de los magos, Jesús se manifiesta (epifanía) a todas gentes (representadas por los magos de oriente). Por su parte, en el Evangelio del Bautismo, Jesús protagoniza la primera manifestación pública de su misión, realizando un gesto programático de humildad sometiéndose voluntariamente al bautismo de penitencia de Juan. En este segundo domingo, Jesús protagoniza la tercera de las epifanías realizando su primer signo en las bodas de Caná.

Esta tercera manifestación de Jesús surge con motivo de una anécdota acontecida en una boda en la que María, Jesús y sus discípulos son invitados. Los judíos no concebían un banquete festivo, ni unas bodas sin vino. El vino se había terminado antes de hora y María advierte el problema. Nadie perdonaría la falta de vino por imprevisión o poca generosidad de los esposos. María comunica la situación a Jesús. A pesar de la evasiva inicial de Jesús, María sabe que Jesús va a solucionar el problema y pone a los criados a las órdenes de Jesús, quien convierte el agua de las purificaciones en un vino excelente, ante el asombro del mayordomo y los servidores.

Es evidente que San Juan en este episodio pretende comunicarnos algo más que una mera anécdota. Varias significaciones de este acontecimiento narrado por San Juan podemos señalar:

Lo primero que llama la atención es que la primera intervención pública de Jesús, (que hemos de considerar también programática) no tiene aparentemente nada de “religioso”. No acontece en el templo o en una sinagoga. Jesús inaugura su actividad profética asistiendo a una boda, con una actitud que define su radiante cordialidad social. Con su presencia Jesús viene a bendecir cristianamente una sana participación en un humanísimo encuentro profano y lúdico, de los que tantas veces el ser humano tiene necesidad.

Es asimismo muy importante notar que la primera acción del ministerio de Jesús es su contribución a una existencia gozosa y feliz compartida con los demás. No hay que olvidar esta dimensión fundamentalísima del cristianismo: su carácter reparador y alegre. Cuando Cristo se hace presente aparece el júbilo y el gozo. Cuando Jesús acontece se hace más feliz la vida dura y dolorosa que tantas veces atraviesa la existencia humana. Es preciso recuperar esa perspectiva gozosa del evangelio de Jesús, capaz de aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida. Cuantas personas se han apartado de la fe porque no han visto en la vida de los cristianos esta dimensión, que sin embargo está latente en este primer signo de Jesús. En la conversión de agua en vino se nos propone la clave para captar la acción transformadora de Jesús, que es fermento de vida, gozo y alegría; e indica, asimismo, lo que hemos de vivir y transmitir también sus seguidores.

Con su participación en las bodas de Caná, Jesús bendice también la realidad humana del matrimonio, recalcando que es algo bello y querido por Dios. Pero si relacionamos el evangelio con la primera lectura, la boda de estos dos jóvenes apunta también a la Alianza de Dios con su pueblo. En numerosas ocasiones los profetas expresan la primera Alianza como una relación esponsal entre Dios y el pueblo, y, de manera análoga, también el Nuevo Testamento, con respecto al amor de Cristo por su Iglesia. Las dos realidades se iluminan mutuamente: un verdadero matrimonio humano ayuda a entender el amor de Dios por su pueblo y de Cristo por su Iglesia; y al mismo tiempo, el amor de Dios por el ser humano y la entrega de Cristo por su Iglesia hasta dar la vida, sirven de modelo para los matrimonios humanos.

El agua representa en este evangelio la Alianza ya caduca (el agua de las purificaciones de los judíos) que será sustituida por la Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo: su amor desbordante por la humanidad y su entrega en su vida, muerte y resurrección. Pero las palabras “no tiene vino” deben hacernos reflexionar no solamente sobre una alianza ya caduca y sustituida por una nueva alianza en Cristo, sino también sobre nuestra manera de vivir la fe. Con frecuencia vivimos una “religiosidad aguada”, que no aporta alegría ni convence. El evangelio es una invitación a redescubrir la fuerza renovadora de un Cristo vivo que viene a ensanchar la vida del hombre y a sacarlo de su mediocridad.

Finalmente resaltar que se alude a la hora de Jesús. Todos los hechos de la vida de Jesús (los hechos de su encarnación) son presentados por el evangelista como manifestación de su indisociable trascendencia divina y como anticipo de su misión (su hora) Todos los signos que el evangelista presenta (el agua convertida en vino, el agua de la samaritana, el pan de vida, la curación del ciego, la resurrección de Lázaro, etc), son signos de su Pascua (Habiendo llegado la hora de pasar (pascua) de este mundo al padre, habiendo amado a los suyos…) La hora, sobre la que Jesús dice que no ha llegado todavía es la hora de su glorificación, el paso de su muerte a la resurrección, el paso de este mundo al Padre (según palabras del mismo evangelista). Pero a pesar de que su hora no ha llegado todavía, todo el evangelio de San Juan es una permanente presentación de los signos que apuntan a la hora de la glorificación de Jesús, su auténtica misión en la Tierra.

¿Vivo la fe como una experiencia gozosa llena de alegría por el acontecer de Cristo en mi vida? ¿Sé transmitir y contagiar la alegría del evangelio en mi trato con los demás, sobre todo con los que más sufren? ¿Se acudir a Cristo para que transforme el agua caduca de mi religiosidad o de mi matrimonio o vida familiar en vino nuevo?

Fr. Antonio Gómez Gamero O.P.

sábado, 11 de enero de 2025

"ESTE ES MI HIJO, EL AMDO"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 12 de Enero de 2025, Bautismo de Ntro. Señor Jesucristo.

Jesús se siente amado para solidarizarse

Jesús va al encuentro de una realidad limitada, va donde estaban los hombres, que esperaban convertirse y ser mejores con el bautismo de Juan. Busca a los hombres perdidos, se solidariza con aquellos que se sentían pecadores y se pone a su lado. Su vocación es servir a lo humano, lo débil. Y es ahí y con ellos, donde se rompe el cielo, se junta lo divino y lo humano y se posa sobre él el Espíritu de Dios oyéndose la voz, que le declara Hijo (que lleva a las personas a la plenitud), Amado (que es entrega máxima de amor), Predilecto, (preferido por su vida de servicio). Es el momento en el que la realidad de Dios se instala dentro de la historia humana, haciendo de la entrega de Jesús lo único que hace fecunda la vida.

Todos los dioses necesitan distancia, estar bien arriba y bien lejos para ser más dioses, el Dios de Jesús es pura cercanía. Hay un acceso directo con el cielo roto que nos pone en contacto con sus bendiciones. Esta es la religiosidad del Dios hecho niño (encarnado), que sigue apostando por el hombre.

Cumple la misión del Elegido del profeta Isaías: viene a traer el derecho a los hombres, siendo alianza y luz para ellos y devolviendo la justicia, el orden perturbado que ha robado la dignidad a muchos hombres o que otras veces, el mismo hombre ha despreciado. Este Elegido, Amado del Padre quiere una comunidad feliz, donde reine la justicia y la fraternidad. Va a realizar su misión de una manera muy peculiar con un método y forma no vistos: sin gritar, sin vocear; sin romper la caña vacilante, sin apagar el pábilo ya casi sin luz. Se trata de un método de sencillez, sin violencia, sin pisotear, ayudando en las crisis y avivando la esperanza donde está ya casi perdida.

Nosotros también hemos sido bautizados, habilitados para el servicio

El bautismo en la iglesia comenzó siendo la culminación de un proceso de conversión, en el que se llegaba a tomar la decisión de abrazar la fe cristiana, de estar abierto al Espíritu de Dios, participando de la comunidad cristiana. Hoy una gran mayoría hemos sido bautizados sin ninguna decisión por nuestra parte, quizás con las prisas de participar de la comunidad y para resaltar el don de Dios. De aquí el problema de no estar tan seguros de que hayamos hecho nuestra ratificación y tengamos conciencia viva de lo que significa nuestro bautismo, aunque no es suficiente legalizar nuestro bautismo como punto de partida, sino con sus consecuencias. De aquí la necesidad de descubrir nuestra vocación bautismal en nuestros días.

El bautismo de Jesús nos ayuda a conmemorar nuestro bautismo, a revitalizarle, sobrepasando el rito con una vida humana, entregada y de servicio, porque rompiéndose el cielo se ha desvelado él y nos ha revelado a nosotros que somos hijos amados y predilectos de Dios; hemos sido ungidos, señalados por Dios, habilitados por las bendiciones de cielo, aunque algunos que se dicen cristianos lo sienten como una carga de leyes impuestas que les ha complicado la vida y no lo ven como un don para amar y servir a los demás; otros hacen más hincapié en ser buenos que en hacer el bien, dedicándose a la dimensión personal del bautismo, rebajando de la dimensión social.

Se nos ha dado la capacidad de ser hijos de Dios para poder amar, querer, sentir, ser justos, como hijos del Padre. Esta habilitación siendo para siempre desde nuestro bautismo, se va desarrollando y actualizando en cada momento en las realidades concretas con que nos encontramos. Y se nos encarga la misma misión de Jesús, con sus mismos métodos: hacer justicia y que brillen los derechos creacionales en todo viviente, respetando, valorando, porque cuando cacareamos los éxitos, nos sentimos fuertes, dominadores y superiores, no somos misioneros como Jesús.

Bautizados en el Espíritu de Dios, tantas veces hemos sido rebautizados en las aguas de nuestro mundo: increencia, superficialidad, estética, eficacia, consumo, egoísmo, competencia, placer, …, el progreso, la técnica, “lo digital”, creyendo que son salvadores y que dan sentido a nuestras vidas, pero nos han sumergido en la sumisión, la desilusión, la desesperanza, deshumanizándonos y dejándonos con las manos vacías.

Es hora de hacer realidad la expresión de Juan: “Yo soy el que necesita que me bautices, ¿y tú vienes a mi?” Necesitamos el encuentro constante y permanente con Jesús, que nos ayude a optar por la interioridad, descubriendo lo que nos habita y anima; que nos ayude a confesar que hemos sido bautizados en Cristo, nuestro único Salvador a pesar de que las dificultades culturales y sociales como la satisfacción, el éxito, el tener, el bienestar hayan desplazado la salvación de Cristo para el otro mundo. Estamos en el jubileo de la esperanza, a penas estrenado. La esperanza en la Promesa de Jesús es más importante que aquellas promesas que vemos y se nos meten por los ojos como salvadoras, sin serlo. Ser hijos de Dios nos da alas para vivir, sentir y pensar con otro sentido y otra fuerza que hemos recibido del cielo roto, porque Dios nos ama, está con nosotros y no podemos dejarnos llevar por el sentimiento alimentado por nuestros gustos e inspiraciones a ras de tierra.

Nuestra tarea es pasar del bautismo como rito al bautismo de la vida: ya no hay barreras entre lo divino y lo humano, por tanto, la vida y la misión cristianas son las de Jesús. Bautizados con su Espíritu formamos un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes (unción crismal), ofreciéndonos, dando sentido, proponiéndole con nuestra vida y reinando en la historia que vivimos.

¿Eres consciente del don recibido en el bautismo para hacer el bien y no solo para ser bueno? ¿Te parece que te han impuesto una carga?

¿Has dado el paso del bautismo con agua al bautismo en el Espíritu, del rito a una vida humana, con alas para vivir en libertad de la Promesa, no las promesas?

Con el cielo roto, ¿te sientes amado y preferido por Dios para realizar la misión que asume Jesús del profeta avivando la esperanza, sin pisotear, ni imponer, sino acompañando y ayudando en las dificultades y crisis a de los de tu entorno?

Fr. Pedro Juan Alonso O.P

sábado, 4 de enero de 2025

"EN EL PRINCIPIO, YA EXISTÍA LA PALABRA"

 

Reflexión Evangelio 5 de Enero de 2025. 2º de Navidad.

Prehistoria divina de Cristo Jesús

El evangelista San Juan, representado tradicionalmente en la figura de águila, nos transporta a las alturas para contemplar el insondable designio amoroso de Dios sobre su pueblo: Vosotros habéis visto cómo os llevé en alas de águila y os traje a mí (Ex 19,4). Son los designios de un Dios que se interesa y preocupa por los suyos, que los cobija y protege en todo momento. El mismo Dios que, fiel a sus promesas, supo conducir y acompañar sabiamente a los suyos hasta el destino final de la Tierra Prometida.

Ahora, en el nuevo contexto social y religioso de la cultura griega, tan diferente al pasado de sus padres, los israelitas supieron adaptarse a la nueva situación sin dejar por eso de profesar la misma fe. El Dios Sabio al que veneraron sus antepasados es presentado y celebrado como la Sabiduría personificada. Es la Sabiduría divina, nacida de la boca del Altísimo, que sigue mirando desde el cielo a la tierra y que ha establecido su morada entre los hombres asentándose en la ciudad eterna de Jerusalén, la ciudad de nuestro Dios. Es ahí donde reside el gran Rey y el Templo en el que todo el pueblo festeja y celebra la gloria y grandeza de su experimentado Guía y Protector (Sal 48,3).

Jesús, trascendencia y cercanía de Dios   

De ese Dios excelso que no deja sin embargo de mirar a la tierra. De ese Dios estrechamente vinculado a los avatares de sus criaturas que reclama para todas ellas la dignidad que se merecen. ¿Quién como el Seños Dios nuestro, que está entronizado en lo alto y se inclina para mirar desde el cielo a la tierra? (Sal 113,5-6). El Dios celeste no es un Dios alejado y extraño; se abaja para interesarse realmente por sus criaturas.

Es así como reconocieron con el tiempo los primeros discípulos a Jesús escudriñando cuanto decían las Escrituras transmitidas por sus antepasados. Su Maestro no había venido a abolir la tradición de los padres. Al contrario, ¿no era él precisamente quien la recapitulaba y perfeccionaba culminando todas sus expectativas? Su experiencia, ciertamente paradójica, quedaría bellamente plasmada para siempre en el conocido himno cristológico: siendo de condición divina, asumió la condición humana como uno de tantos para ser finalmente exaltado como Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11). No es otro el eje sobre el que gira toda la vida cristiana, el que la sustenta y le da su plenitud de sentido.

El eco litúrgico de la Navidad

Siguen resonando en nuestros oídos, junto a los villancicos, los textos litúrgicos del día de la Navidad. Somos hijos en el Hijo acampado entre nosotros. Esa es nuestra dignidad. El Verbo, el Hijo Unigénito del Padre, la Palabra encarnada, nos ha revelado al Invisible. Ya lo vislumbraba y testimoniaba a su modo, en actitud humilde, el Bautista, su precursor: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.

Es el eco recogido igualmente por el Apóstol en la segunda lectura, quien se eleva desde el principio al plano trascendente de un Dios que no cesa de derramar todo tipo de gracias y bendiciones sobre sus hijos. De ahí que se explaye ante los suyos prorrumpiendo agradecidamente en una exultante manifestación de alabanza a Dios, pues han sido llamados, desde la eternidad y por amor, a vivir en plenitud una vida santa siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Hijo único del Padre. Esa es la razón también por la que pide al mismo tiempo para ellos espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle plenamente. Lo mismo que pedimos cuantos seguimos meditando y ahondando en el Misterio navideño de Cristo Jesús.

¿Cómo vivo la trascendencia de Dios a lo largo de cada jornada?

¿Comparto mi vida con los demás siguiendo el ejemplo del “Enmanuel”, el Dios con nosotros?

¿Sigo esforzándome por conocer cada día un poco mejor el misterio del Dios hecho hombre?

Fray Juan Huarte Osácar