domingo, 23 de febrero de 2025

CONFERENCIA-PRESENTACIÓN INTERVENCIÓN ARTÍSTICA EN LA CAPILLA DEL SEÑOR DE LA HUMILDAD

 

"AMAD A VUESTROS ENEMIGOS"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 23 de Febrero de 2025. 7º del Tiempo Ordinario.

Amar a los enemigos es muy difícil, pero no imposible

Amar a los enemigos es uno de los principios más desafiantes y difíciles enseñados por Jesús. Amar a los enemigos implica perdonarlos. Esto significa dejar ir el resentimiento y la venganza. Jesús enseñó que debemos perdonar no solo una vez, sino repetidamente (Mateo 18, 21-22).

Amar a los enemigos es difícil porque va contra nuestra naturaleza humana, que busca protegerse y responde con desconfianza, resentimiento o venganza ante el daño recibido. Sin embargo, no es imposible porque el amor verdadero no depende solo de los sentimientos, sino de la decisión consciente de desear el bien para el otro. Con la gracia de Dios, la práctica del perdón y la imitación del ejemplo de Cristo, podemos trascender nuestros impulsos y amar incluso a quienes nos han herido. Este amor transforma no solo a quien lo recibe, sino también a quien lo da.

Entonces, no es sencillo, pero podemos orar por los enemigos, la oración es una forma poderosa de comenzar a amarlos. Jesús dijo: “pero yo les digo: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5, 44). Orar por ellos puede transformar nuestro corazón y actitud hacia ellos.

Es de mucha ayuda tratar de entender por qué una persona actúa de cierta manera, eso puede ayudarnos a desarrollar compasión. A menudo, las personas que hieren a otros lo hacen desde su propio dolor y sufrimiento.

Jesús enseñó a responder al mal con el bien. Esto se puede traducir en actos concretos de bondad hacia aquellos que nos tratan mal. San Pablo en la carta a los Romanos 12, 20 dice: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”.

Jesús enseñó a no devolver mal por mal. En lugar de buscar venganza, debemos buscar maneras de responder con amor y bondad (Mateo 5, 39-42). En definitiva, deberíamos siempre recordar el ejemplo de Jesús en la cruz, oró por aquellos que lo crucificaron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).

Poner en práctica estos principios puede ser difícil y requiere un compromiso continuo y esfuerzo. Sin embargo, el amor a los enemigos es una expresión profunda de la fe cristiana y refleja el carácter de Dios.

¿Te animas a responder?

1. ¿Qué significa realmente amar a los enemigos en nuestra vida cotidiana, y cómo podemos superar el deseo natural de responder con resentimiento o venganza?

2.  ¿Cómo cambia nuestra relación con Dios y con nosotros mismos cuando elegimos perdonar y amar a quienes nos han herido?

3.  ¿Qué impacto podría tener en el mundo si cada uno de nosotros pusiera en práctica el amor a los enemigos en nuestras palabras, actitudes y acciones?

Fr. Carlos Ávila O.P.

domingo, 16 de febrero de 2025

"BIENAVENTURADOS"

 

Reflexión Evangelio del Domingo 16 de Febrero de 2025. 6º del Tiempo Ordinario.

La liturgia de este sexto domingo del Tiempo Ordinario nos presenta una enseñanza fundamental sobre la vida cristiana: la bienaventuranza de quienes confían en el Señor y la advertencia para aquellos que ponen su seguridad en el mundo. Las lecturas nos invitan a examinar en qué o en quién estamos depositando nuestra confianza y qué camino estamos siguiendo en nuestra vida.

En la primera lectura, tomada del libro de Jeremías (Jer 17,5-8), el profeta nos plantea dos caminos: el del hombre que confía en sí mismo y en los bienes materiales, y el del que confía en el Señor. El primero es comparado con un arbusto en el desierto, seco y sin vida. El segundo, con un árbol plantado junto al agua, que da fruto incluso en tiempos difíciles. Esta imagen es poderosa: si nuestra vida se fundamenta en nuestras propias fuerzas o en seguridades humanas, tarde o temprano nos encontraremos vacíos y sin esperanza. Pero si nos apoyamos en Dios, Él nos sustentará incluso en medio de la adversidad.

El Salmo 1 refuerza esta idea: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. La felicidad verdadera no está en la autosuficiencia, en el poder o en la riqueza, sino en una vida arraigada en la Palabra de Dios, meditada y vivida cada día.

San Pablo, en la segunda lectura (1 Cor 15,12.16-20), nos recuerda la esencia de nuestra fe: la resurrección de Cristo. Nuestra confianza en Dios no es solo para esta vida terrena, sino para la eternidad. Si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe. Pero Él ha vencido a la muerte, y esto nos da una esperanza firme. No estamos llamados a vivir solo para el presente, sino con la certeza de que Dios nos ha preparado una vida plena en él.

Finalmente, en el Evangelio de Lucas (Lc 6,17.20-26), Jesús proclama las bienaventuranzas y los ayes. ¡Qué desafiante es este mensaje para el mundo de hoy! Felices los pobres, los que lloran, los perseguidos... Pero, ¿cómo puede ser esto una felicidad? La clave está en que Jesús no habla de una felicidad mundana, sino de la verdadera alegría del Reino de Dios. Los pobres de espíritu son aquellos que dependen totalmente de Dios; los que lloran, aquellos que, con humildad, reconocen su necesidad de Él; los perseguidos, los que viven con coherencia su fe. En cambio, los “ayes” advierten a quienes se han acomodado en una falsa seguridad, en las riquezas, en la superficialidad del mundo.

Hermanos, este domingo Jesús nos pregunta: ¿Dónde está puesta nuestra confianza? ¿Estamos arraigados en Dios o en las seguridades pasajeras del mundo? Esta es una invitación a revisar nuestro corazón y a confiar plenamente en Él, sabiendo que solo junto a Dios podemos encontrar la verdadera felicidad. Que el Señor nos dé la gracia de vivir las bienaventuranzas y de ser testigos de su amor en el mundo.

Fr. Dailos José Melo González OP

sábado, 1 de febrero de 2025

LA GRACIA DE DIOS ESTABA CON ÉL

 

Reflexión Evangelio Domingo 2 de Febrero de 2025. Fiesta de la Presentación del Señor.

Luz de todos los corazones

Estamos ante una verdadera obra maestra de la teología de Lucas (ya se comentó el texto en el domingo después de Navidad, la Sagrada Familia). Queremos resaltar que narrativamente es un texto evangélico y, corno tal, con un mensaje que va mucho más allá del hecho histórico de la presentación de un recién nacido para cumplir la ley de Moisés (o la ley de Dios como se dice a continua-ción). Se ha de tener en cuenta que no era necesario que el niño fuera llevado al templo para cumplir con el precepto de esa ley de la purificación de la madre (cf Lv 12,1-8), porque lo de la presentación del niño no era algo requerido por la ley de Moisés. Se quiere, pues, mostrar que los padres de Jesús se atienen en todo a esa ley,y pretenden "consagrarlo al Señor" según lo quo establecía un precepto (Ex 13,2.12.15), con el rescate del primogénito (Ex 13,13; 34,20) con el pago de cinco siclos (Num 18,15-16); aunque Lucas no dice expresamente que se llevara a cabo ese rescate así. Lo importante era poner de manifiesto que los padres de Jesús querían incardinar a su hijo a todo aquello que era considerado como una vida de fidelidad a Dios cumpliendo ciertos preceptos.

Pero es eso precisamente lo que va a ser puesto en entredicho en esta narración lucana. Los padres que viven de esa fidelidad se van a encontrar, de pronto, con personajes que viven y sienten al margen de esos preceptos. Son el viejo Simeón y la profetisa Ana, quienes con su mensaje van a poner en "solfa" todo lo que manda la ley y exige la tradición. Porque no basta con eso para ser fieles a Dios. Y esta es una lección "teológica" que sus padres aprenden con admiración y con la misma fidelidad con que intentaban ser fieles a la tradición y a la religión de su pueblo. Estos personajes de la narración aparecen como por ensalmo, pero no se quedan en la pura estética. No son los sacerdotes los que acogen a Jesús en este momento en que es llevado al templo, sino dos personajes que nada tienen que ver con la ceremonia que se realiza. Primeramente, un anciano que esperaba la "consolación de Israel". No podemos menos de unir esos dos elementos: anciano y quien espera la consolación (según ls 40,1; 51,12; 61,2 designa la salvación de Israel). Su canto del "Nunc dimittis" encierra todos los tonos del Espíritu, quien pasa a ser protagonista a partir de este momento. Por eso mismo debemos saber leer nuestro relato acentuando cómo se pasa desde la ley de Moisés al Espíritu. Esta será una constante en la obra de Lucas. La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de Dios. Cuando los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece para "arrebatar" al niño de las manos maternas y presentarlo él con su "palabra" y con su canto, bendiciendo a Dios. No debemos pasar por alto este detalle, con toda su significación.

El canto de Simeón, el "Nunc dimittis" está cargado de resonancias bíblicas y especialmente por lo que se refiere a presentar a Jesús como "luz" de todas las naciones (Is 52,10). Es la primera vez que aparece en la obra de Lucas y será como una línea dorada en su doble obra (Evangelio-Hechos). Jesús no ha venido solamente para salvar al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Es una salvación que ilumina a todos los pueblos. Ese carácter universalista de la salvación es, debe ser, central en el mensaje de esta fiesta.

El papel de Ana, la profetisa, no es tampoco un adorno narrativo, aunque no está falto de estética teológica. Viene en apoyo de lo que Simeón anuncia. No olvidemos que es una "profetisa", que está día y noche en el templo. El templo como lugar de la presencia de Dios, de los sacrificios y peregrinaciones.

Ahora a esta mujer –debemos resaltar lo de ser mujer–, se le enciende el alma y el corazón de una forma profética para proclamar la liberación (el rescate) de Jerusalén o de Israel, el pueblo de Dios. Ya no es simplemente la mujer que en silencio ora y asiste a las ceremonias sagradas, sino que rompe muchos silencios de siglos, con la llegada de este niño al templo. Su voz femenina le da entraña a todo aquello que podía haber quedado en un rito más de purificación.

No entramos en las palabras de Simeón a María (vv. 34-35), del signo de Jesús, bandera discutida, que habla de su historia concreta, de su predicación, de su experiencia de Dios, de sus ofertas de salvación a los pecadores. Y de la "espada" (cf Ez 14,17) de María, que es la espada de la palabra salvadora que lleva a la pasión. Sabemos que todo esto no ha podido formularse sino después de los acontecimientos de la Pascua. Porque, como todo el conjunto de Lc 1-2, esta es una escena programática que habrá de desarrollarse a lo largo de la vida de Jesús. Y no podemos olvidar que la historia concreta de Jesús es la historia de un Mesías rechazado. María, en ese momento, para Lucas, no solamente es una figura histórica, que lo es como madre que lleva a su hijo, sino que representa a la nueva comunidad que fiel a Dios, pasa desde su experiencia de la fidelidad a la ley a la experiencia de la fidelidad al Espíritu. Por eso la palabra de Jesús y su vida, es una espada de identidad para esta comunidad.

Fray Miguel de Burgos Núñez