domingo, 15 de septiembre de 2024

¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?

 

Reflexión Evangelio Domingo 15 de Septiembre de 2024. 24º del Tiempo Ordinario.

Hoy, en las pautas damos preferencia al tema de la fe y las obras sin olvidar la ineludible teología de la cruz; no porque sufrir sea nuestra vocación sino porque no hay cristianismo sin cruz.

Profetizó el Siervo paciente (Isaías 50, 6: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban …, la ofrecí como si fuera un malhechor; y Jesús antes de morir exclamó: “ha de cumplirse en mí esta escritura. Fui contado entre los malhechores” (Lc 22,37)

La teología y la comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, han contemplado como anuncio profético la figura del Siervo paciente referido a Jesús que carga con nuestros pecados y los expía en la cruz. El nos anuncia la salvación y, sin embargo, es despreciado por aquellos a quienes redime. 

El evangelio de hoy (Marcos, 8, 27-35) es el comienzo del núcleo central del segundo evangelio canónico. Hasta ahora los discípulos parecían incapaces de reconocer quien era Jesús. Ahora a partir de la confesión de Pedro: “Tu eres el Mesías” se habla de Jesús como el Siervo sufriente de Isaías que cumple todo lo anunciado en su camino de cruz. Perspectiva esta a tener en cuenta: vida en fe y obras con el yugo incluido de la cruz.

Por tres veces anunció Jesús su pasión y su muerte por nosotros. Jesús sabía bien que se dirigía, desde la cuna hacia la cruz y a la resurrección, pero los discípulos no podían entender que ese fuera el final de un Mesías poderoso y lleno de misericordia en quien creían. De ahí que Pedro se pusiera a reprenderle y Jesús tuvo que reprimirle porque su actitud era satánica e infiel. “Quítate de mi vista, Satanás, ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Desde la perspectiva cristológica de Marcos como teología de la cruz, teología de salvación, salen muy mal paradas las visiones y ambiciones de los discípulos que no podían admitir que el Mesías sufriera, o las nuestras que no acabamos de ponernos al servicio del amor, de la caridad y de la justicia de los más necesitados. Y es que, con la vida, las obras y los actos, es como hay que mostrar la fe.

El teólogo Julio Lois cuando define en que consiste la auténtica espiritualidad cristiana señala tres rasgos: conocer la realidad, cargar con la realidad y cambiar la realidad. Dios nos llama a comprometernos, desde nuestra fe, y con las obras a bajar de la cruz a los crucificados de este mundo. Porque la fe si no tiene obras, por si sola está muerta. Tanto la carta de Santiago como el relato del evangelio de hoy nos alertan contra la tentación de una espiritualidad intimista, una mera adhesión intelectual a los dogmas, o a una privatización de la fe. Y no, la fe es el encuentro personal con Jesús, vivido en comunidad, que nos lleva a vivir en relación filial con el Dios del Reino y con los hombres, nuestros  hermanos.

Se hace Dios presente en nuestros sufrimientos. ¿Cargas con tu cruz? ¿Cómo compaginas en tu vida la fe y las obras? Decir: creo en Dios y no vivir según el plan de Dios es una burla al Señor  y un escándalo ante los hombres.

Fr. Antonio Larios Ramos O.P.

sábado, 7 de septiembre de 2024

"ÁBRETE"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 8 de Septiembre de 2024. 23º del Tiempo Ordinario.

Él viene en persona y os salva (Is 35,4)

El gran Isaías pronuncia esta palabra de esperanza en un momento de mucha dificultad e incertidumbre: cuando Israel, esclavo, se siente cobarde, ciego, sordo, paralítico y mudo. Cuando ha dejado de ser pueblo y ha perdido todas sus expectativas. ¿Alguna vez nos hemos encontrado también así? Se notan dejados de Dios, y piensan que ha huido de ellos a causa de sus propias culpas; pero también se experimentan alejados los unos de los otros… Las circunstancias les han encerrado, pero ellos deciden bloquearse aún más. Es una actitud de aparente defensa que termina haciendo daño. El profeta anuncia ahí lo imposible: aquí está Dios, viene en persona con el único fin de salvar… Cuando todo parece hundirse a nuestro alrededor, necesitamos escuchar y sentir que este es el momento de Dios. Que Él nos quiere vivos, humanos, dignos, tan grandes como nos ha creado. Las situaciones dramáticas con las que nos toca convivir y que nos empequeñecen no tienen la última palabra en nuestra historia: Dios viene en persona para salvarnos.

Acoger a los que están en desventaja.

En el exilio Israel se disgrega. Es lo cómodo: crearse enemigos cuando la situación es dura termina complicándolo todo aún más. ¡Sabemos de lo que hablamos en este mundo de fronteras y sospechas! De tal forma es así que también la primera comunidad cristiana (como quizá las nuestras) se queja de unas diferencias que separan y ocultan la vocación a la unidad. La Iglesia debería hacerse experta en romper barreras que apartan y clasifican, y todos los creyentes tendríamos que hacer el compromiso de esforzarnos por integrar, acoger y cuidar con ternura a quienes están en situación de desventaja. Hoy la pobreza a la que alude el texto es excesivamente amplia, y no se queda en lo económico o social: quizá los que piensan diferente, hablan otra lengua, se sienten en los márgenes morales o han metido la pata de mil formas… Ellos son nuestros hermanos y como tal deben ser tratados y acogidos en esta familia en la que hay un lugar para todos.

En la tierra de los diferentes, recuperar el don del encuentro.

Así empieza el texto del evangelio de Marcos: situando a Jesús en la frontera, fuera del espacio “religioso” de Israel. En la Decápolis no hay, aparentemente, sitio para Dios. Sin embargo, el evangelista deja claro que Jesús se mueve en los márgenes de lo religioso, donde hay otras mentalidades… Pero también están las mismas necesidades, igual sed de vida, dignidad y trascendencia. En estas Decápolis nuestras de lo diverso hay hermanos, no enemigos. Esa es la actitud para moverse entre los diferentes: todos nos podemos enriquecer si dejamos de lado prejuicios y sospechas. Jesús, el Maestro de los encuentros, nos enseña a acoger sin juzgar, a acercarnos, a tocar, a hacer procesos de fraternidad, a sentirnos vecinos que se necesitan y se ayudan. El trato humano es signo de Evangelio y premisa privilegiada de evangelización.

Renovar el regalo del bautismo.

Todo el relato de Marcos parece evocar este sacramento con el que iniciamos nuestra fe. También nosotros, en el espacio de la no-fe (la tierra extranjera) hemos sido conducidos por otros a Jesús, y a Él nos han llevado para sentirlo “a solas”, cara a cara. Jesús nos ha tocado, permitiéndonos escuchar su Palabra en intimidad y haciéndonos testigos de ella con nuestros labios. Él nos ha “abierto” al Evangelio, y nos ha dado -como al protagonista del texto- la capacidad de ser criaturas nuevas que siguen sus pasos, en pie y con una vida plena, que no pueden callar la gloria de Dios. ¡Esta es nuestra propia historia! Volver a la Eucaristía es renovarla en profundidad y con sentido, haciéndonos conscientes de que somos creyentes en un proceso inacabado y siempre nuevo, en el que Dios es protagonista y nosotros responsables de vivirlo con seriedad.

Escuchar y hablar se dan la mano.

Hay cristianos sordos: son aquellos que repiten en su interior “lo de siempre”, lo que aprendieron y que va perdiendo la fuerza del Espíritu. Cerraron sus oídos y a veces se tienen por expertos en la Palabra, sin sentir que Jesús les sigue llamando en lo nuevo. Viven ensimismados y en continua autorreferencialidad… Y hay cristianos mudos: que por miedo o por falta de confianza, o porque nunca se sienten preparados, jamás han pronunciado el nombre de Jesús a otros, ni han contado su experiencia de salvación; cumplen, rezan, viven los mandamientos y leen la Biblia: pero renuncian a ser testigos… La fe tiene ese doble dinamismo que la nutre: estamos abiertos a Dios en su Palabra y en los signos de los tiempos, pero a la vez hablamos, con los labios y las obras, de lo que el Señor hace en nosotros. ¡Lo uno lleva a lo otro!

¿Somos conscientes de la grandeza del bautismo y de la fe que profesamos? ¿Somos personas de fraternidad y esperanza, de encuentros sanadores y sin prejuicios? ¿Sabemos acompasar la fe recibida con el testimonio que damos?

Fr. Javier Garzón Garzón

domingo, 1 de septiembre de 2024

"SU CORAZÓN ESTÁ LEJOS DE MÍ"

 

Reflexión Evangelio del Domingo 1 de Septiembre de 2024. 22º del Tiempo Ordinario.

Vuestra sabiduría y vuestra inteligencia

La sabiduría es el arte de vivir bien. Esto requiere un aprendizaje al que la mayoría llegamos tarde, después de muchos errores y de forma muy imperfecta. Sin embargo, Dios no cesa de indicarnos el camino y de facilitarnos las cosas, sin rendirse nunca. Dios es el que menos desespera de nosotros y de nuestras posibilidades.

En el Antiguo Testamento reveló a Moisés, a los profetas y a otros muchos personajes el secreto de este arte. El pasaje del libro del Deuteronomio que leemos hoy nos presenta con toda sencillez el camino de la sabiduría y de la inteligencia. Se trata de vivir obedeciendo a la Palabra de Dios. El sabio es el que vive escuchando siempre a Dios, con la convicción de que Él no cesa de hablarnos comunitaria y personalmente, y de que lo que nos dice siempre es constructivo, aunque a veces nos duela tanto y se parezca a una medicina amarga.

Ante esta Palabra es frecuente la tentación de acomodarla a nuestros gustos y deseos o a nuestro modo de pensar y de entender la realidad; o la tentación de añadirle algo, pues tenemos la osadía de considerarla incompleta. Pero ese modo de acercarse a la Palabra de Dios es justamente lo contrario de lo que nos hace verdaderamente sabios. Es verdad que la Palabra de Dios ha de ser interpretada para que pueda iluminar el momento presente, sin ahorrar ninguna de las herramientas que tenemos a nuestra disposición; hay que practicar un serio discernimiento; hay que llevarla a la oración; hay que contrastarla con los otros; hay que dejarse interpelar por ella; hay que permitirle que nos cambie. Entonces la escucha será verdadera y salvadora; entonces la Palabra de Dios nos dará la vida verdadera; responderá a nuestros anhelos más profundos; entonces experimentaremos la dulzura de vivir en comunión con Dios; entonces seremos sabios y tendremos inteligencia.

Cristo, regalo perfecto que nos viene de arriba

Después de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios, que nos ha acompañado durante varios domingos, hoy comenzamos la lectura de la carta de Santiago, que parece un comentario al Salmo 14 que le precede. Estaba dirigida inicialmente a los neófitos (la palabra neófito significa literalmente «nueva planta»), es decir, a quienes habían recibido recientemente el sacramento del bautismo. Santiago les invita a explorar con él la nueva vida que han recibido; una vida vivida en el don de Dios, en su Palabra y en su luz. Los primeros cristianos entendían el bautismo como una verdadera iluminación.

El pasaje de hoy comienza invitándolos a contemplar el don del Padre de las luces. Para un cristiano, el don por excelencia, el mejor don, el regalo más maravilloso es Jesucristo. Santiago recuerda también que en el Padre no hay alteración ni sombra de mutación. Esto es una forma de hablarnos de la fidelidad de Dios. Sus dones son sin arrepentimiento. No se echa atrás por nuestras infidelidades, sino que persiste en su generosidad.

Santiago nos dice también que la verdadera escucha de la Palabra de Dios consiste en obedecerla, es decir, en ponerla en práctica. Esa Palabra nos proporciona una ley perfecta, una ley de libertad que nos hace dichosos si la ponemos en práctica en nuestra vida.

A continuación, Santiago nos recuerda en qué consiste la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios: en «atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo». Jesús, en el pasaje evangélico de este día nos enseña en qué consiste esa pureza o incontaminación del mundo.

Pegar el corazón a Dios

Los evangelistas no tienen un interés puramente histórico, no se interesan por la arqueología, sino que quieren despertar la fe de sus oyentes o lectores, en este caso, la nuestra. Por tanto, de nada nos serviría ensañarnos con los escribas y fariseos contemporáneos de Jesús si al leer y meditar este pasaje no aumenta nuestra fe en el Señor. Si los evangelistas insisten tanto en la confrontación entre Jesús y, especialmente, los fariseos no es solo porque estos tramaron su muerte, sino también porque sus comportamientos son una tentación constante para los cristianos de todos los tiempos, y son susceptibles de reeditarse constantemente, aunque con nuevas formas, a veces sutiles. Releer y meditar estos pasajes puede ser un antídoto para evitar caer en los mismos defectos. Ciertamente, los fariseos eran como nosotros, de la misma pasta. La palabra «fariseo» significa «separado». El movimiento fariseo, nacido hacia el año 135 a. C., deseaba la conversión; quería apartarse de todo compromiso político; buscaba la pureza de la fe. Pero, si no estamos vigilantes, aun los mejores ideales y propósitos se corrompen.

Los evangelistas recogen varias confrontaciones entre Jesús, por una parte, y los escribas y fariseos, por otra. Escribas y fariseos trataban de demostrar que Jesús no era un buen maestro porque no enseñaba bien a sus discípulos; se pasaba por alto las tradiciones de los mayores. Hay que reconocer que las tradiciones son muy importantes en la vida de un pueblo; son una riqueza legada por los antepasados, que expresa la sabiduría adquirida; en torno a ellas se forma la identidad de las nuevas generaciones. Por tanto, atacar las tradiciones de un pueblo es atacar su identidad. Jesús no pretende anular las tradiciones, sino purificarlas de los elementos excluyentes y nocivos.

En el pasaje de hoy, Jesús califica a los fariseos y escribas de «hipócritas», y les aplica la acusación que en otro tiempo el profeta Isaías dirigía contra todo el pueblo elegido: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».

El culto verdadero es el que establece una concordancia entre los labios y el corazón; el que brota de un corazón apegado a Dios.

Jesús les critica también porque dejan de lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres. Esta forma de banalizar la palabra de Dios es grave, y destruye la verdadera religión, en la que Dios debe tener el primer puesto, y todo lo demás debe pasar a un segundo plano. Este comportamiento es una constante en la historia de las religiones.

Jesús aprovecha la ocasión para instruir a la gente sobre algo muy importarte y liberador al mismo tiempo, y que no ha sido aprendido ni aceptado por algunas religiones: Solo lo que sale del corazón contamina el hombre, no lo que entra por la boca.

Pero nuestro corazón será verdaderamente puro si está apegado a la fuente de la santidad y de la pureza.

¿Busco la sabiduría que viene de Dios?

¿Escucho con respeto la Palabra de Dios y tengo la esperanza de que me transforme?

¿Mi corazón está apegado a Dios, o está más atento a otras realidades o personas?