sábado, 21 de junio de 2025

"LOS PARTIÓ Y SE LOS IBA DANDO"

 

Reflexión Evangelio Domingo 22 de Junio de 2025. Solemnidad del Corpus Christi

Hoy, en la celebración del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, se nos invita a profundizar en lo que significa en nuestra vida como creyentes el cuerpo de Cristo entregado y la sangre de Cristo derramada y la llamada a hacer memoria de este acontecimiento en la eucaristía y en nuestra cotidianidad.

Celebrar el cuerpo y la sangre de Cristo es celebrar su vida, su entrega, su muerte y su resurrección. Es celebrar la vida entregada para que todas las personas tuvieran vida. Eso es lo que Jesús hizo durante todo el tiempo en el que estuvo entre nosotros, acercarse al que estaba caído para que se levantara de su postración: dio de comer al hambriento, sanó al herido, abrazó al excluido, acogió al marginado y apartado, reconoció a las mujeres y las llamó por su nombre, como a María Magdalena. En definitiva, puso vida allí donde había muerte. Y no se conformó con lo mínimo, sino que dio todo y se dio por entero, entregando su propia vida para la vida de todos. Y la resurrección es el sí del Padre a lo que fue la vida de Jesús. En la resurrección, el último obstáculo para la vida que es la muerte misma queda vencida. En la resurrección ya no hay muerte, solo vida.

 

Pero no podemos olvidar que Jesús nos invita a repetir este gesto en cada eucaristía: “Haced esto en memoria mía”. Estamos llamados a llevar a nuestra vida lo que fue la vida de Jesús. Estamos invitados a vivir desde la entrega y el servicio, y lo hemos de llevar a cabo en nuestra cotidianidad, allí donde nos encontramos: en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros barrios, en nuestras ciudades. Estamos llamados a hacerlo con los de cerca y también con los de lejos. Esto también lo vemos en ese gesto que repetimos en cada jueves santo cuando realizamos el lavatorio. Él nos dice: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” Esta es la llamada y la invitación: hacer realidad el mandamiento del amor, haciéndolo realidad por medio de las obras.

Y, como podemos ver en el evangelio, en este darse y entregarse, en este amor no hay acepción de personas. Estamos llamados a entregarnos a todo aquel que nos necesita, como hizo Jesús. Él dio de comer su pan a todos los que se encontraban allí escuchándole: ¿Cómo vamos a dar de comer a todos, se preguntarían los discípulos, si son unos cinco mil? No miró si eran buenos o malos, justos o injustos. Tenían hambre y les dio de comer. No miró si estaban bien o mal vestidos, o si parecían pobres o ricos. Tenían hambre y les dio de comer. No miró cómo vivían su religiosidad o su ciudadanía, si eran saduceos, fariseos, zelotes, gente del pueblo. Tenían hambre y les dio de comer. ¡Cuántas discriminaciones hacemos nosotros ahora! Si son o no de los nuestros, si tienen o no nuestro mismo modo de pensar, si son de derechas o de izquierdas, si son conservadores o progresistas. Nosotros construimos muros que nos separan mientras que Jesús construye puentes que nos unen. Nos olvidamos que todos nos necesitamos para construir una sociedad en la que todos tengan sitio.

¡Y qué importante es crear vínculos para que esta entrega, este darse a todos sea posible! Cuando en el evangelio dice que los mandó sentarse formando grupos de unos cincuenta cada uno, me gusta pensar que esto lo hace no solo para que sea más fácil el reparto, sino porque en grupos pequeños es más fácil poder crear vínculos que nos ayuden a superar las barreras que nos dividen y a crecer en fraternidad. Además, estos pequeños grupos, que podrían ser la familia, las comunidades religiosas, las comunidades parroquiales u otros posibles, nos tendrían que ayudar, como pequeñas escuelas, a aprender e vivir unidos en la diversidad, a superar los conflictos por medio del diálogo, a caminar juntos buscando la unanimidad, etc. Nos tendrían que ayudar a caminar juntos con nuestras diferencias.

Lo mejor de todo es que nos deja su cuerpo y su sangre para que no nos sintamos solos en nuestro camino y para que nos ayude a llevar a nuestra propia vida lo que fue su vida. El momento mismo de la comunión lo significa: Llevar a nuestro propio cuerpo el cuerpo de Cristo para que estando con nosotros le dejemos crecer en nuestra propia vida, conformándonos y configurándonos con Él. Para ello tendremos que vaciarnos primero de todo aquello que no le deje sitio en cada uno de nosotros, nuestras faltas de amor hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia la creación, para que así Él pueda crecer en nosotros. Entonces seremos sus testigos.

sábado, 14 de junio de 2025

"EL ESPÍRITU DE LA VERDAD OS GUIARÁ"


Reflexión Evangelio Domingo 15 de Junio de 2025. 10º del Tiempo Ordinario. Santísima Trinidad.

La primera lectura de hoy nos habla de la Sabiduría de Dios que, antes de existir el mundo, ya había sido engendrada. A la luz del Nuevo Testamento, la Iglesia ha identificado esta Sabiduría con el Verbo que se iba a encarnar, con el Hijo eterno de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Este Hijo, hecho hombre en Jesucristo, es el camino que nos conduce a Dios, juntamente con el Espíritu, que procede del Padre y del Hijo y es igualmente Dios, tal como confesaron los Obispos en Nicea, en el primer Concilio de la Iglesia. Por cierto, es año celebramos los 1.700 años de este Concilio.

La fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta de los cristianos. Se puede ir más allá y decir que es la fiesta de todos los seres humanos. Desgraciadamente no todos se enteran de que es verdad tanta belleza. Es la fiesta de todos los humanos, porque todos hemos sido creados a imagen de la Trinidad, a imagen de Dios. Y Dios es relación subsistente de Amor, comunión de personas. Al crear al ser humano, lo creo a su imagen. Por eso, todos los humanos estamos llamados a vivir en el amor y realizar, a nuestro nivel, esta relación de Amor que se encuentra en el seno de Dios. Además, en cada uno de nosotros hay una huella de cada persona divina. La inteligencia humana es un reflejo del “Logos”, del Verbo divino; el impulso que todos tenemos hacia el Amor es un reflejo del Espíritu de Amor por el que se aman el Padre y el Hijo. Y la vida es un reflejo del Padre, Principio sin principio, del que procede toda Vida.

Los bautizados, además de reflejar la imagen de Dios, son conscientes de esta presencia. Pues el acto creador, como tal, no establece la reciprocidad. El acto creador es un acto de amor y ternura paternal por parte de Dios, pero no implica necesariamente la respuesta agradecida del ser humano. Para que dos personas estén presentes una a la otra, no basta con que estén físicamente juntas. Es necesario que cada una esté espiritualmente presente en la otra, y esto sólo puede hacerse por el conocimiento y el amor. Así se comprende que los cristianos tienen una relación personal y personalizada con cada una de las personas del único Dios: son hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos, sagrarios o amigos (porque el amigo es el que están en mi corazón) del Espíritu Santo.

Esta relación personalizada les hace hijos adoptivos de Dios, establece una amistad profunda con Dios. Somos amigos de Dios. ¡Parece una cosa increíble, pero es así! Increíble, porque lo que espontáneamente nos nace es decir que Dios es “Señor” y que, como todo señor, quiere súbditos sumisos. No es así en el caso del Dios revelado en Jesucristo, como Padre amante y amoroso. Nuestra relación con él no se sitúa en el terreno del deber, de la ley, de la sumisión, sino de la libertad, de la gracia y del amor.

En todo caso, debe quedar claro que nosotros no nos relacionamos con las personas divinas por separado, pues cada una reenvía nuestra mirada y nuestro corazón a las otras dos: el Padre al Hijo, el Hijo al Padre, El Padre y el Hijo al Espíritu, el Espíritu al Padre y al Hijo. Aunque no es menos cierto que en este intercambio perfecto cada una es amada y conocida en lo que es propiamente suyo: el Padre como fuente de vida, el Hijo como luz que ilumina nuestra vida, el Espíritu como amor que nos llena de Dios.

En resumen, al haber sido creados a imagen de un Dios, Trinidad de personas, resulta que en cada uno de nosotros hay un reflejo trinitario. Estamos hechos para el amor y solo en el encuentro amoroso nos encontramos a nosotros mismos. Como muy bien ha escrito el Papa Francisco: “la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas”.

domingo, 8 de junio de 2025

"SE LLENARON TODOS DEL ESPÍRITU SANTO"

 

8 de Junio de 2025. 8º Domingo de Pascua. Pentecostés.

En el marco de este Año Jubilar de la Esperanza, las lecturas propias de la solemnidad de Pentecostés nos indican cómo, con la venida del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús, reunidos en el Cenáculo, se convierten en testigos del resucitado, para todos los pueblos.

Pasados cincuenta días, sin alejarse de Jerusalén y esperando la promesa del Padre se dejaron invadir por el Espíritu, comenzaron a hablar y por todos se hacían entender.

Habían aprendido a vaciarse de sus propios miedos, para dejar paso a Aquél de quien habían escuchado sería su Defensor. En el Cenáculo lo estaban experimentando.

De este modo, los discípulos pudieron compartir las verdades del Evangelio con los demás, en los idiomas de origen de las personas que los escuchaban.

Es el Espíritu Santo la memoria que actualiza en los apóstoles las palabras y hechos de Jesús, como él mismo les había prometido: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26).

Vivimos gracias a su inspiración, que es la que nos anima para decir a los hombres de nuestra hora, sin excluir a ninguno: “Levántate, camina, abre caminos para la esperanza y sé esperanza para los demás. No repitas lo ya sabido, sino permite que Él te transforme en una criatura nueva y recree el Don de Dios en tu vida”.

El desafío hoy, con palabras de nuestro hermano Fr. Timothy Radcliffe, no es lo que vamos a decir sino cómo lo vamos a vivir.

La experiencia de la Pascua origina testigos, desencadena la misión, y ésta entraña una dinámica de salida y de movimiento.

Se nos ha dicho que, “lo decisivo no es hacer mucho, sino la calidad de vida que irradian las personas y comunidades. Es contar con testigos en los que se pueda captar la fuerza humanizadora, transformadora y liberadora que nos regala el Resucitado”.

Creyentes creíbles, que se les note convencidos de aquello que anuncian, porque primero lo han hecho carne de su propia vida.

El testimonio exige una dinámica de misión, como afirmó Pablo VI: “Evangelizar constituye la dicha y la vocación de la Iglesia, su identidad más profunda; ella existe para evangelizar”.

Pentecostés inauguró el tiempo de la Iglesia y la misión de los creyentes en el mundo. Desde entonces, el Espíritu continúa dándose a las personas en condiciones siempre nuevas.

Es cierto que vivimos en el mundo de las máscaras. Nuestra sociedad valora más la apariencia que el ser genuinos, porque lo superficial prevalece sobre lo profundo y las expectativas ajenas moldean la propia identidad.

Sin embargo, este panorama no limita la acción del Espíritu. Los seguidores de Jesús estamos llamados a irradiar su Rostro, a mostrarlo en todo su esplendor, allí donde nos encontremos.

Confiemos y consintamos abandonarnos a la fuerza del “Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo”. Él rompe cerrojos y abre puertas, para que vivamos sembrando esperanza. Y cambiemos el chip: más que hablar de Dios, es permitirle a Dios que hable por nosotros, así nuestro lenguaje será inteligible para todos.

Los discípulos se llenaron de alegría y acogieron la paz que el Resucitado les regalaba como saludo y como Don. Esta alegría es fruto del Espíritu, y revela dónde los corazones han puesto su tesoro y su esperanza.

El relato evangélico nos muestra cómo Jesús sopla, exhala su aliento y les entrega el Espíritu, la “Ruah”, que crea y renueva la faz de la tierra.

Por eso, quienes entraron temblorosos en el Cenáculo, ahora salen transformados. Se les regala la parresía, la audacia, como sello del Espíritu y testimonio de la autenticidad del anuncio.

A partir del primer Pentecostés de la historia, los creyentes tenemos una feliz seguridad: contamos con el Testigo Fiel, que protagoniza la historia y cumple cuanto promete. Siempre.

¿Somos pacientes para esperar y acoger el Don del Espíritu que Jesús nos regala también hoy? ¿Nos sentimos prisioneros de nuestros miedos? ¿Le permitimos a Dios entrar en nuestras vidas para que nos trasforme? ¿Nuestra fe es contagiosa? ¿Qué irradiamos? ¿Tratamos de que sea el Espíritu el protagonista de cuanto somos y hacemos?

domingo, 1 de junio de 2025

"FUE LLEVADO HACÍA EL CIELO"



Reflexión del Evangelio del Domingo 1 de Junio de 2025. 7º de Pascua.

La fuerza que viene de lo alto

Escribiendo San Pablo a los colosense (Cap. 1, vers. 15ss) en un bello himno sobre la primacía de Cristo, afirma que Él (Cristo) es imagen de Dios invisible y que todo lo creado ha sido por Él y para Él. El Evangelio de San Juan (Cap. 14, vers. 9) también lo corrobora: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Podemos afirmar, sin incurrir en error, que toda la creación ha sido obra de la Trinidad, porque Trinidad es el nombre de Dios amándose en tres personas, ya que la relación entre las tres divinas personas genera la fuerza del amor divino. Un amor que no es de nuestro mundo, como recordada el Papa Benedicto en “Deus caritas est”, pero que se deja sentir como una fuerza incontenible que procede de un lugar que llamamos ‘lo alto’ o ‘el cielo’.

La glorificación se refiere a la transformación por la entrega sin condiciones a Dios por parte del creyente. Jesús es nuestro modelo y guía ya que cuando se revistió de nuestra carne nos abrió el verdadero camino que nos conduce hasta la misma entraña de Dios, que no es otra que la de dar vida plena. Yo he venido, decía Jesús, enviado por el Padre para dar vida y vida en abundancia. No hay gloria sin vida y la vida sin gloria es un vivir sin horizonte de plenitud, que es la eternidad. La vida no es algo que solo pasa, es también la oportunidad que se nos da para entrar en la dimensión del verdadero amor.

Jesús dijo en alguna ocasión que nadie ha subido al cielo, sino aquel que del cielo ha bajado, en clara referencia al misterio de su persona y a su íntima relación con el Padre. En el misterio del Verbo encarnado, el cielo y la tierra se juntan, entremezclan y funden en un abrazo de amor solidario. Somos criaturas nacidas por la voluntad amorosa del Padre que a todo llamó a la existencia desde la nada y cuyo Espíritu no deja de aletear. Dios es amor en una doble dirección: se ama a sí mismo y ama a su creación, particularmente al ser humano, que lo hizo a su imagen y semejanza.

El templo verdadero

Identificamos al templo como un espacio dedicado con exclusividad para Dios. El templo es una arquitectura esencial en casi todas las religiones del mundo, también lo fue en el judaísmo, la religión en la que vivió y creció Jesús, y lo es también entre los cristianos como lugar de reunión para celebrar la fe comunitaria, la dispensación de los sacramentos y como lugar privilegiado para la oración y el encuentro con Dios. El templo es el espacio humanizado en el que Dios habita como si fuera su casa siguiendo el modelo del cielo, según se cree.

Jesús, el Hijo de Dios, habla del Nuevo Templo que es su Cuerpo, no de un edificio construido por manos humanas de diferentes materiales, por muy nobles que sean. Cuando la Iglesia habla de sí misma se presenta como Cuerpo Místico de Cristo. A partir de Jesús nos relacionamos con Dios a partir de nuestra corporeidad, individual y comunitaria, ya que Jesús nos ha dejado su cuerpo y su sangre, de forma sacramental, en una Nueva Alianza que Dios ha querido tejer con los seres humanos. La Nueva Ley de Dios no es para estar escrita sobre tablas o pergaminos, sino para ser grabada en nuestros corazones.

San Pablo llega a decir que el verdadero templo donde habita Dios como, en un sagrario, es nuestro cuerpo, de ahí que debamos cuidar de nuestro cuerpo y darle la atención que se merece. La vida es el flujo que el cuerpo necesita para su existencia, por eso para Dios la defensa de la vida es prioritaria. Todo proyecto humano que no tiene como horizonte la preservación y defensa de la vida, sobre todo la de los más vulnerables, inocentes, desfavorecidos y marginados, es perverso y contrario a la voluntad de Dios. El Padre Eterno se relacionó con su creación por medio del cuerpo de su Hijo amado. El Padre se ha hecho cuerpo en Hijo con la vitalidad efusiva del Espíritu Santo.

Testigos de Jesús hasta los confines del espacio y del tiempo

El cristianismo se gestó desde los testimonios de aquellos que fueron testigos y compañeros de Jesús. Los Evangelios son las narraciones acreditadas y conservadas de las relaciones que Jesús mantuvo con ellos y de cómo fueron intuyendo y descubriendo el nuevo proyecto de Dios para la humanidad a partir de esos encuentros. La fe es el despertar del creyente a la experiencia de Dios en y desde Jesús. Jesús no es un hombre cualquiera, ni siquiera el mejor de los hombres posibles, es el Hijo de Dios y Dios mismo. Lo vieron levantarse de entre los muertos y lo vieron levantarse ir al cielo. Ese es el testimonio, que la resurrección de Jesús y su ascensión al cielo es parte del mismo proceso.

La resurrección y ascensión del Señor son datos de fe, creencias religiosas, en torno a las cuales un grupo de personas, judíos y no judíos, elaboraron su fe y su culto en el convencimiento que Dios ha visitado a su pueblo para rescatarlo de la opresión del pecado y liberarlo de las ataduras de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte, afirmando, además, que esa salvación ofrecida por Dios es para toda la humanidad y que, por tanto, todo el mensaje de la salvación tiene que ser conocido, y vivido, por todos los hombres y mujeres, sin distinción de pueblos, razas, culturas, países, etc. La salvación de Dios es universal. Católico es una palabra griega que significa universal, para todos sin distinción.

La fe cristiana se difundió desde Jerusalén como un granito de mostaza y hoy está presente en todo el mundo, aunque no toda la humanidad sea cristiana. Cada generación tiene que dar respuesta a la pregunta de Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta a esa pregunta es siempre desde la fe de un Dios que, levantado sobre el suelo, fue crucificado, que, levantado sobre la muerte, fue resucitado, que, levantado al cielo, es glorificado, para que nosotros también experimentemos su gloria.

Feliz día de la Ascensión, santo y feliz Domingo de Pentecostés, que Dios les bendiga y la Virgen Madre les proteja por siempre. Cuídense.

domingo, 25 de mayo de 2025

LA LUZ DEL RESUCITADO ABRE EL JUBILEO

En la tarde de ayer, la Hermandad del Resucitado abría las puertas del Jubileo de las Cofradías de Semana Santa de Villa del Río.
El calor de primera hora no mermó la ilusión de la Hermandad, que acompañada por la AM Jesús Cautivo, se adentró en las calles que nunca pisó y avanzó entre otras por Juan de la Cruz y Lopera, en Anzarino, los mayores esperaban en las puertas a la vez que en sus balcones ondeaban las colchas y colgaduras.
Tras adentrarse en la estrecha calle Martillo, fue recibido por la voz de Mary Corodba. Más tarde, se encaminó a la Plaza de la Cruz de los Mocitos que los vecinos adornaron como nunca habíamos visto. Bien sabían ellos de la importancia de lo que iba a suceder allí, nada menos que la Santa Misa y Jesús Resucitado en sus casas. Terminada la Eucaristía, en la que intervino Estrella Castro, el Señor se dirigió hacia la Parroquia por su antiguo recorrido por el Jardín del Lirio.
La Agrupación de HH.CC. quiere agradecer el esfuerzo económico y humano de esta Hermandad, así como a los vecinos e Ilmo. Ayuntamiento de Villa del Río por su colaboración.

"LA PAZ OS DEJO, LA PAZ OS DOY"



Reflexión del Evangelio Domingo 25 de Mayo de 2025. 6º del Pascua.

Jesús: gestos, acciones y palabras

El amor fraterno es la señal por la que se reconocerá que somos discípulos de Jesús. Pero hay un matiz más en la vivencia del amor: «si alguien me ama, guardará mis palabras». La encarnación de Jesús puso las bases del Reino de Dios. Él manifestó su novedad con gestos, con acciones concretas y también con sus palabras; él mismo es la Palabra de Dios hecha carne. Hay una relación muy estrecha entre las tres manifestaciones. Quien ama a Jesús debe guardar sus palabras y debe también examinar detenidamente sus comporta­mientos; se completan y se explican mutuamente.

La relación más cercana entre palabra y acción se dio con la resurrección. Desde que Jesucristo resucitó nadie puede entrar en el Reino si no es por medio de Él. Y nada ni nadie puede impedir definitivamente que llegue a su plenitud el Reino de Dios.

Los deseos y los dones finales de Jesús

Jesús es realista. Ve a sus discípulos tristes y acobardados. Viven las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? Les infunde ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.

El primero es que no se olvide su mensaje, la Buena Noticia de Dios. Si le aman, esto es lo primero que han de cuidar: «el que me ama, guardará mi palabra…». ¿Qué hacemos nosotros con el Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo manejamos según nuestros intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo reconvertimos con nuestras doctrinas?

El segundo deseo va unido al anuncio de que el Padre enviará en su nombre un Defensor. No sentirán su ausencia. El Espíritu Santo los defenderá del riesgo de desviarse de él. Les explicará mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Los educará en su estilo de vida. Los cristianos de hoy, ¿nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?

Y el tercer deseo y don es la paz. La paz de Jesús es fruto de su unión íntima con el Padre. Nacerá en el corazón de los discípulos si acogen el Espíritu. Es la paz que han de contagiar siempre y nunca perderla.

¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué fracasa una y otra vez el diálogo? ¿Por qué se vuelve una y otra vez al enfrentamiento y a la agresión mutua? ¿Por qué se ponen tantos obstáculos a la concordia? Una cosa es cierta: No cualquier persona puede sembrar paz, solo quienes poseen paz pueden ponerla en la sociedad. Con el corazón lleno de resentimiento, de intolerancia, de dogmatismo, se puede movilizar a algunos sectores; con actitudes de prepotencia, de hostilidad, de agresión, se puede hacer política y propaganda electoral, pero no se puede aportar verdadera paz a la convivencia de las gentes.

Nos falta paz porque nos faltan hombres y mujeres de paz. Quienes la poseen en su corazón la llevan consigo y la difunden. Jesús nos dice: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Mucha gente tiene hambre de Jesús y de su paz. Estamos llamados a ser una Iglesia en salida, caminando juntos, en sinodalidad, hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio, con cristianos que acojan el Espíritu de Dios, no pierdan la paz y la siembren.

Hacia la Ascensión y Pentecostés

Las de Jesús en las lecturas de hoy son palabras de despedida que nos acercan a vivir las próximas fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Son palabras que forman parte de un testamento, un tipo de manifestación que humanamente solemos considerar sagrada e inviolable como última voluntad. Son palabras que estamos lejos de vivirlas en plenitud, de cumplirlas. Él nos señala que no podemos pensar siquiera que le amamos si no guardamos sus palabras.

Él mismo nos recomienda a sus seguidores que roguemos insistentemente a Dios para que nos conceda su Espíritu y para que éste nos recuerde constantemente sus pala­bras y nos ayude a comprenderlas y a profundizarlas. Son muchas las situaciones humanas necesitadas de paz verdadera. Si nuestro amor a Jesús es verdadero, será guardando sus palabras como caminaremos hacia la alegría de la paz que él nos da.

sábado, 17 de mayo de 2025

“ COMO YO OS HE AMADO, AMÁOS TAMBIÉN UNOS A OTROS"

Reflexión Evangelio Domingo 18 de Mayo de 2025. 5º del Tiempo Ordinario.

El evangelio de este quinto Domingo de Pascua (Jn 13, 31-33ª- 34-35) nos ofrece dos verdades, que debieran vertebrar toda nuestra vida cristiana, a saber, la glorificación del Hijo de Dios al pasar Jesús de la muerte, a manos de los hombres, a la vida, por voluntad del Padre, y el mandamiento nuevo del amor cristiano como señal identificadora de los discípulos de Jesucristo.

Jesús, una vez que Judas abandona el cenáculo, abre su corazón a los discípulos y manifiesta el sentido profundo de su pasión y muerte. Jesucristo se hizo hombre para dar gloria a Dios, para santificar el nombre de Dios, para salvar al hombre del pecado. Jesús afronta su pasión y muerte aceptando el plan del Padre sobre la redención del hombre, advirtiendo en su vida, muerte y resurrección la glorificación suya y del Padre, pues en toda la vida de Jesús brilla la obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Por cinco veces se usa en este texto el verbo glorificar en pasado, presente y futuro, en referencia a la muerte, resurrección y exaltación de Cristo junto al Padre, que implicará también al final la exaltación pascual de sus discípulos. 

El mandamiento nuevo del amor cristiano tiene un modelo, que es el amor redentor de Jesucristo, y también tiene la misma fuente, el Espíritu Santo, que es el amor en la Trinidad, que mueve y orienta toda la vida, muerte y resurrección de Jesús y la vida eterna de sus discípulos. Del amor de Jesús a sus discípulos nace el mandamiento nuevo, un nuevo amor, que será la característica fundamental de sus discípulos, quienes son invitados a establecer una amistad nueva con Jesucristo y entre ellos mediante la fe, la esperanza y la caridad. Y el modelo del amor cristiano es Jesucristo, pues no hay mayor amor que el dar la vida por la persona amada y con este criterio del amor supremo podemos interpretar nosotros el sentido de nuestra vida y el de nuestra misma muerte. 

Ha llegado la hora de Jesús. La palabra ahora Jn 13, v.31 señala el tiempo de la pasión y muerte de Cristo, a saber, la glorificación también del Padre y la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Es la hora del cumplimiento de la misión de Jesucristo, su misterio pascual, el paso de la muerte a la vida, cuando el príncipe de este mundo es vencido, cuando nace la Iglesia, que camina en el seguimiento e imitación de Jesucristo. Jesús es glorificado en su misterio pascual como el Hijo del Hombre, cuando nace la Iglesia, con la misión de expulsar al príncipe de este mundo y de salvar al hombre del pecado, es decir, con la misión de glorificar a Dios y santificar al hombre.  

He aquí dos descripciones del misterio pascual, cuando la humillación del Hijo abrió el camino a su glorificación junto al Padre. “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero” (Is 53, 4-7).

“Nuestro intelecto, iluminado por el Espíritu de la verdad, debe acoger con un corazón libre y puro la gloria de la Cruz, que difunde sus rayos sobre el cielo y la tierra. Con la luz interior examinemos el significado de lo que dijo el Señor, hablando de su inminente Pasión: ´Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre es glorificado` (Jn 12, 23)… ¡Oh admirable potencia de la Cruz! ¡Oh inefable gloria de la Pasión, donde encontramos reunidos juntos el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado! Sí, oh Señor, tú atraes a ti toda la creación”. (S. León Magno, Discurso 8 sobre la Pasión del Señor).

Entremos, pues, en el reino de Dios, restablecido por Jesucristo en su pascua, aunque haya que pasar por muchas tribulaciones, hasta descansar en la nueva tierra y en el nuevo cielo. Seguir a Jesucristo es posible sólo con la cruz, sabiendo que sobre la cruz brillará siempre la luz y la presencia de Jesús que nos acompaña llevando siempre el peso principal de nuestra vida.  Este es el mensaje del apóstol a los discípulos de Cristo, recordando que después de la resurrección Jesucristo restablece una nueva relación con él en el amor fraterno, que se realiza en la nueva alianza, el nuevo mandamiento, que se recibe y se vive sobre todo en el sacrificio de la Santa Misa, al cual somos convocados especialmente el día de Domingo.

lunes, 12 de mayo de 2025

SANTA MISIÓN HH.CC. JUBILEO 2025: NTRO. PADRE JESÚS RESUCITADO

 


Con gran alegría anunciamos la que será la primera de las salidas de las Hermandades de nuestro pueblo a los barrios para celebrar la Santa Misa y que se sucederán durante todo el año 2025. Pedimos que los vecinos colaboren adornando y participando en este acontecimiento que organiza la Agrupación de HH.CC. de Semana Santa con cariño para llevar la Esperanza en este año jubilar.

1ª Salida: 

Ntro. Padre Jesús Resucitado.

Sábado, 24 de Mayo. 7 de la tarde.

Santa Misa: 8'30 de la tarde. Plazuela Cruz de los Mocitos.

Itinerario: Pablo Picasso, Juan de la Cruz Criado, Lopera, Anzarino, Martillo, Caldereros, Fuensanta, Cruz de los Mocitos (Eucaristía), Cruz y Pablo Picasso.

Interviene: AM. Jesús Cautivo de Villa del Río.

domingo, 11 de mayo de 2025

"YO DOY LA VIDA POR MIS OVEJAS"

 

Reflexión Evangelio Domingo 11 de Mayo de 2025. 4º de Pascua. Domingo del Buen Pastor.


Jesucristo afirma dos veces en el capítulo décimo de san Juan que Él es “el Buen Pastor” (vv. 11 y 14) y dos veces afirma también que Él es “la puerta” (vv. 7 y 9). Explícitamente dice el Señor que Él ha venido al mundo para que tengamos “vida abundante” (v. 10), que explicita diciendo que es Él quien da “la vida eterna” (v. 28).

 

Jesucristo establece una relación directa con nosotros, pues nos conoce (vv. 14 y 27) y tal conocimiento implica reciprocidad, es decir, que también nosotros necesitamos “conocerle” (cf. v. 14), indicando una reciprocidad como la que existe entre Jesucristo y el Padre del cielo: igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre (v. 15). Nuestro conocimiento de Jesucristo determina nuestra voluntad para seguirle, con la seguridad de no perecer ni ser arrebatados de sus manos (cf. v. 29), lo que implica una confianza total en quien nos da “vida eterna” (v. 28).

 

Esta confianza total en Jesucristo es la garantía de nuestro vivir diario, avivando siempre nuestra relación personal con el Señor, una relación de verdad concreta, vivencial, práctica para nuestra vida en medio de las dificultades y contrariedades que se presenten a lo largo del camino de nuestra vida. La promesa del Señor es rotunda: Nadie las arrebatará de mi mano, no perecerán para siempre, yo les doy la vida eterna (cf. v. 28).

 

Lo que debemos procurar personalmente es nuestra unión con Jesucristo, contando con la presencia y la acción del Buen Pastor, que nos conoce, que sabe de nosotros y que cuenta con nosotros para dar a conocer su reino en este mundo, tan necesitado de esperanza, de luz. de paz, de amor, de vida verdadera, sí, de “vida eterna”.

 

La última afirmación de la página evangélica es fuertemente polémica para los interlocutores judíos de Jesús, y al mismo tiempo profundamente reveladora de la identidad de Jesús: Yo y el Padre somos uno (v. 30). Los judíos entendieron estas palabras como una blasfemia y agarraron piedras para apedrearlo (v. 31).

 

¿Cómo entendemos nosotros las palabras de Jesús? Jesucristo es el Mesías, se identifica con el Mesías anunciado por los profetas, pero no tal como lo entendían los judíos sino de manera mucho más determinante, pues es Hijo de Dios.

 

Hasta aquí ha de llegar nuestra comprensión de la persona de Jesucristo y desde aquí ha de arrancar nuestro camino como seguimiento, como discípulos de Jesucristo. Bien sabemos que su camino pasa por la cruz y de manera semejante también nuestro camino implica la adhesión a Jesucristo, que lleva consigo la muerte del proprio “yo”, un “morir” que es la primera condición para poder seguir al Maestro (cf. Mc 8,34), que es quien nos da “vida eterna” (v. 28).

 

Sabed que nos dedicamos a los gentiles (Hch 13,46)

La primera lectura da cuenta de la llegada de Pablo y Bernabé a la ciudad de Antioquía de Pisidia durante el primer viaje apostólico, evangelizando Chipre (cf. Hch 13,4-12) y el Asia Menor. El sábado fueron a la sinagoga de Antioquía y Pablo se dirige a la asamblea de los judíos a quienes propone un largo discurso (Hch 13,16-47), del cual la primera lectura presenta, no el contenido, sino la reacción que ofrecieron los judíos que escucharon lo que Pablo acabada de decirles. Al sábado siguiente tiene lugar lo que cuenta la primera lectura: la reacción por parte de los judíos al ver el gran gentío que había acudido para escuchar a Pablo.

 

Nos encontramos con un cambio de estrategia por parte de los misioneros cristianos que, hasta entonces, habían predicado sólo a los judíos. Viendo que éstos se oponían decididamente a la predicación de Pablo, este les dijo con toda claridad: Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor (vv. 46-47). Citando a continuación el texto de Isaías 49,6, el mismo que el anciano Simeón refería al Niño que tenía en sus brazos:  A quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2,31-32).

 

Pablo sabe que tiene el encargo de continuar la misión llevada a cabo por el mismo Jesucristo y, viendo que los judíos se oponen con maneras fuertes a su predicación, mientras que son los paganos quienes acogen su predicación, con gran alegría sacudieron el polvo de los pies contra ellos, y se fueron... mientras los discípulos quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo (v. 52).

 

Interesante tomar en consideración la “estrategia” de los apóstoles para cambiar su modo de llevar a cabo la misión. Se necesita apertura de espíritu para contrastar el propio punto de vista con el querer del Espíritu Santo, y esto se llama humildad. Sí, humildad ante la Palabra de Dios, conscientes de que no somos dueños de tal Palabra sino humildes servidores.

 

Tomemos en consideración la respuesta de la Virgen María al ángel de la anunciación: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).

 

El Cordero los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7,17)

Jesucristo quiere hacernos partícipes de su intimidad y para esto nos pide que le sigamos de manera decidida. La visión es grandiosa: una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. ¡Qué lejos quedan los particularismos! ¡Qué lejos queda el propio “yo”! Una muchedumbre inmensa está de pie, victoriosa, superada la prueba, “dando culto a Dios día y noche”.

 

El Cordero, es decir, Jesucristo, es el centro de la escena, en él descubrimos al pastor y al cordero, a la cabeza y al cuerpo de la iglesia. Nada hay que temer, ni la derrota ni el fallo, ni es necesaria la máscara de la hipocresía. Jesucristo nos promete la vida eterna y nos guía “hacia fuentes de aguas vivas”, que curan toda herida y “enjugará toda lágrima”.

 

¡Cuántas heridas, cuántas lágrimas en nuestro presente, en nuestro mundo, en la familia! Jesucristo, el Cordero, es nuestra fundada esperanza. Necesitamos unirnos a él, seguir sus pasos, vivir su vida, la que nos ofrece en la Eucaristía, la que nos identifica con él mismo.

 

Se habla de “la gran tribulación” y bien se puede referir a todas las luchas y persecuciones que la Iglesia experimenta a lo largo de su historia, también en nuestro tiempo, el tiempo en el que vivimos y somos protagonistas, llamados a dar el testimonio auténticamente cristiano y donde cada persona está llamada a dar su respuesta personal, apoyándose en la seguridad que nos ofrece el mismo Jesucristo, que está con nosotros hasta el final de los tiempos.

 

Jesucristo nos ama no tanto por lo que desearíamos ser sino por lo que somos ya ahora, sus discípulos, sus seguidores, sus apóstoles, sus enviados a este mundo tan necesitado de paz, de esperanza, de amor.

 

¿Cuál debiera ser mi respuesta como persona cristiana, como seguidora de Jesucristo? ¿Cómo afrontar las dificultades que encontramos en el camino de cada día? ¿De qué manera experimentar la presencia de Jesucristo para vivir nuestra fe y para ser testigos creíbles del Evangelio? ¿Qué me dice Jesucristo, el buen pastor? El Señor nos conoce; pero nosotros, ¿le conocemos de verdad? El Señor continúa ofreciéndonos su palabra y dándosenos en la Eucaristía. Espera nuestra respuesta: que le acojamos en nuestro corazón.

jueves, 8 de mayo de 2025

¡BIENVENIDO PAPA LEÓN XIV!

 

Deseamos al nuevo Papa León XIV, un pontificado lleno de PAZ y de prosperidad en una Iglesia Universal y diversa deseosa del AMOR de Cristo.

sábado, 3 de mayo de 2025

¿ME AMAS?

 

Reflexión Evangelio Domingo 4 de mayo de 2025. 3º del Tiempo Ordinario.

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres

Esta fue la respuesta que Pedro, en nombre de los Apóstoles, dio al Sumo Sacerdote en Jerusalén, quien les reprochó haber desobedecido la orden de no predicar en nombre de Jesús. Por principio, los cristianos no somos desobedientes ni rebeldes ante las leyes humanas justas. Todo lo contrario, predicamos con firmeza que hay que acatarlas, que hay que ser ciudadanos honestos y responsables para contribuir al bien común. El cristianismo forma buenos ciudadanos, preocupados por bien común. Pero cuando las leyes humanas u otras entran en conflicto con la voluntad divina bien discernida, entonces no cabe otra opción: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Esta obediencia tiene sus costes, como en el caso de Jesús, y después de los Apóstoles. En el pasaje de hoy se nos dice que estos últimos fueron azotados por su atrevimiento y valentía de ante poner a Dios a las órdenes humanas. Esta obediencia tiene también su recompensa: los Apóstoles, abandonaron en Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre de Jesús. En el ejercicio de nuestra obediencia a Dios las contrariedades o dificultades no siempre vienen del exterior, sino que internamente somos tentados de creer que otras cosas nos ofrecen más ventajas o son más atractivas que lo que lo que Dios nos propone como camino para alcanzar la alegría, la paz y la felicidad. Por eso, obedecer supone creer firmemente en Dios y en su palabra. La desconfianza obstaculiza la obediencia. La obediencia verdadera ha de ser generosa, gozosa, amorosa… como la de Jesús.

Esta obediencia es un regalo de Dios, un don y una tarea. Dios da el Espíritu Santo a quienes le obedecen, es decir, no podemos obedecer sin un impulso del Espíritu Santo, pero si acogemos este impulso, el mismo Espíritu intensifica su presencia en nosotros y en la comunidad cristiana.

Obedecer a Dios es esencial para todo cristiano. En la Escritura obedecer a Dios es lo mismo que escuchar su palabra y secundarla. Para Dios tiene más importancia obedecerle que ofrecerle sacrificios. Recordemos que Jesús vivió su relación con el Padre siempre en actitud de obediencia, siempre en actitud de escucha, siempre acogiendo su palabra, siempre poniendo en práctica la más mínima insinuación. Eso muestra la confianza total que Jesús tenía en el Padre. Incluso llegó a decir que su alimento es hacer la voluntad del Padre. La carta a los Hebreos afirma que aunque era Hijo «aprendió la obediencia a través del sufrimiento» (5,8), es decir, que experimentó la obediencia al Padre en medio de pruebas graves y difíciles. Por su parte, san Pablo dirá que Cristo obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz.

Obedecer a Dios no restó libertad a Cristo, al contrario, gracias a su obediencia su libertad fue más auténtica y más plena. Lo mismo ocurre en la vida de todo cristiano. La obediencia a Dios nos capacita para una libertad verdadera.

Apacienta a mis corderos

El pasaje evangélico de este domingo nos cuenta la tercera aparición de Jesús resucitado, que sucedió en Galilea, al borde del lago de Tiberíades, donde en otro tiempo Pedro, Santiago y Juan presenciaron otra pesca milagrosa y aceptaron la misión de cambiar sus redes para ser «pescadores de hombres». Como dice alguien, más que hablar de aparición habría que hablar de «manifestación», pues Jesús no viene de otra parte, él está siempre con sus discípulos, como él mimo prometió. Que Jesús sea invisible no significa que esté ausente.

En este pasaje podemos apreciar varios detalles que parecen tener un significado simbólico. Los siete discípulos podemos asociarlos a las siete Iglesias de las que habla el libro del Apocalipsis y que representan a toda la Iglesia, a los discípulos de todos los tiempos. En la pesca podemos ver simbolizada la obra de la evangelización, en la que Jesús precede a sus discípulos, pero, al mismo tiempo, solicita su colaboración. Si esta obra se lleva a cabo por propia iniciativa y no por la iniciativa de Jesús, o si alguien se la apropia, entonces está abocada al fracaso. San Jerónimo decía que el número 153 podría simbolizar la totalidad de especies de peces conocidos en aquella época, es decir, a toda la humanidad a la que va destinado el mensaje de la salvación.

En el diálogo entre Jesús y Pedro, las tres preguntas del Señor nos recuerdan las tres negaciones de Pedro. El Señor le preguntó en primer lugar: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? El verbo que utiliza Jesús se refiere a un amor sin reservas, total e incondicional. Sin embargo, Pedro le responde diciendo «sí, Señor, tú sabes que te quiero», utilizando un verbo que expresa el amor de amistad, tierno, pero no totalizante. Lo mismo ocurre la segunda vez. La tercera vez Jesús ya no le pregunta si le ama con un amor total, sino que parece conformarse con el único amor del que Pedro es capaz, es decir, con un amor al modo humano, y no al modo de Dios. Jesús le encomendó a Pedro apacentar a sus ovejas o corderos como si de ahora en adelante ocupara su lugar aquí en la tierra, aunque siempre se tratará de las ovejas de Jesús, no de las de Pedro. Jesús seguirá siendo el pastor supremo; Pedro se convertirá en instrumento de la acción pastoral de Jesús en nuestro mundo, prestándole sus manos, su voz, todo su ser para que el Señor se haga presente. Jesús le confió a Pedro esta tarea no porque este lo amara más que los demás, sino que, porque le confió esta tarea, tiene que amarlo más. Cualquier tarea pastoral en la Iglesia, para ser fecunda, tiene que brotar del amor a Jesús y realizarse por amor a él. En esa conversación, Jesús le anunció a Pedro su muerte, que ocurrió casi treinta y siete años después de este encuentro. El pasaje concluye con una invitación al seguimiento.

¿Qué importancia tiene Dios y su Palabra en mi vida?

¿Qué estoy dispuesto a arriesgar por obedecer a Dios, sobre todo cuando su palabra entra en contradicción con las exigencias de mi entorno?

¿Amo al Señor con un amor de preferencia? ¿Ocupa el primer lugar en mi corazón, en mis afectos?

¿Entiendo el tiempo pascual como un tiempo de gracia para avanzar en el camino de la conversión?

sábado, 26 de abril de 2025

"PAZ A VOSOTROS"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 27 de Abril de 2025. 2º de Pascua.

La misericordia de Dios en nuestra vida

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar el amor incondicional de Dios, que se manifiesta en la misericordia de Jesús resucitado. En el Evangelio, vemos cómo Jesús se aparece a sus discípulos, llevándoles paz y perdón, especialmente a Tomás, quien en su duda necesitaba una experiencia directa con el Resucitado. Este encuentro es una invitación para nosotros: confiar en el Señor y experimentar su misericordia en nuestra vida.

En este Segundo Domingo de Pascua, también conocido como el Domingo de la Divina Misericordia, nos lleva a profundizar en el significado de esta palabra: misericordia, que revela la grandeza de Dios, la profundidad de su amor y lo sublime de su actuar. Y es que la misericordia nos habla de un Dios que tiene entrañas de compasión, un Dios cercano, un Dios que ama incondicionalmente a la humanidad y cuyo corazón es el centro de gravedad de su amor infinito.

Creer en un Dios Todomisericordioso nos libera del miedo y nos abre a la esperanza de una reconciliación universal. Su misericordia, manifestada en sus obras, nos permite experimentar su amor y nos impulsa a proclamar con fe y confianza: “¡Señor mío y Dios mío!”

El Resucitado está entre nosotros y nos regala su paz

La paz es la respuesta del Señor a todas nuestras angustias. No es solo una sensación pasajera, sino una forma de ser quienes realmente somos. La paz es fruto de la Pascua y don de Dios, quien en Cristo ha reconciliado todas las cosas.

Una y otra vez, el Resucitado llega a nuestra vida y nos dice: "La paz esté con ustedes". Su paz no es un mérito nuestro, sino un don inmerecido, nacido del amor renovado de Dios, que siembra esperanza en los corazones temerosos.

¿Cómo es esa paz?

Nace de la reconciliación, del perdón de los pecados y de la certeza de que la muerte ha sido vencida. La paz es el nombre del perdón que nos libera de toda esclavitud, nos permite ser uno con nosotros mismos y vivir en comunión con Dios y con los demás. El perdón es el camino hacia la paz, su instrumento más poderoso, el fruto del amor pascual que todo lo renueva.

A lo largo de la historia, la humanidad ha anhelado la paz. Sin embargo, la violencia y la guerra, en todas sus formas, mantienen viva la sed de paz como antídoto contra el sufrimiento y la muerte. Queremos la bienaventuranza de la paz, pero nos resulta difícil construirla. Nos esforzamos por sembrarla en nuestras vidas y en la sociedad, pero cuán frágil y efímera parece ser.

Si verdaderamente queremos paz, debemos aprender a perdonar desde lo más profundo del corazón. Solo el perdón devuelve al hombre su dignidad, lo renueva, le abre caminos y lo limpia del miedo a amar. Perdonar es devolver la oportunidad perdida, disipar los temores y sanar las heridas de nuestra fragilidad.

La paz nace de la cruz

La paz del Señor brota del sacrificio de Cristo en la cruz, donde, por amor, renunció a su propia vida por nosotros. Su entrega no fue espontánea ni sencilla, sino fruto de una entrega total. En el pasaje evangélico, el Resucitado invita a Tomás a tocar sus heridas, a grabar en sus manos la dureza de la cruz, el precio del perdón y de la paz. De la misma manera, nosotros estamos llamados a comprender que el perdón no es fácil, que duele y nos desafía, pero que, al igual que la cruz, es fuente de salvación, esperanza y paz verdadera.

Que el Resucitado habite en nuestros corazones y los haga arder con su amor transformador. Tenemos hambre y sed de muchas cosas, pero, sobre todo, de paz. La lucha constante y la ansiedad que nos consume son signos elocuentes de su ausencia.

Imploremos, como San Francisco de Asís, el don de ser instrumentos de paz, porque "perdonando se es perdonado y muriendo se alcanza la vida eterna".

domingo, 30 de marzo de 2025

CULTOS DE LA HERMANDAD DEL NAZARENO

 

“SU PADRE SE LO VIO Y SE CONMOVIO"


Reflexión Evangelio Domingo 30 de Marzo de 2025. 4º de Cuaresma.

La paradoja de los hermanos: hijo pródigo vs. «hijo prodigio»

El Evangelio de Lucas nos ofrece la parábola del hijo pródigo. Este relato nos recuerda el amor ilimitado de Dios: el Padre nos acoge, perdona y restituye; reconcilia a todos con todos, y al mundo con Dios mismo. Pero también las exigencias del amor cristiano: la gracia es gratis, pero no barata (cf. Bonhoeffer).

Por un lado, el hijo menor, el hijo pródigo, ha experimentado una fuerte conversión, tras experimentar el vacío derivado del alejamiento de su verdadero hogar. Ahora su único anhelo es «regresar a Ítaca», tras un largo periplo repleto de peligro. Es recibido de un modo inesperado por parte del anfitrión de la casa. Por otro lado, el hijo mayor es como un niño prodigio: dotado de talentos ya desde niño; dones que ha dispuesto fielmente al servicio del Padre. Pero este servicio lo ve como un privilegio, que ha envanecido y endurecido su corazón. Se siente orgulloso de sus logros, así que exige al pater familias recompensa por su trabajo.

Nuestra vida espiritual se compone de dos etapas: fase ascética y fase mística (es una cuestión de acentos, no de compartimentos estancos). Algunos intérpretes del Evangelio han asociado al hijo mayor con la fase ascética, en la cual nuestra voluntad trata de hacer la voluntad del Padre, con no poco esfuerzo. En cambio, el hijo pródigo queda ligado a la vida mística: Dios accediendo al alma, por pura gracia y misericordia. Experimentar el misterio del Dios vivo en nuestro interior es el fundamento de la vida mística. El hijo pródigo experimenta el don de la conversión: abundante paz, liberación interior y una nueva felicidad.

El hijo mayor exigía recompensa por su arduo trabajo junto al Padre, pero el hijo menor recibe la salvación sin merecerlo, desde el punto de vista humano. El Padre tiene misericordia con ambos hijos, pero no trata a los dos por igual. No debe hacerlo: la ascética y la mística caminan juntas, pero no se confunden. Dios tiene sorprendentes formas de actuar. He aquí una paradoja que se nos escapa: la «paradoja de los hermanos».

Fr. Bernardo Sastre Zamora O.P.