sábado, 24 de agosto de 2024

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

 

Reflexión Evangelio del Domingo 25 de Agosto de 2024. 21º del Tiempo Ordinario.

El tema central para la meditación es el de la creencia en relación con Dios, con todo lo que significa este vínculo con la divinidad. Ha sido el escollo principal y lo sigue siendo a lo largo de la historia, también en nuestros días. Hemos de clarificarnos acerca de una cuestión tan decisiva. Somos seres libres y, a la vez, condicionados por la elección del recorrido de una senda, única, en definitiva, para llegar al término. Existe un solo camino, aunque sean múltiples los modos de recorrerlo. Es de libre elección y se opta a recorrerlo personalmente. Es verdad que para llegar a ello se precisa de un buen uso de las posibilidades recibidas, pero también de la ayuda de los semejantes, especialmente de los más allegados, a comenzar por la familia.

La fe es necesaria para el crecimiento en comunidad porque, de otro modo, sufriría todo nuestro ser. Pero esta virtud no es únicamente un valor humano, sino que se necesita de la fe sobrenatural, sin la cual no llegaríamos nunca a vivir la realidad misteriosa de la salvación. Hoy se recuerda que esta fe parte de Dios, pero hay que corresponderla: «Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Josué recordaba ante el pueblo la libertad de que gozaban para la elección de su vivencia religiosa. Podían escoger entre lo que se llevaba y era usual en su entorno, o bien, lo que sintonizaba con sus raíces. Lo primero estaba al alcance; lo conocían y experimentaban, no hacía falta especificarlo. Para lo segundo, ofreció elementos de reflexión: Dios, por medio de Moisés, los sacó de la esclavitud de Egipto. Además, los acompañó incansablemente a lo largo del desierto. Guardaban todos recuerdo de prodigios y signos que realizó, al igual que la defensa obtenida. Israel reaccionó sin titubeos: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor, para servir a otros dioses!». Fueron concordes en mantener su identidad religiosa. Además, el Decálogo guiaba su conducta. Confesaron que valía la pena la dureza del camino.

En el Evangelio, multitudes que participaron en el milagro de la multiplicación panes, acudieron presurosos al encuentro de Jesús dispuesto a predicar abiertamente acerca de cuanto preanunciaba semejante signo. El gentío y hasta muchos de sus discípulos quedaron desconcertados y murmuraban: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Les había dicho que el pan de Dios es el mismo Jesucristo que se encarna y da la vida al mundo. Por si todavía albergaban alguna duda, aclaró: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Pero Jesús siguió adelante: el Hijo de Dios, hecho verdaderamente hombre, subirá adonde estaba antes. Mientras tanto, se les invitaba a recibir sus palabras que contienen espíritu y vida. La crudeza del mensaje alejó de él a muchos, sin descontar a discípulos hasta entonces. Tanto fue así, que Jesús dirigió una pregunta a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Quien hasta entonces se veía rodeado de multitudes le quedaban ante sí unos pocos.

No resulta difícil imaginarse la escena y hasta el tono con que el Señor formuló su pregunta. Es el interrogante de Jesús que se repite a lo largo de la civilización cristiana, todavía en la actualidad. Se ha de aceptar que son millones los cristianos a quienes les resulta dura la plena enseñanza del Maestro. Pero él jamás la rebajó. Mostro, por el contrario, que es la única que lleva a la gloria de la resurrección. Simón Pedro mostró cuál ha de ser nuestra respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Las palabras de vida eterna se resumen en el amor, en reciprocidad al que Dios nos tiene y en el que tenemos por modelo a Jesucristo. San Pablo lo aplica en el fragmento de la carta a los Efesios a los esposos entre sí y elige modelo el amor que Cristo profesa a su Iglesia.

Cuál puede ser la razón de la diversidad entre las palabras de Jesús: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» y las que pronunciaban las multitudes que murmuraban por la doctrina que les predicaba Jesús: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». ¿Puede ser nuestra respuesta la del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¿Tú tienes palabras de vida eterna»? ¿Nos interroga el presente de muchos cristianos por lo que se refiere a la vivencia de la Eucaristía?

Fray Vito T. Gómez García O.P.

sábado, 17 de agosto de 2024

"YO SOY EL PAN VIVO"

Reflexión Evangelio Domingo 18 de Agosto de 2024. 20º del Tiempo Ordinario.

El discurso del pan de vida (Jn 6, 32-66)

Estamos ante un discurso que, en la realidad cristiana, es mucho más que un discurso. ¿Por qué? Pues porque un discurso es algo que pretende ilustrar nuestras mentes, mientras que Juan, con este texto, quiere alentar nuestras vidas.

En él, Jesús se autoproclama sustentador de la vida de sus seguidores, dándonos no sólo razones y fuerzas para vivir, sino dándosenos Él mismo como alimento que nos mantiene vivos y en la senda de la Vida, la presente y la eterna. Él es “el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51).

Comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús no es una metáfora, ni sólo el rito religioso cristiano por excelencia, sino lo que sostiene y da un sentido nuevo a nuestras vidas. En la tradición católica es tan fuerte la fe en la presencia real de Jesús en el pan y el vino compartidos que hemos rebuscado en los lenguajes culturales categorías con las que hacérnosla más comprensible: “transubstanciación” o, de maneras menos completas, aunque no del todo erróneas y desacertadas: “transfinalización” o “transignificación”.

Con todo, aun aceptando la presencia real del Señor en la eucaristía, no se trata tanto de comprender lo qué pasa en ese pan y en ese vino cuando son consagrados repitiendo las palabras de Jesús, porque no es un problema para la física, la química, o las metafísicas sustancialistas, cuanto lo que pasa  en nosotros después de compartir el pan consagrado, si de veras nos consagra a una vida nueva y mejor: la que procede del Espíritu y no sólo de nuestra biología.

“Es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)

Comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús. En esas palabras, Jesús expresa que quiere identificarnos con su persona entera, incorporarse a nuestra existencia o, dicho de otro modo, que nosotros nos incorporemos  a la suya. Esto significa quedarse con nosotros en la eucaristía: que algo cambie en nosotros cuando la celebramos. Como dice San Pablo escribiendo a los Gálatas: “es Cristo quien vive en mí”. En otras palabras: sin dejar de ser yo mismo, intento orientar y alentar mi vida con las palabras de Jesús, con su espíritu y sus valores, con sus creencias y aspiraciones.

Sólo somos cristianos si compartimos con Él su experiencia de la vida. Es por una parte, experiencia de Dios, como Padre amoroso, providente y fiel. Un Dios entrañable a quien Jesús llamaba “abba”, papá. Un Dios que ha creado y ha creído en los humanos. Abandonados a nuestra suerte y a nuestras propias fuerzas nos hemos erigido en dioses. Una aventura en la que no nos ha ido del todo bien. El Padre, a través de Jesús, nos ha rescatado de nuestros abismos y nos ha incorporado a su Reino, un Reino de paz interior, de confianza, de seguridad radical: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc. 12,32).

Por otra parte, su experiencia de la fraternidad. A lo largo de la historia hemos comprobado, frecuentemente en medio de mucho dolor, cómo el hecho de considerarnos superiores unos a otros, personas y pueblos, genera desdichas. Jesús ve las cosas de otra manera: “vosotros sois todos hermanos” (Mt 23,8). Ni meros socios amables, ni cohabitantes competitivos. Ni lobos para el hombre, como nos definió Hobbes.

De la categoría “fraternidad” se derivan una antropología y una ética que nos plantean horizontes más amplios y mejores que los diseñados por nuestra mera razón.

“Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22,19)

La eucaristía mantiene viva en nosotros la memoria de esta experiencia de Jesús. Él tomó el pan y la copa, los bendijo dando gracias al Padre por todo lo que le había permitido vivir, y los repartió diciendo “Haced esto en recuerdo mío”. Me ha gustado una versión contemporánea de la Biblia, la Nueva Tradición Viviente, que lo traduce así: “Hagan esto para que se acuerden  de mí”.

¿De qué nos acordamos cuando celebramos la eucaristía? Ciertamente, de ese gesto del Señor en la cena, pero también de su vida entera y de su misterio pascual: de sus palabras anunciando el Reino y de sus gestos comprometidos con todos, pero particularmente con “los últimos”: pobres, enfermos, pecadores, mujeres y niños, por cuya dignidad apostó.

Con sus palabras eucarísticas, Jesús nos encarga hacer, no sólo pensar o sentir. Su discurso del pan de vida apunta tanto a que le asimilemos a Él en nuestro interior como a que demos continuidad a sus compromisos de fraternidad en nuestro exterior. Es pan para que nos sintamos vivos y servidores de la vida de nuestros hermanos.

¿Qué nos aporta acordarnos en la eucaristía de la vida de Jesús para sostener y orientar la nuestra? ¿Qué nos  enseñan, para la vida cotidiana, los gestos de sentarnos como iguales en una misma mesa, recibir y compartir el pan de la eucaristía, y escuchar las palabras de Dios, no sólo las nuestras?

Fray Fernando Vela López

domingo, 11 de agosto de 2024

"YO SOY EL PAN DE VIDA"

 

Reflexión Evangelio Domingo 11 de Agosto de 2024. 19º del Tiempo Ordinario.

La historia del profeta Elías puede iluminar hoy nuestra situación. La principal tentación que tenemos los cristianos en la sociedad de bienestar no es el ateísmo sino la idolatría: arrodillándonos ante el tener, poder y gozar a costa de quien sea y de lo que sea. Incluso manteniendo apariencias religiosas o algunas prácticas rituales.

La segunda lectura, de la Carta a los cristianos de Éfeso, sugiere una convivencia, en el amor, sin crispaciones, revanchas, mentiras. Re-creando la conducta de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien, curando heridas, combatiendo las fuerzas malignas que tiran a las personas por los suelos y derribando muros de separación.

Estamos viendo cómo en la lógica del mercado las personas son valoradas no por su dignidad inviolable sino por lo que económicamente rentan. La idolatría del dinero y del poder provoca injusticias sociales, guerras, atropellos intolerables contra las víctimas inocentes que mueren abandonadas de todos. Mientras, el papa Francisco pide que cesen las guerras, que tengamos como horizonte y objetivo la fraternidad sin discriminaciones.

El evangelio de San Juan es el más tardío de los cuatro evangelios que se leen en la misa. Ya en su prólogo trae la confesión cristiana: Jesucristo es Palabra, Presencia de Dios mismo “en la condición humana”. Escribe partiendo de la revelación de Dios en la historia bíblica. Según el libro del Éxodo, Moisés pide a Dios que diga cual su realidad o su nombre. Y Dios contesta: “Soy el que soy”. Y el evangelista Juan aplica a Jesús ese nombre o realidad divina en muchos pasajes. En esa visión hay que interpretar la revelación “Yo soy el pan de vida”.

El discurso comienza con la exigencia ineludible de la fe en Jesús en cuanto es el pan divino bajado del cielo (Jn 6,29). El evangelista parte del AT: “vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; el que coma de este pan vivirá para siempre”.

La incredulidad de los oyentes se apoya en la condición humana de Jesús; conocen a sus padres y parientes; trabaja, come y participa en la oración del sábado como los demás judíos; no se considera superior a nadie y es amigo de los más pobres y religiosamente pecadores. No puede ser el pan de vida bajado del cielo.

La novedad singular de la fe o experiencia cristina es la encarnación: Presencia de Dios amor que se da en la condición humana. En su conducta y en sus palabras Jesús es el pan de vida. La respuesta a las necesidades y esperanzas de la persona y de la sociedad humanas. La clave inspiradora para la renovación o conversión de la Iglesia. La luz y camino para el perfeccionamiento de la humanidad con todas las realidades entre las que vive.

Pero esa fe no se reduce a creencias en verdades formuladas. Es una experiencia similar al amor: entrega libre y total a la revelación de Dios. Tiene su iniciativa en la auto-comunicación de Dios amor que se da “nadie viene a mi si el Padre no le atrae”; nuevo nacimiento del Espíritu en nuestra intimidad siempre dentro del mundo.  Pero al mismo tiempo es quehacer humano; salida voluntaria de nuestro egocentrismo; abriéndonos libre y totalmente a esa comunicación. Es el encuentro que llamamos gracia.

La celebración eucarística es el símbolo y el momento cumbre de la fe, comida y encuentro con Jesucristo, “pan de vida”. que debe tener lugar en la existencia cotidiana del bautizado.

Fr. Jesús Espeja Pardo O.P.

sábado, 3 de agosto de 2024

"EL QUE VIENE A MÍ NO TENDRÁ HAMBRE"

 

Reflexión Evangelio Domingo 4 de Agosto de 2024. 18º Tiempo Ordinario.

La Palabra de Dios cuando se proclama en nuestras celebraciones litúrgicas no tiene como finalidad recordarnos lo que ha pasado en tiempos pasados. Es para nosotros un rayo de luz que ilumina nuestro presente. Esas situaciones personales, familiares, laborales y sociales que nos crean desconcierto.

El pueblo judío se sintió desconcertado en el desierto ante las dificultades que se iba encontrando. Eso le llevó a la murmuración, a recordar lo que había dejado atrás, en Egipto. Le daba la sensación de que Dios (Yavé) le había abandonado. Es el eterno problema que se da, también, en la humanidad cuando hay que ir dando pasos hacia la verdadera libertad. La liberación de las esclavitudes, con frecuencia, traen a la memoria las falsa seguridades anteriores.

El Señor, Dios de Israel, no abandona a su pueblo. Le acompaña y le da todo cuanto desea: agua, codornices y “pan del cielo”. Siempre hay un signo material de la actuación salvífica del Dios que es amor. Cuando el pueblo trata de cumplir su voluntad Dios está presente ya sea en la “zarza ardiendo”, en la “tablas de la Ley” y más propiamente en el “pan del cielo”.

Todo esto es imagen por la que el Señor de la historia se nos revela y nos da pautas para que le descubramos en medio de nuestras dificultades. Hoy seguimos caminando cargados de preocupaciones y llenos de crisis más o menos profundas. Seguimos teniendo, además del hambre material, de muchas otras cosas: de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida.

Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de todos nosotros dándonos el “pan” a todo el que siente “hambre”. Ese pan es Cristo Jesús, su Hijo querido: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”

Estas afirmaciones están hechas por el Evangelista Juan después de realizar Jesús la multiplicación de los panes y los peces. Jesús en su discurso del “pan de vida” trata de ir llevándonos la creencia en EL antes de hablarnos del pan “eucaristía”. Por eso usa esos dos verbos “venir” y “creer”. Creer en Jesús es comer el pan que Dios nos envía para saciar nuestra hambre y nuestra sed.

Comer del “alimento que perece” es volver a la “olla de carne de Egipto”. Lo que entra por los ojos es lo que más nos atrae. Si queremos vivir felices y libres con la “libertad de los hijos de Dios” hemos de caminar hacia la verdad guiados por la fe.

Fe que hemos de descubrir en los signos sensibles que el Señor nos envía. El ciego de nacimiento recibe la luz de la fe al recibir la luz de su vista. La samaritana recibe la verdadera vida a través del agua. Para los judíos en el desierto fue el “maná” que prefiguraba a Cristo que es el “verdadero pan del cielo”.

Por eso en la segunda lectura San Pablo nos invita a que “no andemos ya como los gentiles, en la vaciedad de sus ideas”. Se nos invita a “despojarnos del hombre viejo y de su anterior modo de vida…, y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios” Para ello se nos da a Cristo como Pan en quien “creemos”, y luego se nos da el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Pan Eucarístico con el que nos “alimentamos”. Ambos Panes, el de la Palabra y La Eucaristía, nos dan la “vida eterna”.

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera