sábado, 16 de noviembre de 2024

"SABED QUE ÉL ESTÁ CERCA"

 

Reflexión Evangelio del Domingo 17 de Noviembre de 2024. 33º del Tiempo Ordinario

Todos los años, al final del año litúrgico, nos encontramos con el discurso escatológico de Jesús, y del cual es necesario reflexionar sobre su sentido, que no es para anunciar una serie de desgracias y situaciones negativas, que sí pueden ocurrir, sino para resaltar que, ocurra sobre lo que ocurra, la victoria de Jesucristo sobre el mal es lo que se nos presenta y anuncia.

Ya los primeros cristianos de Roma, para quien San Marcos había escrito este evangelio, vislumbraban en su horizonte grandes pruebas o momentos que iban a vivir. En primer lugar, el recuerdo de la muerte de Jesús, que supuso un cierto hundimiento de sus esperanzas, aunque se sintiesen fortalecidos con el anuncio de su resurrección. En segundo lugar, tenían una dura prueba en las persecuciones que inició el emperador Nerón (años 64-67) y en las que murieron Pedro y Pablo. Y, en tercer lugar, la destrucción de Jerusalén por los romanos, en el año 70, que hará desaparecer todo vestigio de la relación de encuentro del pueblo judío con Dios, durante muchos siglos.

Estos momentos difíciles que se acercaban ya lo habían sido años atrás como lo recuerda la primera lectura, que amenazaban con borrar todo signo de identidad del pueblo elegido. Y el libro de Daniel quiere hacer frente a esas duras realidades que tenía que vivir el pueblo elegido manteniendo firme su esperanza… Y Jesús se sirve de este estilo apocalíptico para afirmar la esperanza de los elegidos a pesar de las desgracias que realmente suceden.

Jesús, precisamente, anuncia que todas las catástrofes tenían que suceder en el devenir de la historia pero que eran signo de la acción de Dios para salvar a su pueblo… “se levantará Miguel… y salvará a su pueblo”.

Así nos lo anuncia en su evangelio San Marcos, que quiere llegar a todas las gentes como Buena Nueva de salvación para aquellos “que se encuentran en las tinieblas”.

No debemos sacar consecuencias atemorizadoras sobre el fin del mundo, ni pensar en persecuciones a la fe, aunque haya momentos difíciles en algunos lugares… quizás nos sirvan para purificar nuestra fe y tomar precauciones en nuestras comunidades cristianas. Debemos percibir la actitud salvadora y protectora de Jesús que nos acompaña en todo momento, con una llamada a la fidelidad en esas circunstancias en sí complicadas.

No olvidemos que los primeros cristianos también fueron llamados a la fidelidad en tiempos difíciles y que nosotros también estamos llamados a vivir en esa fidelidad. Y la plenitud llegará, pero será cuando el Padre Dios lo quiera.

Y nosotros, pues no debemos aguardar a que ese momento final de la vida llegue para arreglar “nuestras cosas” con Dios, ni hemos de pensar que en un instante vamos a realizar lo que no hemos sido capaces de hacer durante toda la vida. Nuestro último destino dependerá, en gran medida, de cómo hayamos vivido todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia.

Al final del relato de la creación, Dios “vio todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31). Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre cómo será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá, porque es aquí donde tenemos que desarrollar nuestra actividad para contribuir a hacer un mundo más bueno y humano, empezando por ser cada uno un poco más humano cada día.

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” nos dice al final el evangelio, porque sólo Dios permanece para siempre y él es el que da sentido a la existencia humana.

Después de leer y orar estas lecturas ¿es Dios el refugio de mi vida en los momentos difíciles, como nos sugiere el salmo responsorial y como lo fue para los primeros cristianos? Con el versículo del aleluya ¿Me siento confiado al revisar mi vida, para presentarme ante Dios?

Fray Carmelo Preciado Medrano O.P.

sábado, 9 de noviembre de 2024

"HA ECHADO TODO LO QUE TENÍA PARA VIVIR"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 10 de Noviembre de 2024. 32º del Tiempo Ordinario.

La seducción de las apariencias

El evangelio es de una actualidad sorprendente. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo eclesiástico y en el civil, ¡cuántos hay que sólo sirven para figurar, o sea, que no sirven para nada! ¡Cuántos hay que lo único que pueden lucir es la apariencia, la ropa que llevan o el asiento que ocupan! Y, a veces, quienes les vemos, envidiamos este puesto, este ropaje, esta apariencia. ¡Cuanta vaciedad, cuanta inconsistencia!

Sí, el Evangelio de Jesús es siempre actual. El de hoy es una advertencia a todos los que nos dejamos seducir por lo superficial. Y es también una invitación a saber descubrir, detrás de otras apariencias que mundanamente no valoramos, los auténticos valores del Reino de Dios. Una advertencia a todos aquellos que como los letrados están encantados de “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas o buscan los asientos de honor en las Iglesias y los primeros puestos en los banquetes”. Advertencia, porque todo esto a los ojos de Dios no vale nada. Y una invitación a mirar con otros ojos lo que el mundo no valora, para descubrir en la pobre limosna de la pobre viuda, la abundante riqueza de un corazón amante. Invitación a descubrir dónde están los verdaderos valores, lo fundamental, dónde la auténtica humanidad.

Las cosas que valen no suelen ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el amor, a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar como débil lo que tiene apariencia de debilidad.

Uno de los grandes pecados del ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira.

Sin olvidar las dimensiones sociales y políticas de la apariencia, conviene quizás que empecemos por detectar y corregir las dimensiones personales de la misma; nuestras propias caretas, nuestras ganas de aparentar, de parecer lo que no somos. Nuestra envidia, adulación y falta de crítica hacia aquellos que ocupan puestos importantes. Nuestra inatención e incluso nuestro desprecio hacia los pobres, los marginados, lo que no tienen puesto.

¡Atención!, nos dice hoy el Evangelio. Atención a mí, a ti, a todos los que sólo sirven o servimos para figurar, para presidir. A todos estos que, cuando no presiden, no tienen nada que hacer, porque en el fondo lo suyo es pura vaciedad. Y así va todo lo que tocan y así van los que les siguen o se dejan engañar por ellos.

¡Atención!, nos dice el Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso. ¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama.

¿Tras de qué se nos van los ojos? ¿Qué tipo de vida tenemos que llevar para ver lo valioso, lo de dentro de las personas? ¿Por qué nos gustan tanto las apariencias si… las apariencias engañan? ¿Por qué será que Dios resulta tan inaparente, que no se impone, que no nos fuerza, que siempre nos deja libres? ¿Por qué razón canta María que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes? Es que el Señor, leemos en el libro primero de Samuel (16,7) “no se fija en las apariencias ni en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón”.

Fray Martín Gelabert Ballester