Reflexión homilética para el Domingo 20 de Agosto de 2017. 20 del Tiempo Ordinario, A.
“A los extranjeros que se han
dado al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus
servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza:
los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración”. Esa es la gran
promesa de Dios que se encuentra en la tercera parte del libro de Isaías que
hoy se proclama (Is 56,1.6-7).
Israel abre sus fronteras a un
universalismo mesiánico que venía proponiéndose de antemano (cf. Is 45,14).
También los paganos podrán participar de las bendiciones que Dios ha derramado
sobre Israel, con tal de que acepten a su Dios y lo sirvan y practiquen las
normas y los ritos de su pueblo.
Con el salmo responsorial hacemos
nuestro ese deseo al cantar: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los
pueblos te alaben” (Sal 66). También san Pablo reconoce que los paganos han
obtenido la misericordia de Dios (Rom 11,29-32).
LA BÚSQUEDA Y EL GRITO
Sin embargo, en el evangelio de
Mateo que hoy se proclama nos parece encontrar una negación de esa esperanza
(Mt 15,21-28). Es verdad que Jesús ha dejado la tierra de Israel para retirarse
a la región de Tiro y Sidón, habitada por paganos. Una mujer sale de aquellos
lugares y se dirige a él gritando:
- “Ten compasión de mí, Señor,
Hijo de David”. Resulta muy sorprendente que una mujer extranjera y pagana
implore la misericordia de Jesús, llamándolo con un título mesiánico.
- “Mi hija tiene un demonio muy
malo”. Nos conmueve descubrir en esta mujer tanto la preocupación maternal por
su hija enferma como la fe que la lleva a acercarse con su invocación hasta
Jesús.
El silencio inicial de Jesús y la
imagen tradicional de los “perros”, que él suaviza con el diminutivo, no hacen
más que excitar aún más la fe de esta mujer. Como ha dicho el papa Francisco,
“la petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor,
acogida y amistad con Cristo” (17.8.2014).
EL LAMENTO Y LA FE
Esa petición de la mujer
extranjera fue atendida por Jesús. Con ella se hacía realidad la profecía de la
universalidad de la salvación. Es como si aquel ruego hubiera anticipado la
hora de la extensión del mensaje y la obra de Jesús a todos los pueblos.
- “Mujer, qué grande es tu fe”.
Ante un centurión romano y pagano y ante una mujer cananea y pagana, Jesús
reconoce que la fe no es patrimonio exclusivo de las gentes de Israel. Dios ha
sido generoso al extender por la tierra el don de la fe.
- “Que se cumpla lo que deseas” A
veces creemos que hacen falta milagros para que brote la fe. Jesús nos hace ver
que es la fe que hace brotar los milagros en cualquier lugar que se presente.
Dios extiende su compasión a quienes creen en él.
Señor Jesús, al igual que tus
discípulos queremos pedirte que atiendas el lamento de todos los que te
presentan sus necesidades, sus dolores y esperanzas. Tú eres el Salvador de
todos los que confían en tu bondad. ¡Bendito seas por siempre, Señor!
D. José-Román Flecha Andrés
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