Reflexión homilética del Domingo 4 de Marzo de 2018. 3º de Cuaresma, B.
“No tendrás otros dioses frente a
mí”. Así comienza la primera lectura de este domingo tercero de cuaresma (Éx
20,1-17). Después de la alianza de Dios con Noé y con Abraham, que hemos
meditado en los dos domingos anteriores, hoy se nos recuerda la alianza que
Dios hizo con Moisés y con su pueblo.
En ese contexto se sitúa el
Decálogo. Dios había liberado a Israel de la esclavitud que sufría en Egipto.
Dios había hecho su parte. Pero la liberación exigía algo de parte de aquel
pueblo y de todos los pueblos de la tierra. Los mandamientos no son un peso en
las alas. Reflejan la responsabilidad con la que se ha de alcanzar y vivir la
liberación.
En la segunda lectura, San Pablo
nos invita a anticipar ya el misterio de la muerte de Cristo. El Crucificado es
escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Pero para los que creen
en él es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,22-25).
LOS VENDEDORES Y LA LIMPIEZA
La celebración de la Pascua se
anticipa también en la primera frase del evangelio que hoy se proclama (Jn
2,13-25). Hemos meditado muchas veces este episodio de la limpieza que Jesús
escenificó en los atrios del templo de Jerusalén. Claro que casi siempre nos
ponemos en su lugar, dispuestos a repartir latigazos más que a recibirlos.
Jesús decide limpiar el templo de
traficantes. Desea que sea una casa de oración, no una plaza de negocios.
También hoy quiere una Iglesia y unos ministerios limpios.
Jesús quiere que la casa de Dios
sea un lugar de oración. También hoy nos pide que nos acerquemos a Dios en todo
tiempo y en todo lugar.
Jesús se refiere a su propio
cuerpo, identificándolo con el templo de Dios. También hoy nos exhorta a
respetar nuestro cuerpo y el de los demás.
Leído en este tiempo de cuaresma,
este episodio nos prepara para la celebración de la muerte y resurrección de
Jesús. El templo de su cuerpo seria destruido, pero al tercer día sería
restaurado y resucitado para nuestra salvación y nuestra esperanza.
LA VERDAD Y LOS VALORES
La lectura de este episodio
evangélico es muy interesante. Pero casi siempre olvidamos el final del relato.
En él se nos habla de los que escuchan a Jesús y se nos recuerda cómo los veía
él.
Muchos creyeron en su nombre,
viendo los signos que hacía. El texto retoma algo que aparece varias veces en
los evangelios. Las gentes piden signos y milagros para poder creer. Pero el
evangelio nos dice que, al contrario, solo si creemos en el Señor veremos los
signos y prodigios que él realiza en nosotros.
Pero Jesús no se confiaba a
ellos… porque sabía lo que hay dentro de cada hombre. También esta frase es
fundamental. Nosotros juzgamos por las apariencias y vivimos de apariencias. El
Señor nos invita a vivir en la verdad y a no juzgar a las personas solo por su
figura. Nuestra fe no puede quedar en los gestos exteriores.
Señor, Jesús, sabemos que tú no
has venido a abolir los mandamientos. Purifícanos para que veamos en ellos los
valores que apelan a nuestra responsabilidad y a la honda verdad de la
existencia. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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