domingo, 3 de marzo de 2013

SE CIERRA UNA PUERTA Y SE ABRE OTRA


Con el final del pontificado de Benedicto XVI se ha cerrado una etapa en la Iglesia Católica. Pocos podíamos prever hace unos años que llegaríamos a ver un papa que dejara la silla de Pedro vacía por voluntad propia, pero así ha sido. Son muchos los que han hecho comentarios más o menos acertados sobre este pontificado, pero si tuviéramos que explicar a nuestros hijos, alumnos o catecúmenos las razones que explique esta decisión tan atípica, ¿qué habría que decirles? Esbozo algunas ideas que creo interesantes:
 
Es interesante que se pueda entender el papado como un servicio que no tenga que ser necesariamente vitalicio y que los que lo ostenten lo hagan en plenitud de fuerzas, ya que no es un servicio sencillo.
 
El muy importante que este papa haya buscado la transparencia en temas tan dolorosos como la pederastia en el seno de la Iglesia.
 
Es importante que los cristianos sepamos que también en la curia se dan las mismas luchas de poder que en el mundo secular y es bueno saberlo porque deberíamos exigir que el nuevo papa no sea el resultado de un enfrentamiento humano sino de la acción del Espíritu.
 
Es bueno que la humanidad dolorida que vimos en Juan Pablo II y la humanidad cansada que hemos visto en este papa se vean como complementarias, no como antagónicas.
 
A aquellos que no aceptan esta renuncia habría que recordarles la infalibilidad del primado de Pedro y decirles que, en virtud de la misma, tanto valor tiene una renuncia como la permanencia hasta la muerte.
 
Es bueno constatar que la mayoría de los cristianos de a pié ha aceptado este cambio con mayor naturalidad que los propios cardenales u obispos, lo cual puede ser una invitación al nuevo papa a que sea capaz de abrir la Iglesia en algunas de sus facetas.
 
Pero si importante es valorar lo que ha hecho Benedicto XVI hasta ahora, no menos debe serlo que comencemos a rezar por su sucesor, salido de esas luchas de poder que antes mencionaba, pero creemos que también de la fuerza del Espíritu que debe guiar a los cardenales que lo elegirán. Para que eso sea así, debemos creer en el poder de la oración.

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