Homilía Solemnidad de la
Natividad, 25 de Diciembre de 2016
“El pueblo que caminaba en
tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les brilló”
(Is 9,2). El profeta Isaías había visto abatirse la desgracia sobre las tierras
del norte de Palestina. Pero de pronto ve brillar la esperanza sobre aquella
“Galilea de los gentiles”, como era llamada con desprecio por los habitantes
del reino de Judá
Ahora bien, esa esperanza está
vinculada al nacimiento de un niño: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha
dado”. El profeta se alegra e exhorta a su pueblo a la alegría. El niño podrá
ser reconocido por su sabiduría y por su amor a la justicia. Sorprendentemente
se le dará el títutlo de “Dios guerrero, Padre perpetuo y Principe de la paz”.
El salmo responsorial recoge esa
profecía y nos invita a cantar: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor” (Sal 95). Y San Pablo escribe a Tito que “ha aparecido la gracia de
Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Un hecho que
nos exige llevar una vida sobria, honrada y religiosa.
LA NOCHE Y LA LUZ
El evangelkio de esta noche de
Navidad nos transmite la noticia del Nacimiento de Jesús en Belén de Judea (Lc
2,1-14). Los acontecimientos históricos pueden parecer fastidiosos y hasta
llenos de prepotencia. Pero han hecho posible el nacimiento de Jesús en el
humilde lugar que señalaban los profetas. Dios escribe derecho con líneas
torcidas.
En aquel tiempo, los pastores no
eran aceptados como testigos en los tribunales. No eran de fiar. Pero Dios es
sorpendente y siempre lo será. Él elige a los pastores como los testigos y
mensajeros del nacimiento del Mesías. La grandeza de Dios se sirve de la
pequeñez y de la pobreza para hacerse creíble. Los pobres nos evangelizan.
Las palabras de Isaías se hacen
realidad. Ahora sí que el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz
grande. El texto evangélico contrapone a la noche de nuestra vigilia humana el
resplandor de la presencia divina. De hecho, nos dice que a los pastores “la
gloria del Señor los envolvió de claridad”. Sólo los humildes y marginados son
iluminados.
EL MENSAJE
La última parte de este relato
tan conocido nos llena siempre de sorpresa, de humildad y de esperanza.
- De sorpresa, por la noticia:
“Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. Nosotros esperamos ser
salvador por la técnica o por la política, por la violencia de las armas o por
los pactos de poder. Pero el Salvador viene de lo alto.
- De humildad, por la señal:
“Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Desearíamos encontrar la señal de Dios en la fuerza o en la erudición. Pero la
verdadera señal es la de la vida inerme. La de la vida que surge en la pobreza.
- De esperanza, por la alabanza
angélica: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama
el Señor”. Buscamos nuestra gloria y por ella nos afanamos. Pero es la gloria
de Dios la que nos guía. Su gloria es que el hombre viva. Ese es el signo de su
amor.
Señor Jesús, tú vienes a
nuestra tierra en el modo menos imaginable. Queremos acogerte como eres y como
vienes. Te reconocemos como nuestro Hermano y como nuestro Salvador. Te
presentamos este mundo, el único que tenemos. Bendito seas, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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