martes, 9 de diciembre de 2025
lunes, 8 de diciembre de 2025
"ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA"
Reflexión del Evangelio Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Frente al
jardín del Edén….la casa de Nazaret.
Conocemos bien el relato: Adán y Evan viviendo en la dicha inocente del Edén, desnudos en el paraíso sin vergüenza o problema alguno. Ciertamente podría haber sido el final feliz del relato, sí; pero no reflejaría la realidad de nuestro mundo. El paraíso reclama realismo por medio de una serpiente que habla, en concreto, que engaña y arruina la dicha en la que vive la pareja.
La astucia de la serpiente se manifiesta en el uso y dominio que tiene de la mentira y la media verdad, las cuales sirven para minar la confianza de Adán y Eva en la palabra dada por Dios bueno y creador. La serpiente contrarresta la palabra de Dios iniciando la senda del engaño: “De ninguna manera moriréis (si comeís del arbol). Es que Dios sabe muy bien que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” Esto que dice la serpiente es verdad en dos aspectos: por un lado, el conocimiento moral no causa la muerte por sí mismo y, por otro, quien alcanza este conocimiento se hace semejante a Dios. Pero lo que el relato deja claro es que una libertad movida por la desconfianza en la palabra de Dios resulta incompatible con la vida (Gn 2,16-17).
Y sabemos bien cuál es la consecuencia inmediata de esta libertad desconfiada: la vergüenza, es decir, se dieron cuenta de que estaban desnudos y sintieron vergüenza el uno del otro ciñéndose con hojas de una higuera. La vergüenza surge de repente ante la mirada del otro; hasta ese momento, la mirada del otro era sin vergüenza.
A continuación, en medio de esta atmosfera vergonzosa, aparece Dios por el jardín a la hora de la brisa. Adán y Eva se esconden entre los árboles. Dios los busca incesantemente al no encontrarlos: ¿dónde estáis? Adán responde que al oírlo por el jardín, tuvo miedo y se escondió. Ahora, la culpa aparece en nuestro relato: Adán, Eva, la serpiente… Todos escapar de la responsabilidad, todos sienten no sólo vergüenza, sino ahora culpa. Adán y Eva se sienten juzgados por la mirada de Dios sobre sus acciones. Dios aparece como portador de los valores que Adán y Evan han transgredido: la obediencia y la fidelidad de unos a otros.
Adán y Eva tienen una existencia eterna, sin fin, movida por la desconfianza en la palabra de Dios. Esto es, por definición, el infierno. Y Dios no va a permitir un infierno eterno para Adán y Eva. Aparece así la muerte como límite para el débil albedrío de Adán y Eva.
La casa de
Nazaret
La Anunciación es la gran tabla mariana pintada por Lucas. Todo es narrado bajo la atmosfera de la cotidianeidad de Nazaret que viene rota por el acontecer de Dios por medio de su ángel Gabriel. No es una serpiente la que habla, sino el enviado de Dios.
El ángel saluda a María como “llena de gracia”. Son quizás estas palabras del saludo en las que la Iglesia comenzó a ver la Inmaculada Concepción de María, es decir, ella ya estaba llena de gracia antes de que el ángel llegara. El ángel no le dice “recibirás la gracia”, sino "llena de gracia” porque Dios la había preparado desde su concepción.
El acontecer de Dios en Nazaret viene envuelto con una primera palabra clave: no tengas miedo. El ángel quiere abrir la senda de la confianza en la que se revela la verdad. El miedo provoca la desconfianza. El ángel no lleva al engaño como la serpiente ni a medias verdades.
María escucha el mensaje del ángel: “Concebirás y darás a luz a un hijo, al que pondrás por nombre Jesús… (Lc 1,31)” María será la madre del Hijo del Altísimo. El ángel ofrece a María el regalo de acoger en su seno la divinidad; Eva es incitada por la serpiente a robarla del árbol, es decir, a tomarla, a apropiarse de la divinidad porque Dios se la está ocultando, según la serpiente.
María recibe como don la divinidad; no se apropia, sino que recibe y acoge. Toda nuestra miseria viene de querer tomar lo que Dios quiere ofrecernos. Queremos ser felices, pero a nuestra manera. Queremos amor, pero sin entrega. Queremos vida, pero sin cruz.
Dos mujeres.
Dos jardines. Dos conversaciones. Dos respuestas. Es esta solemnidad de la
Inmaculada Concepción se nos invita a contemplar el misterio de que el
acontecer de Dios se acoge no sólo tal y como viene, sino sobre todo como don.
domingo, 7 de diciembre de 2025
sábado, 6 de diciembre de 2025
"ESTÁ CERCA EL REINO DE LOS CIELOS"
Reflexión Evangelio Domingo 7 de Diciembre de 2025. 2º de Adviento.
Las lecturas de este domingo son una invitación a soñar un tiempo mejor. No es “ciencia ficción” o un triste optimismo que empieza y acaba en nosotros mismos. Es el tiempo de Dios que somos invitados a acoger como un compromiso y una opción de vida. No queremos que estas semanas pasen de manera rutinaria, sino asumirlas como oportunidad para cambiar nuestro día a día. Es el tiempo de Dios, es nuestro propio tiempo…
Es tiempo de
acoger la promesa de un futuro mejor
Isaías nos evoca a todos los que sueñan con un futuro mejor, nos llama a unirnos a la causa de la esperanza. El profeta tiene en su mente un tronco que fue llamado a ser fecundo y que ahora está talado, quemado y sin futuro. Fue la promesa que Dios hizo a David, el hijo de Jesé de Belén. Aquel gran rey trajo a Israel paz y prosperidad y la mantuvo su hijo Salomón. El árbol que crecía con fuerza con el tiempo fue destrozado. Cuando se escribe este texto, Israel vive sus momentos más bajos: no queda nada de su esplendoroso pasado. Nada. Pero el profeta ve más allá, intuye que queda la raíz, esa que nadie puede destrozar. Anuncia vida y savia nueva, que pueden brotar desde lo escondido. Y es Dios quien tiene capacidad para hacerlo, un Dios que trabaja en lo oculto y profundo de la tierra, donde las personas no vemos…
El Adviento nos empuja a cambiar la mirada y reconocer, más allá de las ruinas y el caos tan evidentes en el mundo y en nuestros espacios más cercanos, el trabajo que Dios está haciendo en lo oculto de la realidad. Los pequeños brotes nunca se imponen ni son evidentes a simple vista. Percibirlos y apostar por ellos es confiar en las promesas de Dios, tener la certeza de que este mundo sigue en sus manos, que Él lo cuida, nos cuida, que no estamos desamparados, que aún nos espera un futuro mejor. No es tiempo para pesimistas sino para gente de mirada y corazón atentos.
Es tiempo de
creer y apostar por la paz y la justicia
El profeta nos habla de un personaje desconocido, “el brote del tronco de Jesé”. Sabemos ahora que se refiere a Jesús en quien culmina la fecundidad de la Historia humana. ¿Qué trae a este mundo? Lo que más necesitamos: la concordia, representada con imágenes increíbles de la naturaleza. Una visión realista consideraría imposible lo que Isaías describe, esa paz elevada a las cotas más altas. ¿Cómo alcanzarla? Quien lo haga tendrá sobre sí la plenitud del Espíritu: la inteligencia de Salomón, la fortaleza de David, la piedad de los patriarcas… “Somos enanos a hombros de gigantes”: la causa de la no violencia, la paz y la justicia nos empuja, ante todo, a creer y apostar, a hacer camino con otros. No podemos conformarnos con la realidad que vivimos desde el argumento de que el cambio es imposible. Militar en las obras de la paz y la justicia es una llamada de Dios que atraviesa toda la Escritura. El tronco de Jesé, que es ahora esta Iglesia frágil, tiene fuerza para alzar su voz y aunar esfuerzos para construir un mundo mejor.
Es tiempo de
fortalecer la esperanza, apoyada en la paciencia y el consuelo
Pablo escribe a los cristianos de Roma, una comunidad dividida: los “débiles” permanecen aferrados a las tradiciones y cumplimientos del judaísmo, aún no han dado el paso de confiar en el “Dios que todo lo hace nuevo”; los “cristianos fuertes” han asumido el mensaje de novedad que ha traído Jesús, su manera diferente de entender el vínculo con Dios y los hermanos, manifestado en su vida y en su Pascua. Hay tensiones entre ambas formas de acoger el compromiso cristiano, los “modernos” y los “nostálgicos”. Pero una comunidad no crece cuando se centra en las diferencias, sino al caminar juntos en la misma dirección. ¡Qué actual nos resulta esto! ¿Qué propone el Apóstol? Volver a Cristo, el único que nos une, manteniendo sus mismos sentimientos; acogernos mutuamente como hermanos; fortalecer la paciencia de caminar unidos, que nunca debe despreciarse o darse por sabida; apoyarnos en el consuelo que viene de la Palabra de Dios. Han pasado bastantes siglos, pero en este Adviento sigue siendo urgente el compromiso (tan propio del Papa León) de apostar por la unidad que debe caracterizar a los creyentes. ¡Este es un gran signo de esperanza!
Es el tiempo
de escuchar a los profetas: conversión y bautismo
Juan Bautista debió ser muy original. Mateo lo representa con los atributos externos propios de los profetas. Él va a ser, para el evangelista, el mismo Elías que la tradición judía esperaba al final de los tiempos para traer al Mesías. Juan es duro, especialmente con los más hipócritas. No ofrece nada (al contrario de lo que hará Jesús), solo pide confesión de los pecados, conversión y bautismo. Dicho con otras palabras: coherencia de vida, autenticidad, sencillez y mirada a Dios. Su objetivo es preparar al pueblo para que la llegada del Mesías sea como la semilla que cae en buena tierra. Siguen siendo hoy muchos los profetas, también originales, que gritan por un mundo mejor, que quieren llamar a nuestras conciencias dormidas para invitarnos a construir una vida más plena. Adviento es buen momento para escuchar, sin juicios, su música y reconocer en ella el lenguaje de Dios.
Es tiempo de
desear la salvación que trae Jesús
El Bautista
presenta al Mesías como un labrador. A Jesús le gustaba también el campo para
hablar de su misión. El hacha sirve para podar sarmientos y ramas de modo que
la planta se haga fuerte. El bieldo (la horca con la que se levantan las
espigas en la era para que el viento separe el grano de la paja) sirve para
sacar una buena cosecha. La salvación que ofrece Jesús se sigue eligiendo. Él
quiere enriquecernos personalmente. Nuestra fe no es una mera distracción o
cumplimiento, sino un compromiso de vida que nos lleva a dar lo mejor de
nosotros mismos. Volver a Jesús es apostar por dejarnos salvar por Él, en todo
lo que nuestra existencia necesita aún de salvación. En este Adviento conviene
que nos preguntemos si realmente necesitamos a Cristo para que nuestra vida
adquiera más plenitud, para que hagamos de este mundo el Reino que Dios quiere.
martes, 2 de diciembre de 2025
lunes, 1 de diciembre de 2025
domingo, 30 de noviembre de 2025
TIEMPO DE VIVIR CON EL CORAZÓN DESPIERTO

Reflexión Evangelio Domingo 30 de Noviembre de 2025. 1º de Adviento.
Comenzamos un nuevo año litúrgico
La Iglesia, con sabia pedagogía, nos invita a abrir el
corazón al Adviento, ese tiempo breve pero intenso que nos prepara a celebrar
el misterio de la Encarnación. No se trata simplemente de “esperar la Navidad”,
como quien cuenta los días hasta una fiesta familiar. Adviento es tiempo de
despertar, de volver a poner la mirada en el horizonte de nuestra esperanza: el
Señor que vino, que viene y que vendrá.
El evangelio de este domingo nos sitúa ante la palabra clave
de este tiempo: “velad”. Jesús la repite con insistencia. Velar no es vivir
asustados, ni en una tensión nerviosa; es vivir despiertos, atentos a la
presencia de Dios en nuestra historia. En un mundo que nos adormece con el
ruido, la prisa y el consumo, el Adviento nos sacude y nos recuerda que hay
algo más profundo que las luces de las calles o las compras de temporada: el
Señor está viniendo a nosotros.
El texto de Mateo nos habla de los días de Noé. “Comían,
bebían, se casaban… hasta que llegó el diluvio”. Jesús no critica esas
actividades; son cosas normales de la vida. Lo que reprocha es la indiferencia,
ese vivir como si Dios no existiera, como si la historia no tuviera meta ni
sentido. También hoy podemos caer en ese sueño: cumplir con nuestras rutinas,
hacer planes, trabajar, divertirnos… y sin embargo, dejar que el corazón se
apague. El Adviento es un llamado a salir de la indiferencia y volver a centrar
nuestra vida en lo esencial.
"La noche está avanzada, el día se acerca"
San Pablo, en la segunda lectura nos lo dice con palabras que
resuenan con fuerza: “Ya es hora de despertaros del sueño… La noche está
avanzada, el día se acerca”. El “día” del que habla Pablo no es una metáfora
poética, sino el día del Señor, el momento definitivo en que Cristo se
manifestará en plenitud. Pero ese día comienza ya aquí, cada vez que acogemos
su presencia en el corazón, en la Eucaristía, en los pobres, en la Palabra que
nos transforma. Por eso el Adviento no mira sólo hacia el futuro, sino también
al presente: Cristo viene ahora, en medio de la historia, en lo pequeño y
cotidiano.
"Venid, subamos al monte del Señor"
La primera lectura, del profeta Isaías, nos ofrece la imagen
de los pueblos que suben al monte del Señor. Es una visión de esperanza: las
armas se convierten en arados, los corazones se abren a la paz. En un tiempo en
que tantas guerras ensombrecen la tierra, esta palabra profética suena como una
llamada a ser constructores de esperanza y reconciliación. El Adviento nos
invita a caminar hacia ese monte, a dejarnos enseñar por el Señor sus caminos,
a trabajar por un mundo más justo y fraterno.
Velar, entonces, no es sólo rezar o esperar en silencio. Es
vivir con el corazón encendido, con la fe despierta y las manos activas. Es
tener la lámpara preparada, como las vírgenes prudentes de la parábola,
sabiendo que el Esposo puede llegar en cualquier momento. Velar es cuidar la
oración, pero también cuidar los gestos de amor, la atención al hermano, la
fidelidad en lo pequeño.
Quizás este Adviento podríamos hacernos una pregunta sencilla
pero exigente: ¿En qué me he dormido?
Tal vez en la rutina de la fe, en la falta de tiempo para
Dios, en el descuido de la familia, en la indiferencia ante los que sufren.
Despertar no siempre es cómodo, pero es el comienzo de una vida nueva.
El Adviento nos ofrece cuatro semanas para reorientar el
corazón. Cada vela que encendamos en la corona será un recordatorio de la luz
que Cristo quiere encender en nosotros. Cada lectura, cada canto, cada oración,
será una invitación a dejar que su venida nos renueve por dentro.
No sabemos el día ni la hora -dice el Señor-, pero sí sabemos
quién viene: Aquel que nos ama, que se hace niño, que comparte nuestra carne y
nuestras lágrimas. Por eso, la vigilancia cristiana no es miedo, sino alegría
confiada. Quien espera al Señor con fe no teme el futuro, porque sabe que el
final de la historia será un abrazo.
Que este Adviento nos encuentre despiertos, atentos y
agradecidos. Que sepamos descubrir la presencia de Cristo que viene a
visitarnos cada día en los rostros de quienes nos rodean. Y que, cuando llegue
la Navidad, no sólo tengamos listas las luces y los regalos, sino sobre todo el
corazón abierto al Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
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