Homilía para el Domingo 13 de Julio de 2014. 15 del Tiempo
Ordinario, A.
La lluvia y la nieve bajan de los
cielos, empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar. Gracias a la lluvia
puede comer el sembrador. Un pueblo que vivía del campo podía entender estas
imágenes que se encuentran en el libro de Isaías (Is 55, 10-11).
Pero el profeta no se limitaba a
evocar la experiencia del labrador. La lluvia y la nieve eran para él la imagen
más clara de la palabra de Dios. Sin ella no habrá una buena cosecha. El Papa
Francisco ha escrito que no sabemos, dónde ni cuándo ni cómo dará fruto.
Pero en el texto del profeta
escuchamos la promesa del mismo Dios: “La palabra que sale de mi boca no
volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. No es una
obra de magia. La palabra de Dios requiere una cogida cordial por nuestra
parte.
LA NOTICIA Y EL AVISO
“Salió el sembrador a sembrar…”
(Mt 13, 1-23). La parábola evangélica del sembrador es conocida por todos los
cristianos. Es verdad que muchos nos
fijamos en la segunda parte. En ella se evocan las condiciones, los vicios y las virtudes de los oyentes de la
palabra de Dios, para tratar de explicar el fracaso o el éxito de la
predicación.
Pero en la primera parte de la
parábola Jesús no habla tanto del sembrado como del sembrador. Se insiste en la
fe del sembrador, en su confianza, en su esperanza. Esparce la semilla
generosamente, en todo terreno y con igual dedicación. El buen sembrador es Dios.
La primera parte de la parábola
es una buena noticia para los desesperanzados de esta tierra. Se nos anuncia
que Dios tiene un proyecto sobre el mundo y sobre la evangelización y que está
decidido a sacarlo adelante a pesar de las dificultades.
La segunda parte es un aviso a
los presuntuosos: Si el proyecto de Dios se retrasa no es por culpa suya o por
la mala calidad de la semilla sino por el rechazo humano. La primera parte invita a la gratitud; la
segunda a la responsabilidad.
OJOS Y OÍDOS
Entre la parábola del sembrador y
su comentario alegórico encontramos una bienaventuranza: “¡Dichosos vuestros
ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!”.
• Esta frase resume todas las
bienaventuranzas de Jesús. La dicha verdadera brota de la aceptación
incondicional a su palabra. Una aceptación que pasa por los sentidos
corporales. Es preciso ver y oír. La salvación no nace de una idea abstracta,
sino del encuentro con una persona que se dirige a nosotros.
• Pero esta bienaventuranza no se
limita a los cristianos: es una oferta dirigida a toda persona. Todos hemos de
dar fruto en la vida. Para ello tendremos que descubrir el valor positivo del
mundo y de la vida. Y tendremos que confiar en la siembra, porque sabemos y
creemos que existe un Sembrador.
- Padre nuestro, que por
Jesucristo derramas sobre nosotros la semilla de tu palabra, ayúdanos a
acogerla de verdad, para que produzca frutos de buenas obras para tu gloria y
nuestra paz. Amén.
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