domingo, 6 de octubre de 2019

¡AUMÉNTANOS LA FE!


Reflexión Homilétca paa el Domingo 6 de Octubre de 2019. 27º del Tiempo Ordinario.

¡Hombre, Lucas, ya será menos! ‘Inútiles’, ‘inútiles’ del todo tampoco somos….

De nuevo nos encontramos, en las imágenes que Jesús utiliza de la semilla de mostaza y del siervo inútil, con el gusto oriental por la exageración (los lingüistas la llaman «hipérbole», que queda más fino).

Los discípulos piden más fe, con lo cual están reconociendo ya que algo de fe sí tienen, pero se siente limitados y tienen también dudas. Además, Las palabras que Jesús acaba de decir (que no están en la lectura de hoy, pero podéis ver en cualquier Biblia), exigen el perdón sin medida ante el hermano que vuelve arrepentido por séptima vez. Los apóstoles comprenden la dificultad del perdón, y más todavía si la ofensa se ha repetido siete veces en un sólo día; cualquiera le echaría los perros al que pide perdón por enésima vez, casi como si se estuviese burlando de uno.

Pero Jesús sabe que la única forma de construir una sociedad en paz es ser capaz de perdonar. Hay culturas en el mundo que no contemplan el perdón; lo consideran un signo de debilidad impropio de seres humanos. Hay mucha gente que también lo ve así. Pero entonces sería imposible vivir en sociedad; tan sólo los seres perfectos podrían vivir juntos, los humanos, en cambio, tarde o temprano nos equivocamos, metemos la pata y hacemos daño a alguien, incluso a los más cercanos y queridos.
Por eso, la única solución que queda es el perdón, la reconciliación, la voluntad compartida de ponerse de acuerdo y construir entre todos una sociedad en la que quepamos todos. Esto es válido para las familias, para los grupos de personas y también para los países y las sociedades. Pero ciertamente es muy difícil.

Los discípulos, como decía, se dan cuenta, y comprenden que la única forma de sofocar los deseos de venganza que brotan espontáneos del corazón ofendido es dejar que Dios nos transforme, nos haga como él, por eso piden: «Auméntanos la fe».

Jesús responde que no es cuestión de mayor o menor fe, sino de una fe activa y viva. Pone como ejemplo la semilla de mostaza, una de las de menor tamaño, pero que lleva dentro de sí la vitalidad para hacer crecer un arbusto. No se trata de disponer de montones de fe que pueda mostrar orgulloso o atesorar satisfecho. Una fe tan pequeña como la semilla, si es viva, es capaz de cambiar lo que parece inamovible: arrancar un árbol como la morera, de grandes raíces, símbolo de firmeza y resistencia; y también es capaz de cambiar el orden establecido: plantar un árbol en el mar y que viva es imposible. Con estas imágenes llamativas expresa Jesús la importancia de la fe.

La reflexión que nos piden estas palabras es muy personal; es hora de «hacerle la revisión» a nuestra fe. No nos preocupemos por su tamaño, no importa que no sea vistosa y adornada. Lo que Jesús quiere es que sea viva y activa. Hay mucha gente que se preocupa por tener «dudas de fe»; y a veces estas dudas son signo de una fe que se hace preguntas, que quiere conocer, que desea aprender más. Hay dudas de fe que se parecen mucho a «dolores de crecimiento». El que no tiene fe de ningún tipo, tampoco tiene dudas; el que duda, al menos le da importancia a pensar en ello, y se interroga y se cuestiona.

Los niños pueden vivir con su fe sencilla e ingenua cuando son pequeños, pero en la vida de todo cristiano llegan momentos de reflexión que ponen en crisis aquello que se ha aprendido de pequeño. Muchos no encuentran en esos momentos a nadie que les ayude a pensar, que les enseñe que un cristiano también puede ser crítico y profundamente creyente; algunos incluso reciben un mensaje contrario, como si hubiese que creer sin hacerse preguntas. Dios mismo nos ha creado con capacidad de pensar, de preguntar, de investigar, para que vivamos más en profundidad, para que seamos más nosotros mismos, para que nos puedan manipular menos. No tendría sentido que Dios mismo pidiese una fe acrítica, vacía de contenido, sin reflexión.

Pero la fe no es sólo una actividad de la mente (que es necesaria), sino también la decisión de vivir de una determinada manera. En el capítulo anterior de su evangelio, el 16, Lucas nos ha interpelado para que aprovechemos las riquezas al modo de Jesús, siendo solidarios con los más pobres en vez de acumularlas. En los versículos precedentes, ya mencionados, nos habla del perdón.

¿Cómo es, por tanto, nuestra fe? ¿Le dedicamos tiempo a hacerla crecer? ¿Le damos importancia a vivir como Jesús nos pide? ¿Pensamos en su mensaje en las grandes decisiones de nuestra vida?

Por otra parte, en la parábola del siervo campesino hay una fuerte crítica a los que actúan para que Dios les recompense; como si quisiesen «comprarle» a Dios su gracia y su amor. La gracia, precisamente, es gratis; Dios nos da su amor porque nos lo quiere dar.

No podemos prometerle a Dios que haremos tal o cual cosa «a cambio» de algo que le pedimos. Tan sólo podemos mostrarle nuestro agradecimiento, pero no como un «precio» que le pagamos a Dios por el favor.

No podemos hacer ante él gestos que nos conviertan en sus preferidos, ni nuestras buenas obras tienen valor si son interesadas. Jesús enseña constantemente, con sus palabras y con sus gestos, que el amor de Dios es gratuito y desinteresado y que nuestro amor a él es simplemente el agradecimiento generoso de los hijos hacia su Padre.

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