Reflexión Homilética para el Domingo 26 de Marzo de 2017. 4º de Cuaresma. A.
“Anda, úngelo porque es este” (1
Sam 16,12). Esa es la palabra de Dios que saca al profeta Samuel de sus
cavilaciones. Enviado por Dios a ungir en Belén al futuro rey de Israel, piensa
que el candidato se ha de distinguir por su apariencia y su estatura. Pero no
es así. El elegido por Dios es precisamente el hijo menor, que está fuera,
cuidando las ovejas de su padre Jesé.
La unción del joven David por el
profeta Samuel revela la predilección de Dios por los pequeños. Pero la unción
es además un rito por el que la persona queda consagrada y apartada de la
profanidad. Finalmente, la unción tiene un importante significado social: la
persona es llamada a una misión y ha de cumplir con una responsabilidad.
El salmo responsorial del domingo
4º de Cuaresma nos recuerda que el joven pastor David es, en realidad, la
imagen del único Pastor, que es el Señor (Sal 22). Por otra parte, la carta a
los Efesios nos exhorta a abandonar las tinieblas que nos hacían andar a
tientas y nos invita a caminar por el mundo como hijos de la luz (Ef 5,8-14).
EL ENVIADO
Tanto en el domingo pasado como
en este la clave es precisamente esa vinculación de la luz con el agua. La
Samaritana se encontró con Jesús en la plenitud de la luz y aceptó pedirle el
agua que da vida eterna. Ahora es un ciego de nacimiento el que, ungido por
Jesús con una mezcla de tierra y de saliva, encuentra en el agua la luz para
sus ojos y para su vida toda (Jn 9,1-38).
Al ver al ciego, los discípulos
preguntan si la causa de la ceguera es su pecado o el de sus padres. Es un
resto de la mentalidad que consideraba la enfermedad como un resultado de la
culpa moral. Andando los siglos, no siempre hemos logrado superar aquella
presunción. Ante la muerte de un niño, muchos se escandalizan al pensar que no
merecía tal “castigo”.
Jesús rechaza aquella antigua
idea. Ante la situación del ciego, se manifestarán en él las obras de Dios. Y
añade: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Unge los ojos del
ciego y lo envía a lavarse en las aguas de la piscina de Siloé. De pronto el
nombre habitual del canal cobra un nuevo sentido para indicar al “Enviado” por
Dios para traer la luz a nuestra humanidad enceguecida.
CREER PARA VER
El evangelio incluye una serie de
preguntas y respuestas entre los fariseos y el ciego, que parecen marcar el
ritmo de una catequesis de iniciación cristiana. Un proceso que culmina en el
diálogo de Jesús con el ciego ya curado.
“¿Crees tú en el Hijo del
hombre?” Esa es la pregunta clave para todo catecúmeno que accede a la fuente
bautismal. Pero es también una pregunta inesquivable para todo el que desea
sinceramente acercarse a Jesús.
“¿Y quién es, Señor, para que
crea en él?” La pregunta por Jesús requiere siempre información, pero sobre
todo necesita una seria formación. Nadie puede llegar por sí solo a reconocer
la identidad del Señor.
“Lo estás viendo: el que te está
hablando, ese es”. La respuesta de Jesús incluye una referencia a los sentidos
de la vista y el oído. La apertura sincera de la persona ha de conducir al que
busca hasta el encuentro con el buscado.
“Creo, Señor”. Según el
evangelio, la fe ha curado a numerosos enfermos que se acercaban a Jesús. El
padre del joven epiléptico que Jesús encontró al bajar del monte de la
Transfiguración decía creer, pero todavía necesitaba crecer en la fe. El ciego
curado por Jesús simplemente cree.
Señor Jesús, bien sabemos que
no hay que ver para creer, sino que es totalmente necesario creer para ver. Es
tu misericordia la que nos ha rescatado de nuestra ceguera. Pero ya que has
querido curar nuestros ojos y nos has remitido al agua que los purifica,
ayudanos también a caminar siempre guiados por el resplandor de tu luz. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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