Homilía para el Domingo 4 de Diciembre de 2016. 2º Domingo de
Adviento. Ciclo A.
“Aquel día brotará un renuevo del
tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu
del Señor”. Con estas brillantes promesas (Is 11,1-2), el profeta Isaías
anuncia el nacimiento de un descendiente de Jesé, el padre del rey David.
Es éste un mensaje de esperanza
para los que conocieron el esplendor de aquel reinado. Es también un mensaje de
confianza, puesto que sobre ese heredero derramará el Señor sus dones. Y es un
mensaje de paz: una paz cósmica que abarca a toda la naturaleza. Hasta las
fieras salvajes serán amigables con los hombres.
No es extraño que el salmo
responsorial se haga eco de los mejores anhelos de la humanidad: “Que en sus
días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente” (Sal 71,7). El consuelo
que dan las Escrituras junto con nuestra paciencia nos ayudarán a mantener la
esperanza. Así lo dice san Pablo a los Romanos (Rom 15,4). Buena lección para
el Adviento.
LA EXHORTACIÓN
Ya sabemos que durante esta
primera etapa del Adviento nos acompaña Isaías y Juan el Bautista. Juan se
presenta en el desierto de Judá. Su atuendo recuerda la figura del profeta
Elías. Y sus palabras son el eco de un profeta anónimo que invitaba al pueblo a
retornar del exilio por las nuevas calzadas que Dios le preparaba. Ahora el
retorno será espiritual.
“Convertíos porque está cerca el
reino de los cielos”. El hebreo no pronuncia el nombre inefable de Dios. Usa el
continente en lugar del contenido. Al anunciar la llegada del reino de Dios se
proclama la cercanía del Dios del reino. Una cercanía que no puede dejar
indiferentes a los hombres. Convertirse significa revisar los valores
personales y sociales.
“Dad el fruto que pide la
conversión”. Pero revisar los valores no es sólo un ejercicio intelectual o
económico. El profeta pide a las gentes que den los frutos que se espera de
todos los que escuchan la llamada. No valen disculpas. El antiguo linaje del
que descendemos no depende de nosotros. Pero nos compromete el futuro de
justicia que hemos de construir.
Y LA PROMESA
El Bautista se considera a sí
mismo un pregonero enviado por Dios. ¡Nada menos y nada más! Él anuncia con
valentía la salvación, pero bien sabe que no es el Salvador.
“El que viene detrás de mí puede
más que yo”. La debilidad con que aparece el Mesías no ha de inducirnos a
engaño. Él viene a nosotros con un poder que deja en ridículo las pretensiones
y los poderes de los hombres y de sus instituciones.
“Yo no perezco ni llevarle las
sandalias”. El verdadero profeta nunca puede alardear de nada. El mensajero no
es dueño del mensaje. Un evangelizador que no es humilde revela bien a las
claras con su vanagloria la mentira de su misión.
“Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego”. El viento y el fuego son fuerzas benéficas. Pero si nos
arrastran y nos incendian pueden terminar con nuestra casa y con nuestra vida.
El Bautista sabe que el viento y el fuego de Dios nos purifican cada día.
“El tiene el bieldo en la mano”.
El bieldo era usado por los labradores para aventar la paja y separarla del
grano. La venida del Señor descubrirá nuestra falsedad y revelará lo inútil y
lo valioso de nuestras intenciones y de nuestro esfuerzo.
Señor Jesús, esperamos tu venida
y la anunciamos con esperanza. Purifica tú nuestro corazón y llámanos cada día
a la conversión. ¡Ven, Señor Jesús!
D. José-Román Flecha
Andrés
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