15 de julio de 2012. Domingo
15 del Tiempo Ordinario, B
Siempre nos
llama la atención el episodio de la profecía de Amós que se lee en la
celebración de este domingo XV del tiempo ordinario (Am 7,12-15). Amasías, el
sacerdote de Betel, se enfrenta con malos modales al profeta y le exige que
deje de profetizar en aquel santuario del reino de Israel, y que se vuelva al
reino del sur, es decir a su tierra de Judá.
Evidentemente,
el profeta ha debido experimentar un
rechazo frontal. Su denuncia de la corrupción no es políticamente
correcta en un santuario real. Amós
responde con unas palabras que nos impresionan por su sinceridad: “Yo no soy
profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el
Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: Ve a profetizar a mi pueblo
Israel”.
Entre las
muchas lecciones que nos transmite este texto, es preciso subrayar al menos
una. La que nos recuerda que el profeta no es un aventurero: es un enviado. La
iniciativa no viene de sí mismo, sino de Dios. Es Dios el que llama, el que
suscita el carisma y el que da fuera al profeta, al misionero, al
evangelizador.
UN ESTILO PROPIO
En el texto
del evangelio que hoy se proclama (Mc 6,7-13) nos encontramos con una figura
paralela. Al profeta llegado de Judá hasta las tierras de Israel, suceden ahora
los Doce discípulos elegidos por Jesús y enviados a anunciar su buena noticia.
Tampoco ellos se han arrogado esa misión. La iniciativa ha venido de Jesús.
Y de Jesús
viene también la instrucción que marca el estilo de los evangelizadores. Un
estilo que se caracteriza por la pobreza, la sencillez y la libertad.
- La pobreza
no es un fin en sí misma. En este caso es un signo de la importancia del
mensaje. Eso es lo que importa. Para anunciarlo con rapidez y de forma
convincente, es preciso viajar ligeros de equipaje.
- La sencillez
aconsejará a los evangelizadores aceptar el alojamiento que se les ofrezca, sin
remilgos ni exigencias de tratos especiales.
- Y la
libertad les llevará a ponerse de nuevo en camino, sin nostalgias ni
resentimiento, cuando sean rechazados por los que no aceptan el mensaje que
ellos anuncian.
UNA TRIPLE TAREA
El texto evangélico se cierra
constatando que los discípulos de Jesús salieron efectivamente a predicar el
mensaje que les había confiado su Maestro. Lo que ellos hicieron marca el
estilo de la actuación de toda la Iglesia y de cada uno de los cristianos.
·
Exhortar a la conversión. Si el Reino de Dios es
un buen anuncio de gracia y de salvación, es también una invitación al cambio
de actitudes. No ha de ajustarse el mensaje a la vida, sino la vida al mensaje.
·
Expulsar demonios. El anuncio de la verdad
siempre resultará incómodo a los que han decidido vivir en la mentira. El
evangelizador sabe que habrá de enfrentarse con frecuencia a las fuerzas del
mal.
·
Sanar a los enfermos. Y, con todo, siempre habrá
personas vulnerables, enfermas y marginadas que requieren una palabra de
compasión. Y no sólo una palabra, sino el compromiso de quien sabe que la
salvación es una fuerza de sanación integral.
Señor
Jesús, tú nos has elegido sin mérito nuestro y nos envías por los caminos del
mundo a anunciar tu palabra y dar testimonio de tu vida. Que tu luz oriente
nuestros pasos para que seamos fieles al mensaje que nos confías. Amén.
José-Román Flecha
Andrés
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