sábado, 19 de agosto de 2017

LA FE DE UNA PAGANA


Reflexión homilética para el Domingo 20 de Agosto de 2017. 20 del Tiempo Ordinario, A.

“A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración”. Esa es la gran promesa de Dios que se encuentra en la tercera parte del libro de Isaías que hoy se proclama (Is 56,1.6-7).

Israel abre sus fronteras a un universalismo mesiánico que venía proponiéndose de antemano (cf. Is 45,14). También los paganos podrán participar de las bendiciones que Dios ha derramado sobre Israel, con tal de que acepten a su Dios y lo sirvan y practiquen las normas y los ritos de su pueblo.

Con el salmo responsorial hacemos nuestro ese deseo al cantar: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66). También san Pablo reconoce que los paganos han obtenido la misericordia de Dios (Rom 11,29-32).

LA BÚSQUEDA Y EL GRITO

Sin embargo, en el evangelio de Mateo que hoy se proclama nos parece encontrar una negación de esa esperanza (Mt 15,21-28). Es verdad que Jesús ha dejado la tierra de Israel para retirarse a la región de Tiro y Sidón, habitada por paganos. Una mujer sale de aquellos lugares y se dirige a él gritando:

- “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. Resulta muy sorprendente que una mujer extranjera y pagana implore la misericordia de Jesús, llamándolo con un título mesiánico.

- “Mi hija tiene un demonio muy malo”. Nos conmueve descubrir en esta mujer tanto la preocupación maternal por su hija enferma como la fe que la lleva a acercarse con su invocación hasta Jesús.

El silencio inicial de Jesús y la imagen tradicional de los “perros”, que él suaviza con el diminutivo, no hacen más que excitar aún más la fe de esta mujer. Como ha dicho el papa Francisco, “la petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo” (17.8.2014).

EL LAMENTO Y LA FE

Esa petición de la mujer extranjera fue atendida por Jesús. Con ella se hacía realidad la profecía de la universalidad de la salvación. Es como si aquel ruego hubiera anticipado la hora de la extensión del mensaje y la obra de Jesús a todos los pueblos.

- “Mujer, qué grande es tu fe”. Ante un centurión romano y pagano y ante una mujer cananea y pagana, Jesús reconoce que la fe no es patrimonio exclusivo de las gentes de Israel. Dios ha sido generoso al extender por la tierra el don de la fe.

- “Que se cumpla lo que deseas” A veces creemos que hacen falta milagros para que brote la fe. Jesús nos hace ver que es la fe que hace brotar los milagros en cualquier lugar que se presente. Dios extiende su compasión a quienes creen en él.

Señor Jesús, al igual que tus discípulos queremos pedirte que atiendas el lamento de todos los que te presentan sus necesidades, sus dolores y esperanzas. Tú eres el Salvador de todos los que confían en tu bondad. ¡Bendito seas por siempre, Señor!
D. José-Román Flecha Andrés

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