Ntro. Padre Jesús de los Reyes en su entrada Triunfal en Jerusalén
HERMANDAD DE LA PAZ Y ESPERANZA
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Ntro. Padre Jesús de los Reyes en su entrada Triunfal en Jerusalén
HERMANDAD DE LA PAZ Y ESPERANZA
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Reflexión del Evangelio del 24 de marzo de 2024. Domingo de Ramos
Los seres humanos sufrimos siempre la insatisfacción de no llegar a ser totalmente lo que somos, siempre caminamos en espera de una liberación. Soñamos con una realidad de plenitud que aún tiene lugar en nuestra existencia, es lo que llamamos “utopía”. Y como solos no podemos alcanzar ese mundo que añoramos, volvemos los ojos hacia un mesías, un enviado que nos dé respuesta. Cuando hacemos una radiografía a la historia bíblica nos encontramos con la promesa de que ese mesías llegará para liberar a la humanidad de todas sus deficiencias e introducirla en el paraíso de la felicidad.
En este sentido, la sociedad judía donde nació, creció y murió Jesús de Nazaret soñaba con una liberación definitiva; ese anhelo utópico de una felicidad sin sombras que todos llevamos dentro. Aquella sociedad judía era religiosa, y muchos esperaban que la liberación fuera obra de un Mesías enviado por Dios. Llegaría con poder para satisfacer las carencias del pueblo judío y liberarlo de sus enemigos. En otras palabras, soñaban con la llegada de un mesías caudillo que con su poder libraría política y económicamente al pueblo judío para que dominara sin más a todas las naciones. Sin embargo, el mesianismo de Jesús contrasta de manera importante con aquella expectativa de la religión judía. Así, en el relato evangélico de este domingo, Jesús cabalga con dignidad, sin triunfalismo, montado sobre un asno. A pesar de estar rodeado y acompañado de unas gentes que le rinden vasallaje aclamándolo, Él, Mesías-rey esperado, lo hace en forma humilde, sencilla, sin ostentación, hablando de modestia y paz. No es un rey guerrero que conquista la ciudad, sino que viene como príncipe de la paz.
De ahí que la conducta y trayectoria de Jesús nos hablan de otro mesianismo, de otra visión, de otro camino hacia la utopía de la liberación y de la felicidad. Esta conducta nos habla de un Jesús que caminaba con los legalmente impuros, que comía con los pobres, que restauraba la dignidad de los excluidos por cualquier razón. Su lógica, no es la del poder que se impone por la fuerza, ni son las normas religiosas dentro de esa lógica. La inspiración en la conducta de Jesús es el amor que sirve a los demás y se da gratuitamente para el bien de los otros. Es la gente sencilla que encuentra en Jesús de Nazaret al verdadero Mesías que hoy, aparentemente triunfante, se presenta montado sobre un asno, signo de mansedumbre y humildad. El Mesías liberador esperado no llega montado sobre caballos como los poderosos del mundo de la época. Así, la multitud de discípulos, escuchan, acogen y saltan de alegría celebrando el mesianismo del amor que practica y propone Jesús.
Unas
voces discordantes
Las alabanzas no son unánimes, pues como contrapartida al gozo de los discípulos se alzan las voces de algunos fariseos mezclados entre la gente. Quieren que Jesús mande callar a los suyos, que les reprenda por su actitud, pues las aclamaciones les parecen inadecuadas. La fórmula que utilizan es de respeto, pues se refieren a Jesús llamándole «maestro». No sería fácil, al amparo solo de este texto, determinar si son gente de buena fe que están preocupados por una posible represión romana o si le niegan a Jesús la categoría de mesías rey que las alabanzas presuponen. Pero esta última aparición farisea huele a ofensa en la medida que la colocamos junto a las diatribas que ha tenido Jesús con ellos en los evangelios.
Partiendo de la realidad antes expuesta, entendemos que existe un simbolismo grande en la escena de la entrada a Jerusalén. Los discípulos aclaman a Jesús como rey que viene de Dios, ellos simbolizan a la iglesia. Los fariseos, al contrario, representan a Israel, pueblo selecto, que no quiso reconocer la presencia del Hijo de Dios en la tierra. Todo ello nos indica dos aspectos importantes: 1) Jesús ha suscitado un entusiasmo increíble en el pueblo. Su doctrina, su autoridad y los signos que realiza evocan la figura del mesías que llegaba. Era el cumplimiento de la esperanza depositada en el sucesor de David. 2) Jesús, al entrar en Jerusalén, lo hace como profeta religioso que se opone a la incredulidad de los fariseos.
A lo largo de la historia una y otra vez surgen mesianismos, a primera vista deslumbrantes. En economía, en política y en religión. Fácilmente sacralizamos al dinero, a personas o grupos en la gestión política o en el ámbito religioso. En el caso de Israel, aunque ya los profetas denunciaron la perversidad del Imperio Romano y la conducta de Jesús tira por tierra todos los falsos mesianismos, una y otra vez el pueblo cae en la tentación de esperar un mesías triunfante y poderoso. En la sociedad actual, la tentación es a vivir en una cultura que nos instala en la superficialidad con el riesgo de que perdamos esa dimensión trascendente que nos constituye. Sin esa dimensión, flotamos en lo que va saliendo, y al no encontrar asidero consistente podemos caer en el desencanto y la desesperanza. La conducta histórica de Jesús propone un mesianismo nuevo.
Queridos hermanos, en este tiempo de gracia que es la Cuaresma, somos llamados a reflexionar sobre nuestra propia respuesta a la vida entregada de Jesús de Nazaret. ¿Cómo respondemos al amor desbordante de Dios manifestado en la Cruz? Que el misterio de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo resuene en nuestros corazones, transformándonos y guiándonos hacia una vida de amor, servicio y entrega. Que vivamos con gratitud por la redención que se nos ha dado y que, al seguir a Cristo, podamos compartir la esperanza de la resurrección.
Fr. Juan Manuel Febles Calderón
Reflexión
del Evangelio del Domingo 17 de Marzo de 2024. 5º de Cuaresma.
Liberados
de la ley por el amor
En los Evangelios se narran, en diversas ocasiones, los choques y conflictos que tuvo Jesús con las autoridades religiosas, con gente piadosa y con grupos de creyentes del judaísmo a propósito de la Ley y de su estricto cumplimiento. Se dice que en tiempos de Jesús había en la religión judía 613 mandamientos principales, divididos entre 365 prohibiciones (como los días del año) y 248 obligaciones (el mismo número que los huesos del cuerpo humano). El creyente judío estaba totalmente sometido a la ley, no había distinción entonces entre la ley humana y la divina, y vivía obsesionado por no incurrir en alguna prohibición ni cometer faltas en sus obligaciones religiosas.
Jesús hizo la síntesis de todo ello en dos mandamientos inseparable: el amor incondicional a Dios y a los demás como a uno mismo. El que ama ya está cumpliendo la Ley entera. La perfección y la santidad religiosa tienen como fuente el amor. El Papa Benedicto XVI escribió una hermosa Encíclica a este propósito: Dios es amor, ardiente caridad, apasionada entrega. Se trata de una fuerza transformadora capaz de cambiar el mundo en el sentido de Dios porque su sede está en nuestro interior, en nuestro corazón. La nueva ley no brota de aprender e incorporar preceptos y normas externas, sino del manantial del seguimiento a Cristo, que trasforma nuestros corazones.
En su predicación, Jesús, advertía a sus oyentes que lo que nos hace puros o impuros a los ojos de Dios, aquello que nos contamina, no es tanto lo que nos llega de fuera, que puede que también lo haga en ocasiones, cuanto lo que sale del interior de nuestro corazón, ya que es la sede y motor de nuestro ser. Debemos, por tanto, estar atentos a todos los procesos internos con los cuales, observamos, valoramos, juzgamos y construimos el mundo y sus relaciones. El cristiano tiene en el modelo humano de Jesucristo su auténtica y verdadera fuente de inspiración.
La
solidaridad del dolor y el sufrimiento
Jesús, el Hijo de Dios, se convierte en modelo para nuestra humanidad en virtud de nuestra creencia religiosa, según la cual, Él fue en todo es semejante a nosotros, menos en el pecado. Ese ser semejante adquiere una particular empatía y simpatía en el sufrimiento que debió experimentar durante toda su vida, y más en particular en los acontecimientos que conducirán a su prisión, tortura y muerte por ejecución. Entender el sufrimiento de Dios sigue siendo una tarea religiosa para todas las generaciones cristianas y la nuestra no puede obviar ni renunciar a esa tarea, a la que cada uno de nosotros está invitado a dar su aporte.
Si Dios, Trinidad Santa, conoce el dolor y el sufrimiento humano es porque lo ha experimentado en Hijo, en su Hijo Jesucristo que envió al mundo. Y es así como Dios se hace solidario de todo el dolor y el sufrimiento de la humanidad. Los primeros teólogos de la Iglesia, aquellos que más cerca estuvieron de la catequesis y predicación de los primeros apóstoles y seguidores de Jesús, afirmaron que no puede ser redimido aquello que no es asumido, es decir, que el sufrimiento es redimido por Dios porque Dios mismo ha conocido nuestro sufrimiento y por eso es capaz de liberarnos. La fortaleza de Dios se realiza en la debilidad.
Escuchar y obedecer, en la Biblia, son términos que van de la mano. Escuchar a Dios es obedecerle, no obedecer a Dios es no escuchar su voz. La cultura de nuestro tiempo es muy reacia a todo lo que signifique obedecer o la obediencia. Muchas instituciones, a la que no escapa la familia ni la propia Iglesia, se encuentran debilitadas por una crisis de obediencia que nace de la falta de una escucha sincera y correcta. No escuchamos porque estamos centrados en lo mío, en lo particular, en el ego, y ello hace que vivamos al margen de lo que nos rodea y que nos volvamos insensible y narcisistas.
Ahora
y en la hora
Nuestro encuentro con Jesús puede devolvernos a la auténtica realidad, su Espíritu puede hacer que nos centremos en la escucha a Dios y al mundo. La humanidad entera, y cada uno de nosotros, sueña y ansía dotar de sentido y de autenticidad a lo que hacemos y a lo que somos. Para conducir a otros a la luz verdadera tenemos antes que ser nosotros esa misma luz; es decir, tenemos que ser testigos y misioneros veraces del Evangelio de la salvación. El testimonio acreditado y el testigo veraz son las condiciones esenciales que hacen despertar en la humanidad el querer ver a Jesús.
El signo por excelencia del cristianismo es la cruz, el instrumento de tortura y muerte que los romanos aplicaban a los traidores, sediciosos y malditos. La exposición en una cruz era un hecho vergonzoso e ignominioso en el que el reo era mostrado desnudo, en total indefensión. Al principio la cruz no era la señal identificadora de los cristianos, sino el pez, pero poco a poco la cruz pasó a ser el signo de nuestra salvación. El momento sublime de la redención aconteció en el lugar más desconcertante. Así de sorprendente es nuestro Dios.
Dios reina y reconcilia a la humanidad en la soledad de una cruz, desde donde va a seguir experimentando las tentaciones del diablo hasta los momentos finales de su existencia terrena. La hora de la Hora de Jesús se convierte en el momento de la aceptación por parte del Padre de su vida entregada por puro amor para la salvación de todos. Es también nuestra Hora porque en Él y con Él nosotros, los redimidos, entramos en el nuevo y definitivo Santuario.
Que vivamos con plenitud, devoción y santidad estas Fiestas de la Pascua. Dios les bendiga.
Fray
Manuel Jesús Romero Blanco O.P.